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Tebas Land de Sergio Blanco por Natalia Menéndez. 34 MIT Ribadavia 2018

El arte del teatro abismada en los abismos de lo que nos supera.

TEBAS LAND de Sergio Blanco (Uruguay) en la escenificación de Natalia Menéndez, con Pablo Gómez-Pando y Pablo Espinosa. Una coproducción de la Cía. Salvador Collado y El Pavón Teatro Kamikaze de Madrid, en la 34 Mostra Internacional de Teatro de Ribadavia. Auditorio Rubén García do Castelo, 19 de julio de 2018.

El espectáculo, igual que el texto, es un trabajo delicado, que analiza los procesos de creación de la ficción de un modo dramático. Ese drama está no solo en la encarnación de otros, en ponerse en el lugar del otro, sino también en el hecho de que el estímulo para la creación sea la recreación de la relación entre un joven parricida y alguien que se interesa por su historia para escribir y representar una pieza de teatro.

En el fondo Edipo, que mató a su padre sin saberlo, huyendo de un destino trágico que ya parecía estar escrito antes de él y que estaba por encima de su voluntad. En el fondo la necesidad de comprender cómo es posible que alguien mate a alguien, cuando esos dos alguien son hijo y padre. En el fondo la cuestión sobre cómo es posible representar a alguien o hasta qué punto la ficción le va a hacer justicia a lo que, en realidad, pudo haber acontecido.

Pablo Gómez Pando hace de dramaturgo y director teatral, que nos cuenta, directamente al público, el proceso de creación de esta obra, en ciertos aspectos, documental, sobre un joven parricida llamado Martín Santos, interpretado por Pablo Espinosa, quien, en un trabajo de desdoblamiento muy sutil, también interpreta al actor que representará al personaje de Martín.

Un juego de espejos y abismaciones muy rentables para otorgar una atractiva ambigüedad a los personajes y a la historia, así como para estimular el análisis y el pensamiento alrededor del arte de la representación.

Representar implica aquí ahondar en el misterio del otro, de una manera empática y lúdica, aproximándose a los abismos de lo desconocido sin que se clausure, por el camino, el misterio.

Todo esto está reverberando en la actuación de Pablo Espinosa, pero también en la de Pablo Gómez Pando, porque, en el caso de éste último, le toca sostener al dramaturgo que se dirige directamente a nosotras/os, en un aquí y ahora realista que pugna por ser real y lo es, pero también le toca sostener la diferencia entre la relación con Pablo Espinosa haciendo de actor que va a representar a Martín, y con quien desarrolla las escenas que nos muestran el proceso creativo de la pieza, y, por otra parte, la relación con el Pablo Espinosa que hace de Martín, el joven parricida, con quien se encuentra en la cancha de baloncesto de la cárcel.

Así pues, desde el presente de la función en el Auditorio do Castelo de Ribadavia, se nos muestran las escenas, de forma alterna, como flashbacks directos, de las visitas del dramaturgo a la cárcel, para conocer a Martín y documentarse respecto a su caso, y las escenas en las que, desde el mismo casting, el dramaturgo y un actor van preparando la pieza, a partir de las pesquisas que el primero ha realizado en las otras escenas.

Aunque las escenas de la cárcel son explícitamente dramáticas, plenas de conflictos sutiles en esa relación entre dos seres tan diferentes, y las escenas de los ensayos de la pieza con el actor sirven para distanciar emocionalmente, respecto a aquella relación más compleja entre el reo y el dramaturgo, entre el escritor y su fuente de inspiración, estas escenas sobre el proceso creativo también están hechas desde un ahondamiento psicológico y conflictivo, de carácter dramático. Hay una magnética contaminación entre unas escenas y las otras, entre esos dos niveles de ficción: el de la relación dramaturgo/parricida y el de la relación dramaturgo/actor que representa al parricida, entre la relación con la realidad y la relación con la ficción que la substituye, completa y eleva.

Hay una magnética contaminación, en gran medida, porque Pablo Espinosa interpreta a los dos personajes: a Martín, el joven parricida y al actor que lo va a representar. Esto hace que se traslade, de unas escenas a otras, de un nivel al otro, la atracción que, poco a poco, se va dando entre los personajes, en esa atención y en ese querer conocer, que, por ejemplo, para Martín es algo totalmente nuevo. Como decía Natalia Menéndez, la directora, en el coloquio post-espectáculo que hubo en Ribadavia, Martín era un chico acostumbrado a los palos y a los pagos, a las reiteradas palizas del padre, que era un maltratador, tanto de él como de su madre, como al trato comercial cuando comenzó a prostituirse. De repente, el dramaturgo es una persona que se acerca a él y le trata bien.

Como ya he señalado, Pablo Espinosa, el actor que hace de Martín, el joven parricida, y del actor que lo va a encarnar, es el mismo, solo cambia sutilmente la actitud y algunas maneras, incluidas las habilidades en el baloncesto. La indumentaria es la misma, la frescura en las reacciones también, solo cambian algunos detalles derivados de las diferentes situaciones en las que se encuentran y de los recorridos de vida.

El enrejado de la cancha de baloncesto, como una jaula, es común en las escenas de la cárcel y en las del escenario en el que ensayan la pieza teatral. La diferencia, para nosotras/os, viene dada no solo por las situaciones dramáticas que el propio texto diseña, sino también por el empleo del recurso estético de un dispositivo de video-vigilancia, con la proyección, en la pared del fondo, de las imágenes de lo que acontece dentro de esa jaula. Esto multiplica la perspectiva visual y, al mismo tiempo, añade un cierto factor de distanciamiento que, paradójicamente, refuerza el aspecto realista del espectáculo.

En las escenas del dramaturgo y el actor, preparando la pieza en el palco, dentro de esa misma jaula de la cancha de baloncesto, se abisman los encuentros en la cárcel del dramaturgo con el parricida y, así mismo, se incluye una reflexión sobre el propio hecho del parricidio, sobre las relaciones, a veces tormentosas, entre padres e hijos, así como sobre el acto creativo, en el que entran citas de Edipo, de Los hermanos Karamazov de Dostoyevski, de Freud y Mozart.

En el desarrollo van mezclándose y confundiéndose esos dos niveles: la ficción de los encuentros en la cárcel y la ficción sobre la construcción de la ficción de los encuentros en la cárcel.

El Concierto Número 21 para piano de Mozart, en su movimiento Andante, compuesto por el genio de Salzburgo justo antes de la muerte de su padre, de quien se dice que también había sido un poco tirano con el hijo, abre el espacio para que florezca una extraña y asombrosa melancolía final por los personajes originales (o las personas de las que son trasunto), aquellos que se supone que están en el origen de la pieza y van a ser representados por otras personas en otros lugares. Porque en las escenas finales, el dramaturgo va a visitar a la cárcel, por última vez, a Martín, para despedirse de él con un regalo, una Tablet con libros descargados y con acceso a internet, una ventana al mundo, y para comunicarle que la pieza ha sido un éxito, que ya están rematando las funciones y que va a ser montada en otros países por otras personas que los van a representar a los dos, al dramaturgo y a Martín. Y ahí, los dos Pablos, Espinosa y Gómez Pando, consiguen que brote esa emoción extraña y asombrosa de la melancolía por esas personas que han estado en la base de los personajes, el asombro por las personas, siempre incógnitas, que son los actores que juegan los personajes. Ahí, en la pieza se abisma la propia pieza.

Los dos Pablos, Espinosa y Gómez Pando, junto a la directora, Natalia Menéndez, también logran instalar encima del palco, entre las rejas, los personajes y la obra de Sergio Blanco, la realidad de una tensión homoerótica muy sutil y poderosa, por lo que tiene de contenida y, a la vez, desveladora. Ese desvelo maravilloso que solo las relaciones especiales entre algunas personas consigue encender.

Tebas Land finaliza con la imagen audiovisual de Pablo Espinosa, con una corona de jazmines enredada en el cabello, y con una mirada proyectada hacia el horizonte, en un homenaje al Edipo Re de Pasolini. Suena With or Without You de U2, porque siempre hay que tirar para adelante. Una imagen bella de esa ecuación que esta pieza juega, la de la redención a través del arte que se funda en relaciones especiales y en la capacidad de comprender y enamorarse del otro.

 

 

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