Desde la faltriquera

Travestimento escénico

 Europa, pero de moda en España. Actrices / actores que interpretan un papel que no corresponde a su sexo. Años atrás, Laila Ripoll en Atra bilis ya propuso a cuatro a actores que desempeñaran los roles de cuatro señoras (con bigote) en la España rural, hipócrita y franquista. Esta propuesta tenía un sentido dramatúrgico. Más próximos a la actualidad, Blanca Portillo se echó a sus espaldas a Segismundo en La vida es sueño, Nuria Espert al rey Lear, en la tragedia de Shakespeare y, ahora, José Luís Gómez hace de Celestina, en la tragicomedia firmada por Fernando de Rojas.

Son estos últimos, ejercicios de virtuosismo y ganas de rizar el rizo. Se entenderían si junto a las cualidades actorales de los tres intérpretes mencionados hubiera detrás el correspondiente trabajo dramaturgístico, inexistente en los casos de Mayorga, Pasqual o Gómez. Es decir, que no se tratara solo de una mujer que asume el papel destinado para un hombre, sin cambiar de género durante la representación, sino también se transformaran las relaciones con los demás personajes, porque sin esta actuación dramaturgística determinadas escenas chirrían; o dicho de otro modo, resultan poco creíbles o chocantes.

Consciente de este problema, Gómez intenta un giro de tuerca más en La Celestina: no se trata de un hombre interpretando a una mujer, sino de un hombre que realiza un ejercicio de travestimento escénico y asume todos las características definitorias de una mujer: caracterización, gestualidad, comportamientos, etcétera. Un gran esfuerzo, sin duda, que no tiene su completa recompensa, por varios motivos (dramaturgísticos, de dirección de escena e interpretación).

El largo texto de Rojas necesita una reducción, aunque en las muchas versiones de La Celestina vistas siempre percibo que detrás de los cortes no sólo existe la necesidad de reducir las 24 horas que duraría una escenificación integral, sino la desconfianza en el texto, con la necesidad de primar las artimañas de Celestina o los amores de Calixto y Melibea. La versión de Gómez apunta (sin ahondar) otro de los fundamentos de la tragedia, los criados, pero se le quedan en el tintero otras ideas que responden al reflejo de la España renacentista con alcance y actualidad en el momento presente. Del mismo modo que en Alemania todo director que se precie acomete la parte primera y segunda de Fausto, en España todo director que quiera reconocimiento deberá proponer una Celestina minimalista.

Cierro la digresión y regreso sobre la versión de Gómez, demasiada escorada hacia el respeto (y el énfasis) de las intervenciones de Celestina, para lucimiento del intérprete, que no se equilibran con las de otros personajes. La tragicomedia avanza con dos tempo ritmos diferentes (Celestina versus restantes personajes) y con un exceso de parlamentos o monólogos de la protagonista, por longitud y lógica dramatúrgica, porque las lucubraciones, planes, proposiciones de esta no necesitan de tanta densidad, fuerza y contundencia ante los restantes personajes sin tanta consistencia. Parece la pelea (dialéctica) entre un peso pesado y peso pluma, si nos atenemos al lenguaje boxístico.

A esto se añaden dos cuestiones más, la falta de energía de Gómez, comprensible porque ya tiene una edad, y la falta de unidad en la dirección. El actor ha querido construir un personaje femenino onubense, pero los demás están en otros códigos interpretativos, incluidos los criados que deberían participar del mismo ambiento creado por Gómez para su Celestina. Esta es una de las derivas de aquellos espectáculos donde recaen sobre una misma persona versión, interpretación, dirección y concepción del espacio. Sin querer, y obviando toda la sabiduría de Gómez, todo gira en la órbita del creador omnisciente.

Junto a la polarización en el personaje de la Celestina, esta propuesta adolece de la sensualidad del original, aunque el director proponga un par de desnudos y una escena donde criada y criado se refocilan a medio metro del público. La atmósfera no está conseguida y, por ejemplo, el encuentro entre Calixto y Melibea, de mutua entrega, sutil y muy sensual en el original, aquí se convierte en una extraña violación sodomítica; la Celestina no está en esta clave, como tampoco los criados, que no participan de una clima sensual, sino que realizan acciones procaces. En la Comedia, aplausos sí pero sin desatar pasiones. Reconocimiento a José Luís Gómez, todo, pero con una propuesta que no engrandecerá su trayectoria, aunque pase a los anales por el travestimento.

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