Y no es coña

Tuve un sueño

Hay sueños que puede considerarse pesadillas. Los que venimos de oficios ancestrales en las artes escénicas como es la actuación, sufrimos de manera reiterada una pesadilla angustiosa: se nos ha olvidado el texto. Despertamos siempre sudando. Hay otra versión que abarca a más oficios, se llega tarde, no cabe la escenografía, ha pinchado la furgoneta y un largo etcétera de circunstancias que forman parte de la partitura de pesadillas de algunas gentes de las artes escénicas.

Pero la otra tarde, era en una siesta, después de una magnífica ruta vermutera por Lavapiés, tuve un sueño que puede considerarse una revelación. Empezó con signos de pesadilla: llegaba tarde a una tertulia televisiva diaria en una televisión privada de emisión estatal. La tertulia se llama «Nora no vive aquí», y durante una hora y cuarto, varios tertulianos fijos, más algunos que iban cambiando diariamente, más invitados afectados, discutían hasta la saciedad sobre las obras de teatro que se habían estrenado. No se trataba de una sesuda sesión de teatrólogos, críticos y estirados directores que hablaban de su ombligo, sino que era algo dinámico, con intervenciones de públicos que habían visto la sobras y que se interesaban por todo lo referente al mundo de las artes escénicas. Se emitía todas las tardes de cuatro a seis de la tarde. Y tenía audiencias millonarias.

Pero resulta que el conflicto, en mi pesadilla, continuaba, porque nos habían avisado en la productora, que debíamos hacer más dinámicas nuestras intervenciones, que iban a reforzar la plantilla con actrices de primera fila, porque estábamos bajando audiencia, y la competencia, crecía. Entonces nos hicieron la relación, coincidiendo en el mismo horario, había siete programas de difusión estatal, regional o local, y nos estaban ganando terreno, dicho en términos televisivos estábamos perdiendo share, y eso significaba que las salas de teatro, los festivales, las compañías, los sindicatos, las gestoras de derechos se habían quejado e iban a quitarnos publicidad. Un drama.

En esa reunión, la misma productora, en un aparte, me dijo que tranquilo, que no se quejaban de mí, y que se confirmaba mi presencia, todos los viernes, en un programa estrella de la cadena, que se dividía en dos partes, primero había una sección de actualidad política, pero entrando en la hora de gran audiencia entrábamos nosotros, para hablar de la cartelera teatral, no solamente española, sino europea, y a mí me habían contratado para hablar de la realidad teatral Iberoamericana. Dos horas de debates, conexiones con los corresponsales teatrales en todas las capitales importantes, y teníamos una audiencia que doblaba a los programas de fútbol.

Mi vida profesional era boyante, además de tener un contrato de exclusividad con esa cadena, que abarcaba a siete señales de TDT, en las que se repetían tanto nuestras tertulias, como se emitían en una de ella veinticuatro horas de entrevistas, crónicas de estrenos y a ciertas horas se emitían obras en streaming , que al acabar comentábamos cinco especialistas y cinco espectadores. También colaboraba como cronista en tres revistas de artes escénicas, como crítico en cinco radios, tanto en Europa como en Iberoamérica, tenían secciones fijas en dos periódicos diarios dedicados a las Artes Escénicas para hablar de nuevas tendencias en uno y en otro, con seudónimo, algo más frívolo, para destapar los la formación recibida por las estrellas de cada momento, más allá de lo obligatorio en todo el currículum escolar.

En aquellos días se había creado una gran discusión general, ya que uno de los periódicos diarios de mayor tirada, «Didascalia» de nombre, había decidido dedicar dos páginas diarias a la actualidad política internacional y como una controversia que llegó a los insultos al director, ofrecer los resultados de las competiciones de fútbol. En una esquina, en página par, y sin comentario alguno. Tuvo que defenderse el equipo de dirección diciendo que era un espacio de pago, para entendernos como las carteleras actuales en los periódicos de difusión general.

Los especialistas en artes escénicas éramos figuras mediáticas. Nos invitaban para presentar campañas de ayuda a los niños, nuestra agenda se repletaba con intervenciones en todos los eventos sociales. Los actores y actrices recibían el cariño de sus hinchadas, eran tratados por las grandes compañías como iconos de ventas. Las discusiones en bares y tabernas era sobre si Juan Mayorga se repetía en su temática o si Alfredo Sanzol había renunciado a una estética propia. Los niños coleccionaban cromos de directores y escenógrafas. La población más refractaria empezaba a crear blogs en la que reclamaban un tratamiento más equitativo con los deportes. Incluso se crearon grupos radicales y snobs que lucía camisetas con una leyenda extremista «Menos Teatro Más Fútbol». Eran los marginados de aquellos tiempos.

En eso me caí del sofá, casi me desnuco y la realidad me invadió. Llevo tres días sin salir de casa, llorando e intentando volver al sueño.

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