Y no es coña

Advertencias de uso

Conforme acudo más veces a teatros y salas, en diferentes lugares de Europa o América, en cualquier estación del año, más aumenta mi fascinación por los pequeños ritos que acompañan a esta actividad cultural, social, humana que preludian unos rituales que se han universalizada, al menos en la corriente cultural accidental, aunque no existen distancias sustanciales entre unas y otras costumbres o formas, al menos en cuanto a la manera de asistir al acto principal, el convivencial, el de comunión entre lo que se expone y quienes lo emiten y quienes lo reciben.

Y sin embargo las incidencias habituales que sufrimos en las salas y teatros más representativas de nuestro estatus social, cultural y hasta económica empieza a ser tan rutinarias que probablemente han de editarse advertencias de uso más allá de esos mensajes melifluos, casi secretos que indican que no se pueden tomar fotos y es obligatorio apagar los teléfonos celulares o, al menos, no consultarlos para ver la hora, y dejarlos sin alarmas, al igual que los relojes. Y sin embargo es rara la función en la que no suceda algo relacionado con estos asuntos. Y está claro que no se pueden colocar inhibidores de frecuencia en las salas, pero la solución que me parece a mí entender que se está instalando es asumir esos ruidos, esas circunstancias, esas molestias generales, tanto para intérpretes, como espectadores concentradas en lo narrado.

En estos días me han entrevistado para una radio independiente que dedica bastante espacio a las artes escénicas, e insistía el periodista en que intentara decir qué es Teatro. Y debido a mi obvio incapacidad descriptiva, daba vueltas y vueltas a todo, es decir a nada, porque conforme vas avanzando en la misma Historia del Teatro, cuanto más acudes a salas, teatros, espacios abiertos, la idea general de lo que es o deja de ser se vuelve mucho más flexible, aunque cuando se llega a fronteras indefinidas se acostumbra a la regresión a ponerse muy campanudo diciendo lo que NO es Teatro, asunto que me provoca malestar, diría que animadversión hacia quién o quiénes se colocan en esa intransigencia, pues si algo queda demostrado es que como decía Augusto Boal, el teatro lo puede hacer cualquier persona, incluso los actores y en cualquier lugar, incluso en los teatros, por lo que colocados ahí, la definición acotadora casi siempre es retórica o una suerte de excusa para hablar de lo que de verdad interesa, que es lo que se puede hacer en nombre del Teatro.

Con la inmensa mayoría de las personas con las que me relaciono que se dedican en una graduación u otra a las artes escénicas, la duda razonable es si el Teatro es un arte del pasado, del presente o del futuro. Nos lo explicamos dentro de unas contextualizaciones que tienen que ver con la subsistencia, con los afanes, con las ilusiones perdidas o con la comparación con otros géneros de transmitir historias coincidentes. Es ahí donde hay que hilar fino, porque es evidente que el sistema hace que, para una actriz, una serie televisiva sea un seguro de sostenibilidad económica, aunque no exista más compromiso artístico o vital, y en la cadena de valor del Teatro o las Artes Escénicas, eso es muy difícil, casi imposible, se necesita una vocación superior, casi una determinación por encima de lo habitual.

Y no solamente existe esa duda laboral, sino que la misma existencia del acto, de la programación, del mismo Teatro debido a que las encuestas nos escupen una tozuda realidad y cada vez hay más adultos en nuestras sociedades que aseguran que no van nunca al Teatro. Y ahí sí que es necesario fijarse, colocar lupas sobre las encuestas, las circunstancias, la educación y cómo implementar programas eficaces para la difusión del las Artes Escénicas en términos entendibles, no dogmáticos, incidiendo mucho más en la práctica, que es la mejor manera de crear la necesidad de ver teatro. Y una vez que se va al teatro, enseñar a todos los estamentos concurrentes a cómo usar las dependencias, como entrar, sentarse, informarse y un largo etcétera que sería como abrir una nueva etapa o era, en donde, obviamente, intervengan las nuevas tecnologías que ayuden a que el propio hecho teatral se produzca en las mejores condiciones posibles.
Y nada más. De momento.

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