Y no es coña

Al rescate de lo sustantivo

Intuyo que, empujados subconscientemente por la angustiosa superficialidad de los dirigentes políticos actuales y sus populismos graduados, me parece que en los asuntos que aquí nos concierne, nos preocupamos casi siempre más de las hojas y no del rábano. Quiero decir que las artes escénicas no son, no existirían sin dramaturgas, directoras, actores y actrices, escenógrafas, iluminadoras, músicos, coreógrafas, bailarines, técnicos de escena, de sonido, audiovisuales y producción. A partir de ahí se entra en otra fase que tiene mucha importancia, pero que no es trascendente para el hecho teatral.
Colocando este frente fundamentalista, lo que quiero decir es que los sistemas de producción, distribución y exhibición son diferentes en cuanto se cruzan los Pirineos, incluso la raya con Portugal. Por lo tanto, apoyando de manera inequívoca a todos los gremios y funciones que se han ido consolidando en las últimas décadas, no me referiré a ellas nada más que por necesidad argumental. Porque creo que como dice la radio que empieza en nuevo curso político, significa que empieza la temporada teatral 22/23, que terminará, –¡qué casualidad!– en la campaña electoral para municipales y autonómicas. Lo que nadie dude significa bastante en los presupuestos municipales, autonómicos y estatales en los asuntos culturales y, de paso, en los de cultura en vivo y directo, que es la más vistosa.
Considerando que estamos casi, casi, en las condiciones básicas que se tenía antes de la maldita pandemia, el análisis de las programaciones presentadas, que son la mayoría de las instituciones públicas con producción propia, nos deja con muchas dudas, algunas alimentando buenos sentimientos y hasta magníficas esperanzas y otra para colocarnos de nuevo en una sensación de la falta de unas ideas previas para confeccionarlas. Tengo la impresión de que se hacen programaciones de teatros, salas y festivales, desde la oportunidad, con lo que se encuentra en el mercado. Quizás existe una efemérides, un centenario que cohesiona lo caótico y poco más, No hay una dramaturgia en la programación, lo que aboca a lo casual, a lo que puede ser hasta solvente, pero que no se fundamenta en nada más que el capricho, o si lo edulcoramos, la necesidad de los creadores y la aceptación de los programadores.
Y esta ausencia de objetivos filosóficos, estéticos, éticos o políticos en lo que se hace, afecta, no solamente a los programadores, sino que de manera evidente a los productores, compañías o grupos. No es necesario colocarse la lupa para indagar, a primera vista se ve este eclecticismo, que seguramente se puede considerar como una coherencia en hueco grabado, con las excepciones que se pueden enumerar, con mucho esfuerzo, con los dedos de las dos manos. Y quizás exagero. Y tener una línea clara de producción, no significa nada en cuanto a la calidad de los resultados, sino que certifica esta falta y criterios para producir o exhibir. Lo curioso es que esto sucede en todos los niveles, porque en términos más pragmáticos, hasta hace unos años los teatros de las grandes capitales estaban especializados. En tal teatro se sabía que siempre había comedia y así sucesivamente. Hoy, en todos los tetaros se hacen ensaladas programáticas. Sin una selección perceptible.
Esto me lleva a confirmarlo en situaciones presenciadas, tanto en la librería Yorick, como uno a titulo personal, cuando alguien se pone contacto contigo para pedirte si sabes de una obra para tres actrices. Así, sin más. O en la librería, esas compañías amateurs que buscan desesperadamente obras para el número ingente de actores y actrices que la componen, lo que es muy sugerente. Todo tiene su lógica. Pero yo creo que desde que se propició de manera interesada la atomización, es decir cuando se empujó a la disolución de los grupos y se apoyó de manera manifiesta a las producciones puntuales, es decir convertir todo en una marca con una o dos personas fijas y todo lo demás a buscar en el mercado, se produjo de manera evidente esta digresión, esta búsqueda en el mercado, estos viajes a Londres o Buenos Aires a buscar obras y pistas. Para seguir con el negocio. Todo, en todos los niveles, se mercantilizó, en el sentido de que se utilizaron otras medidas más allá de la historia del grupo, la trayectoria, la fidelidad a autores o directores y lo que algunos llamaos valor cultural. Ahora, todo es adanismo. Puedes tener diez, cuarenta o doscientos años, pero se te juzgará por personas recién incorporadas al oficio por lo que acabas de estrenar. Y eso no puede ser bueno. Ni malo. Todo debe tener sus matices.
Cuando veo grupos o compañías que han mantenido una estructura amplia, compruebo su biografía, miro lo que han hecho y lo que hacen, comprendiendo las circunstancias actuales, me parece que son los que mantienen una coherencia en sus propuestas que les definen y los diferencian de los demás. Otra cosa es que eso, en el loco mercado de contratación actual, no cotice. Y es un mal síntoma. Cuando reclamamos que los teatros públicos deben ser cogestionados por compañías de teatro, de manera implícita pensamos que eso ayudaría a establecer estos cuadros de programación que busque concretar los objetivos durante un tiempo y a partir de ello establecer las obras o las autoras, o los temas que se van a tratar. No es mucho. Pero ayudará a entender mejor lo que se hace. O así sucede en otros lugares con otros sistemas de producción general.

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