Críticas de espectáculos

Bodas de sangre / Federico García Lorca / Pablo Messiez

El cuchillo del destino

 

Pablo Messiez con su Bodas de sangre forma parte de esta ola de visiones «atrevidas» del teatro de Federico García Lorca, que irrumpe esta temporada sobre los escenarios tras el pase a dominio público de los derechos de la obra del poeta, en 2017. Se han anunciado varias nuevas propuestas escénicas de obras de Lorca como Comedia sin título y La casa de Bernarda Alba, entre otras, por los directores que «se atreven», como si se tratara de actos de particular audacia o más bien de transgresión. Sin ninguna duda estas nuevas, a veces desconcertantes propuestas, van a desencadenar polémicas. Por su naturaleza el teatro que se mantiene actual es conflictivo y si no suscita el debate y las animadas discusiones no es más que letra muerta. El teatro de Lorca es perturbador y por eso sigue estando vivo.

Nadie no detenga su modo de uso ni la ciencia absoluta de su potencial.

El propio Lorca dijo explícitamente: «Para los poetas y dramaturgos en vez de homenajes yo organizaría ataques y desafíos en los cuales se nos dijera gallardamente y con verdadera saña: ¿porque no te atreves a hacer esto?»

Pero también podemos preguntarnos: ¿Porque «contemporaneizar» el teatro de Lorca? ¿Qué significa conectarlo con el presente? ¿Consiste simplemente en pasarlo por lecturas o fórmulas más o menos atractivas o extravagantes con un toque de provocación? ¿O más bien evidenciar, a través de un profundo entendimiento de la esencia de la obra, la dimensión atemporal de los conflictos humanos y sociales que nos hace experimentar?

Esto es precisamente lo que hace Pablo Messiez en su inteligente y brillante lectura escénica de Bodas de sangre.

Pablo Messiez no actualiza Bodas de sangre, no arranca la obra de sus profundas raíces populares, al contrario tiende un puente entre la época en la que se sitúa la obra, el presente de Lorca, y el contexto de su escritura y nuestro presente, evidenciando así lo atemporal, lo siempre vivo.

Unos recortes, hoy necesarios, condensan los conflictos, y los pocos textos añadidos del propio Lorca, como un fragmento de Comedia sin título y Cielo vivo de Poeta en Nueva York, proporcionan una dimensión poética, impregnando la trama del aire, del espíritu y del simbolismo del mundo profundo de Lorca, ampliando así la lectura de la obra.

La estructura de la dramaturgia escénica, casi cinematográfica, con breves secuencias dramáticamente potentes por medio de contrastes de ambientes, se encadenan con una admirable fluidez, enfocando momentos claves del drama.

La estética escénica totalmente conforme a la escritura lorquiana, a la vez poética y pictórica, alejada de cualquier realismo, confiere a lo que trascurre un aire onírico, a veces fantasmagórico, como si lo invisible penetrara en lo visible.

La escenografía diseñada con finura y ánimo poético por Elisa Sanz, matizada y modulada por la refinada iluminación de Paloma Parra, es un personaje más de la puesta en escena.

El fondo y los muros laterales están cubiertos por telas blancas que caen en la parte final, revelando paredes metálicas que reflejan, como espejos, algunos elementos del escenario y también una parte del público, implicándole así en la función.

También en la parte final de la obra, en el escenario desnudo irrumpe el presente con dos mujeres de la limpieza que, barriendo la escena, comentan y cuestionan la historia representada. Tras esta breve irrupción de la realidad en la trama, los protagonistas vuelven al escenario contando el final trágico del drama.

La última escena con la novia entre los cuerpos muertos de Leonardo y de su novio, y la madre del novio teniendo a su hijo en sus brazos, imagen evocativa de la Piedad, es como un cuadro que condensa y sublima lo trágico.

Pocos elementos escénicos. Al empezar solo algunos pequeños troncos de árboles a la derecha. En la escena de la boda aparecen una gran mesa y sillas plegables, y en la parte final bajan troncos de árboles que evocan el bosque.

Los personajes llevan vestidos actuales, la novia un vestido blanco cubierto de un tul negro, como novia y ya viuda a la vez.

Pablo Messiez articula su puesta en escena sobre el conflicto entre el deseo y la ley, entre el cuerpo animal, sin lenguaje, con sus instintos, pulsiones y el cuerpo con lenguaje, sometido a los códigos morales y culturales, convocando en la ficción de la obra a los personajes del presente, dos mujeres de la limpieza, y también implicando en ella la presencia de los espectadores.

Además de los elementos y personajes simbólicos de la obra, como la Luna y la Muerte, al insertar en la trama fragmentos de poemas de Lorca y amplificando amplificar las imágenes simbólicas, Pablo Messiez teje resonancias con otras obras del poeta, como por ejemplo con El público, proyectando así el conflicto de Bodas de sangre en el de Lorca como artista y en su experiencia personal y pasional de homosexual.

En el prólogo del espectáculo, la Muerte, una mujer desnuda con cabellos blancos larguísimos, sola en el escenario, dirigiéndose al público, introduce con un fragmento de Comedia sin título una visión más abierta y más compleja de Bodas de Sangre.

Pablo Messiez organiza su dramaturgia escénica como una partitura musical con temas y ritmos que se repiten de forma obsesiva, en constante crescendo de la tensión dramática y contrastes de tono con pausas en las que el silencio, intensas miradas y sugestivas actitudes dicen lo que no se puede expresar con las palabras.

No hay ningún localismo andaluz en el espectáculo, solo, como reminiscencias del mundo lorquiano, en la fiesta de la boda, una copla y el poema Cielo vivo de Poeta en Nueva York que el padre dedica a los novios y también otro poema con la música de Leonard Cohen El pequeño vals nostálgico, lento, cantado en directo.

Unos efectos sonoros, ladridos de perros, el ruido del rio, el galope de un caballo y voces de vecinos, evocan el ambiente rural de cualquier pueblo tanto de la época como de hoy en día.

La interpretación de los actores, totalmente conforme a la apuesta estética, sin excesos, alejada del realismo, muy contenida en las expresiones de sentimientos y emociones.

Algunas escenas resultan particularmente inolvidables como la de la boda, que poco a poco se impregna de onirismo, con personajes que bailan semejantes a los fantasmas de un sueño, o la de la noche en el bosque con un ambiente misterioso, fantasmagórico, en el que aparecen las figuras desnudas de dos hombres y una mujer haciendo el amor, imagen poética de pulsiones irreprensibles de los protagonistas.

Hay una absoluta coherencia, hasta en los últimos pormenores, en la propuesta escénica de Pablo Messiez, quien demuestra aquí su dominio del arte de fusionar diferentes planos de la ficción y de la realidad, del presente y del pasado, en su visión poética y onírica de Bodas de sangre.

 

Irène Sadowska

 

Bodas de sangre de Federico García Lorca – versión y dirección de  Pablo Messiez – escenografía y vestuario de Elisa Sanz – iluminación. Paloma Parra – espacio sonoro: Oscar G. Villegas – Reparto: Guadalupe Álvarez Luchia – mujer de Leonardo, Pilar Bergés – invitada de la boda – mujer que limpia, Francesco Carril – Leonardo, Juan Ceacero – invitado a la boda, Fernando Delgado Hierro – invitado a la boda, Claudia Faci –La muerte – la luna, Carlota Gaviño –novia, Pilar Gómez – vecina invitada a la boda – mujer que limpia, Carmen León – padre de la novia, Gloria Muñoz – madre del novio, Julián Ortega – novio, Estefanía de los Santos – criada, Oscar G. Villegas – músico de la boda – Producción del Centro Dramático Nacional – en el Teatro María Guerrero de Madrid del 18 de octubre al 10 de diciembre 2017

Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba