Y no es coña

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Conocer otras realidades, otras circunstancias políticas, sociales, económicas donde se desarrollan las artes escénicas, ayudan a consolidar opiniones o a entrar en dudas activadas por las resoluciones de otros ante los mismos o parecidos problemas. Estamos en Recife, en su Festival Internacional de Artes Escénicas de Pernambuco, que celebra su décima octava edición del Janeiro de Grandes Espetáculos, y como es habitual en la inmensa mayoría de estos eventos en Brasil, además de una amplía selección de espectáculos internacionales, una escogida oferta de espectáculos nacionales, se dedican con cuidado a mostrar a los creadores locales, especialmente en la semana que invitan a curadores de otros festivales o a especialistas de otros países para entablar diálogos formativos o informativos.

Por lo tanto los festivales, son un marco que sirve de referencia a toda la comunidad de las artes escénicas, donde se ofrece la posibilidad de crecimiento conjunto, o en el que se establece procesos de colaboración que desembocan en proyectos, definiciones, acciones que buscan el reforzamiento de lo existente, además de plantear nuevas probabilidades, otras vías, una postura común ante los desafíos o ante los movimientos que se produzcan en el ámbito de las decisiones políticas.

Como tantas veces hemos repetido, programar es mostrar un pensamiento. El contenido es el único manifiesto del programador y no sus declaraciones huecas, retóricas, llenas de lugares comunes. Y en un festival, el contenido se define por las líneas de actuación artística, y por crear espacios para la reflexión, el debate o la intervención en asuntos y temas que afecten a la sensibilidad social y política de cada momento. Programar comprando al peso, cuadrando presupuesto, es la negación del propio concepto. Debe existir equilibrio presupuestario, obviamente, pero debe partir de una idea, de un pensamiento, de un objetivo artístico, social y político. Entonces es el contenido el que sobresale, el que convoca, el que prestigia.

Decía al principio que en ocasiones se consolidan opiniones. Y una de ellas es que en todos los lugares de la tierra existe una tendencia a considerar que su situación es peor que la del resto. No solamente en este caso con un océano de por medio sino que los vascos creen que están peor que los catalanes; los asturianos piensan que su futuro es menos claro que el de los andaluces y así podríamos seguir. Pero la verdad es que existen problemas generales de muy parecido calado. Lo que cambia es la manera de afrontar las soluciones. Importa mucho la fortaleza de las estructuras de los creadores y los productores, o la existencia reglamentación o legislatura que ampare el ejercicio de esos derechos culturales. No es lo mismo tener una Ley de Teatro, que no tenerla, ni se la espere, ni que exista una mínima reglamentación unificadora. No es lo mismo que existan una serie de grupos y compañías de gran aceptación popular y de reconocido valor artístico, que no. Y así sucesivamente. Las quejas sobre los medios de comunicación y el tratamiento dado a las artes escénicas es un problema universal sin soluciones a la vista,.

Y sobre las dudas abiertas, ha sido la insistencia del compañero argentino Marcelo Castillo en sus intervenciones en las mesas de debate, planteando la duda sobre quién debe legitimar a los artistas, si el poder instituido del momento, los medios de comunicación, los públicos, los propios profesionales, es lo que me ha dejado pensando sobre este asunto. Me parece un tema muy apropiado en estos tiempos de crisis, porque en la duda lleva incubada la inseguridad, la pérdida de reconocimiento de capacidad de presionar ya que esa legitimación o la falta de ella, debilita el propio discurso.

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