Y no es coña

Desde un pellizco a un abrazo

Recuperado de un nuevo episodio del bicho, tras volver a ver teatros con una ocupación muy esperanzadora, comprobando, de nuevo, que es muy difícil expresar opiniones ligeras en redes o realizar análisis de espectáculos sin que alguien se ofenda de manera vicaria y se llegue a insultar por tener una idea de algo diferente a lo aparentemente mayoritario o simplemente convertido en dogma por los que se creen generadores y generadoras de un criterio universal, me voy a centrar en algo que cada día sucede, que nos cerca, que forma parte de una lógica del paso del tiempo, pero que por alusiones, por hipocondría o por referencias directas me parece necesario surfear por sus olas.

Que un actor deba terminar su carrera artística por padecer afasia es una suerte de muerte prematura. Que una actriz comunique que sufre Alzheimer es la constatación de una derrota. Que otro actor solicite la autorización para el suicido asistido es la confirmación de la vida como un episodio que tiene un final a modo de obsolescencia auto programada. Todos tienen nombre, a ninguno quiero nombrar. Por discreción, por respeto, porque en muchos casos son famosos de rango mundial y se conoce perfectamente su circunstancia actual. En ninguno de estos tres casos atraviesa su situación el cáncer, ese acompañante cotidiano de nuestra vida personal y profesional. 

Quizás me sienta concernido de un manera especial por la afasia ya que mi madre la sufrió durante varios años tras un accidente cerebral, vi su evolución, el como una mujer con el don de la palabra, que hablaba mucho, pero sobre todo hablaba bien en el sentido de construir las frases correctamente, de saber modificar los significados de dichos y refranes, de utilizar rangos de sátira menor, de sarcasmo medio o de animadversión superior. Tras el accidente cerebral tenía todas sus facultades mentales en pleno funcionamiento excepto cuando debía expresarse, habla, y entonces de contraía, buscaba la manera de expresar la palabra y no llegaba mecánicamente. Era una angustia. Ella sufría de una manera excesiva. A su alrededor sufríamos hasta que poco a poco fuimos encontrando fórmulas sustitutorias. Mejoró, pero nunca pudo mantener su poder a base de la palabra.

Quiero señalar que afasia no es Alzheimer, que es otro asunto, que es saber lo que quieres decir, pero que no llega a tu sistema de fonación la manera de que se entienda. Traslada la situación a un escenario, un plató, a una actriz o actor, se convierte en una crueldad, en una negación de su propio oficio. En el caso conocido de afasia no se sabe si este problema es fruto de un accidente concreto, un ictus, por ejemplo, o una degeneración de largo recorrido. En cualquier caso, hay que vigilar con mucho detenimiento estas circunstancias.

Que una actriz, relativamente joven, manifieste la circunstancia de su retirada por Alzheimer, es como recibir un golpe en la boca del estómago. Y si esa actriz es una magnífica actriz, una persona singular, con la que en años remotos has trabajado bajo el mismo nombre de grupo, todo se vuelve más directo, todo se convierte en un asunto personal, en una alarma propia, en una urgencia por hacerse los test más inmediatos para saberse fuera de esa posibilidad, la pérdida de la memoria, el no saber qué es una manzana o un teatro. Terrible. Las pesadillas recurrentes de los intérpretes de teatro es el blanco total, el olvidarse del texto de manera absoluta. No sigo, que hay que resguardarse hasta de las posibilidades remotas.

La tercera situación es bastante más comprensible, incluso plausible, un actor famoso durante décadas, un sex simbol, que a sus ochenta y tres años se siente ya incapacitado para seguir viviendo dependiente de la farmacología, los instrumentos mecánicos, que no desea morir en un hospital y que reclama la autorización para el suicidio asistido. Es una actitud vital importante. Y una persona con esa historia se convierte en un ejemplo de dignidad. Algo que siempre choca con las melifluas leyes tan intoxicadas por prejuicios religiosos. Es un actor, famoso, muy famoso, por lo que puede ayudar a la normalización de estos actos voluntarios de abandonar este formato de vida. 

Así que después de leer una entrevista a Antonio Resines después de pasarse casi un mes en coma en un hospital y sus reflexiones, la verdad es que desde parece más que obvio que desde un pellizco hasta un abrazo, forman parte de nuestra manera de estar en la vida junto a otras personas, y como pertenecientes a una gran familia muy desestructurada de las artes escénicas, atendamos a nuestro alrededor, a quienes por una circunstancia u otra están perdiendo recursos para ejercer su actividad y las leyes actuales no contemplan soluciones. 

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