El Hurgón

El Contador Descontado (Capítulo XIII)

En el camino a su cuarto, adonde se dirigía a preparar un ligero equipaje, porque deseaba una ausencia breve, Kilovatio se cruzó con un revisor de voluntad, un funcionario cuya misión consistía en calificar la capacidad de control volitivo de quien iba a ser puesto a prueba a través de una licencia, para tasar las posibilidades de regreso del mismo, al Centro.

-Aún no puedes partir – le dijo – debemos hacer una última prueba para determinar si tienes fortaleza de espíritu, y establecer si eres capaz de mantener la calma cuando sientas la proximidad de una situación que ponga en riesgo tu perseverancia, tu voluntad, y tu disposición para volver al Centro.

-Me agrada escuchar eso, porque me gustaría descubrir si abrigo temores – le respondió Kilovatio.

-El temor es parte de la existencia humana – afirmó el revisor de voluntad con aire de suficiencia, como si hubiese inventando la frase. No te alarmes. Todos tenemos temores; inclusive el Centro teme el abandono de sus alumnos después de una licencia.

-¿No es el director quien lo teme? – preguntó Kilovatio con la intención de llevar la conversación a un asunto sobre el cual sentía mucha curiosidad, por lo ignoto.

-Sí, el director es quien realmente alberga los temores.

-Y, ¿por qué implican al Centro cuando hablan de algo que sólo compete al director?

-Puede resultar desagradable decirlo, pero director y Centro son una misma cosa.

-¡Vaya, vaya! – repitió Kilovatio esta palabra, aprendida en el Centro, porque encontraba algo cautivante en ella. Le parecía una expresión de gente culta, muy distinta a las de grueso calibre que siempre utilizó para demostrar su admiración por algo o por alguien, cuando aún vivía en su pueblo.

-Bueno, pero hablemos de nuestro asunto, porque perdemos tiempo y además nos desviamos del objetivo – pidió el revisor de voluntad, para no ahondar en detalles, porque el director les tenia terminantemente prohibido a todos hablar de las intimidades del Centro con quienes aún no habían demostrado plenamente su incondicionalidad.

-Y, ¿en qué consiste esa prueba? – preguntó Kilovatio, aceptando la terminación repentina del diálogo.

-¿Has oído hablar del eneagrama?

-¡Jamás!

-El Eneagrama opera sobre las nueve líneas básicas de toda estructura sicológica. Es algo así como nueve “tipos básicos” de personalidades o “eneatipos”, incluidas sus luces y sus sombras. La práctica del eneagrama conduce al autodescubrimiento de las fortalezas espirituales del individuo.

-¡Ajá!

-Las fortalezas espirituales de un individuo son diferentes a las de otro, como resulta lógico afirmar, porque cada ser humano es un mundo: pero existen nueve tipos de fortalezas básicas, consideradas aptas para sortear con éxito las tentaciones del mundo exterior al Centro.

-¡Uf” –hizo Kilovatio como si regresara, sin éxito, de un estado de raciocinio. Después, se preguntó: ¿Cómo harán para inventar tantas palabras?

-Por la cara que pones me da la impresión de que subestimas mis palabras.

-No, no es eso – se excusó. Me ha tomado por sorpresa con todo cuanto me ha dicho, y de repente he sentido el temor de no retener todo en la memoria.

El revisor de voluntad guardó silencio. Kilovatio continuó:

-Cada día me agobia el temor de olvidar alguna regla fundamental.

-Eses es un temor bueno, porque denota responsabilidad moral de tu parte hacia el Centro – dijo el revisor.

-Usted entenderá que todas estas las palabras son nuevas para mí.

-Lo entiendo.

-Y comprenderá también que lo nuevo toma tiempo en ajustarse.

-Así es. Pero no debes olvidar que  todo es cuestión de práctica.

-¿Cómo así?

-Cuando empieces los ejercicios para fortalecer la memoria te darás cuenta cómo, a través de la repetición sistemática, volverás mecánico todo cuanto aprendas para nunca olvidarlo.

-¿Mecánico es como automático, o autómata?

El revisor de voluntad miró a Kilovatio con curiosidad, y le preguntó:

-¿Qué sabes de automático o de autómata?

Kilovatio le refirió parte de una discusión entre estudiantes de filosofía, de la que había sido testigo y durante la cual uno de ellos trataba de demostrarle al otro que el desarrollo de la humanidad es automático y que el impulso es la fuerza motriz de dicho desarrollo, y el revisor de voluntad, después de cavilar, dijo:

-Estas son verdades que nadie quiere aceptar; pero, es cierto, el mundo es un mecanismo en el que cada vez gobierna más el impulso. Pero… ¿Caray!, tú eres un mago para desviar la atención de la gente. Me has vuelto a sacar del objetivo. ¡Vamos!, volvamos a nuestro asunto.

-Estoy listo – dijo Kilovatio batiendo el sobre que llevaba en su mano derecha, en cuyo interior se hallaban alguna recomendaciones para leer antes de partir.

-Pero, ¿no está adentro de este sobre todo cuanto debo tener en cuenta mientras esté por fuera del Centro? –preguntó.

-Adentro de ese sobre están los mandamientos del Centro… y, no se la razón por la cual no te fueron enseñados antes, cuando hacía los ejercicios de la mano.

-¿Cómo es eso?

-Se estila que, mientras haces un ejercicio físico te hacen repetir o cantar consignas para que vayan penetrando sin esfuerzo en tu cabeza.

-Nunca me hicieron hacer eso.

-¡Mala cosa! –sentenció el revisor de voluntad. Durante mucho tiempo habrá sobre ti un rescoldo de duda. Ha sido un error, porque lo primero en toda institución debe ser el fomento de su doctrina, para garantizar su perpetuidad. Pero, bueno, ya enmendaremos el error. Entretanto debes ser muy cuidadoso con tus opiniones porque pueden ser mal interpretadas – le recomendó el revisor de voluntad.

-¿Tiene el Centro una doctrina? – preguntó Kilovatio.

-¡Claro que la tiene! Toda Institución respetable y respetada posee una doctrina.

-Y, ¿cómo es la de aquí?

-Ya lo sabrás, cuando leas el contenido del sobre. Pero, volvamos a nuestro asunto. Ven.

Entraron en un cuarto identificado sobre su puerta de color blanco con el letrero: Revisoría de Voluntad, en donde había dos jóvenes mujeres vestidas de negro. Esto parece un tanatorio – pensó Kilovatio, al primer golpe de vista, pero una vez observó detenidamente a las mujeres se dio cuenta de que hacían movimientos insinuantes. Recordó la conversación que había sostenido con el emisario acerca de la variedad de cursos que ofrecía el Centro, y supuso que  aquellas mujeres estaban tomando alguno de ellos.

-¿Estudian movimientos de insinuación? – le preguntó al revisor y éste le pidió guardar silencio usando el antiguo gesto de poner el índice derecho sobre los labios. Después, con voz suave, le dijo:

-Párate en el centro.

Kilovatio quedó debajo de una lámpara que derramaba una luz intensa sobre su cabeza y se esparcía después en sombras a los lados. ¿Qué es ésto? – se preguntó, entre confundido y curioso.

-La sombra nos permite conocer la proyección de nuestras pasiones y fijaciones – explicó el revisor como si hubiese adivinado la pregunta de Kilovatio.

-¿Puede explicarse un poco?

-Cada persona posee una fuerza transpersonal cuyo principal objetivo es la trascendencia.

-¿Y?

-La acción de la primera en pos de la segunda determina el volumen de la sombra.

-Aún no consigo comprender.

El revisor se sintió desconcertado por la falta de entendimiento de Kilovatio, pero su obligación era hacerle comprender el meollo del examen. Es como la llama de una vela – empezó a explicar – en relación con la fuerza del viento.

-Sigo sin entender.

-Hombre, hagamos de cuenta que el viento es tu pasión, o tu fijación.

-¿Sí?

-Si puedes controlar tus pasiones y fijaciones, unas y otras se expresarán como una brisa y acaso moverán la llama, y la sombra será débil; pero si son extremas, surgirán de tu interior como un huracán, y la llama se expandirá, quizás hasta extinguirse, y entretanto la sombra oscilará indefinidamente.

-Pero aquí no tenemos una vela para hacer el experimento- reclamó Kilovatio.

-Es un ejemplo, hombre. La luz que se derrama sobre tu cuerpo proyectará una sombra estable mientas tu interior sea armónico; pero a la menor alteración esta empezará a expandirse y a contraerse, según sea la fluctuación de tus emociones.

Kilovatio se sintió intimidado. Hizo un esfuerzo para cerrar todas las entradas de su cuerpo, a través de las cuales pudiesen ingresar estímulos y consiguió aislarse de los provocadores movimientos que ejecutaron las chicas hasta terminar desnudas.

El revisor de voluntad quedó asombrado, porque nunca nadie había conseguido mantenerse imperturbable durante dicha prueba.

Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba