Y no es coña

El lugar desde el que se mira

La mirada extraviada por una convalecencia médica que cuando ustedes lean estas líneas ya tendrá una resolución acorde con las circunstancias de la evolución de una herida, una intervención quirúrgica y sus consecuencias. Cerca de dos semanas sin sentarme en ninguna butaca o silla de ninguna sala o teatro, me han servido para revivir episodios de mi vida activa desde mi Barcelona natal, mis años de ciudadanía vasca y, sobe todo, mi relación, estrecha en ocasiones, con el teatro en Argentina.

Todo ello inspirado por la situación sobrevenida en mi mismidad, es decir, el recordar que uno es finito y que necesita de la ciencia médica para poder llevar una vida más o menos normal, lo que significa la Sanidad Pública y todas aquellas circunstancias que nos derivan a un conflicto que parece expresarse en términos ideológicos, pero que enmascara una manera de entender la existencia individual y colectiva fuera de cualquier coordinada que inspire una mirada que arrope desde unos principios básicos de índole ético lo que debe ser una vida, una profesión, un arte. Yo le llamo ese lugar desde el que se mira lo que sucede, tanto en nuestro entorno familiar como profesional, o social y donde la palabra política debe volver a tomar la fuerza de su significado, desprendiéndose del adocenamiento actual que tantas décadas de confusión partidista amalgamada en pragmatismos que siempre tienden a colocar a los resultados económicos por encima de cualquier otra medida.

Si me segundo marcapasos parece que está operando de manera eficaz en mi vida, el que se haya producido dentro del sistema público, significa que es una magnífica opción hacer de esta gestión pública algo intocable. Cosa que hasta hace pocos años era así, quedando lo privado para circunstancias especiales y para individuos que podían permitirse ese dispendio circunstancial, como es mi caso. Pues dentro de la atalaya desde la que miro las praderas de mi vida anterior y las sabanas de la que viene, yo creo que debería tener el mismo estatus la Educación y la Cultura. Pública, gratuita, universal. Y a partir de esta declaración podemos aplicar variantes, excepciones, posibilidades y estudiar medidas, recetas, consideraciones, planes y probabilidades.

Me expongo al ridículo pensando que, en un porcentaje bastante elevado, la Educación Pública, forma parte de nuestro sistema. Se nota una presión creciente de los negociantes de la Educación, con la Iglesia Católica al frente de esta desenfrenada voluntad de ideologización y adoctrinamiento no exenta de intereses económicos, pero podríamos considerar que, todavía, existe una mayoría de ciudadanas que pueden estudiar desde niñas hasta graduarse en el sistema público. Cerremos este pasaje aquí que tiene muchas aristas.
¿Y la Cultura? ¿En qué rubro la colocamos? ¿Es un derecho ciudadano, un derecho de creación, un mercado, una parte del entrenamiento o debería estar todo ello enmarcado dentro de unos conceptos más amplios y, siempre, desde la consideración de un bien común, de un derecho democrático, es decir de carácter Público? Llego hasta este punto sin casi aliento. Creo que llevo más de cuarenta años escribiendo sobre el mismo tema y en estos años, lo que he visto, en lo que he participado, aquello que he contribuido a que sucediera y lo que he criticado, analizado hoy, de manera sumaria, me parece que se trata de un deterioro constante, de un artificio sociopolítico, que se ha olvidado, por omisión, de lo realmente importante que es su carácter de bien público, que pueda ser ejercido y disfrutado por toda la ciudadanía.

Si partimos de la base de que siempre, en todas las circunstancias, se trata de algo que se disfruta por el método del copago, es decir, usted va a ver una obra de un Centro Dramático Nacional, en el que los locales y su mantenimiento se pagan de los presupuestos estatales, los técnicos y equipos de gestión, más todos los concurrentes al hecho creativo y artístico cobran del mismo presupuesto, por lo que se trata de algo inequívocamente Público, pero para ver esa producción pública, se debe pagar una entrada que está enmarcada dentro del precio más o menos “político” del mercado, por lo que hay un momento en que se ha dado la vuelta al discurso.

Si ese ejemplo lo colocamos en otro terreno, es decir las obras subvencionadas por los gobiernos de las comunidades autónomas, que reciben ayudas para relizar giras fuera de su Comunidad, que acuden a teatros de titularidad pública que pagan un precio estipulado en libre mercado con la productora de la misma, también la espectadora local que vaya a disfrutarlo, además de todo lo que ya ha aportado indirectamente, deberá aportar el precio de la localidad que se establece con criterios aleatorios.

Hay muchísimas más casuísticas. Se trata, por lo tanto, de una actividad protegida por todos los niveles de la función pública, aunque solamente en una de las partes, no en su globalidad. Esta protección en comunidades autónomas sirve para que exista cierta diversidad, para que puedan sobrevivir compañías y grupos que tienen muchas más dificultades, sin olvidarnos de sus peculiaridades de idioma o de tradición. Todo esto sucede en el Estado español sin ninguna ley. Todo protegido ligeramente por reglamentos, disposiciones locales, autonómicas y poca o nula legislación estatal. Por eso, hay un miedo inconfesado en muchos puntos donde las acciones del PP y de VOX están tomando decisiones que rompen este estatus quo. Y probablemente como he escrito tantas veces, el sistema global de formación, producción, exhibición y distribución se debe revisar y colocar de manera seria y sostenible en proyección de funcionamiento en las próximas décadas.

Todo ello debe realizarse sabiendo desde donde se mira. Qué se quiere, qué se busca, qué hay que reforzar, qué eliminar o reconvertir. Hay muchos modelos europeos para inspirarse. Había un modelo en Argentina con una Ley de Teatro, con un Instituto Nacional del Teatro que servía para canalizar todas las fuerzas creativas de esa Argentina que está fuera de Buenos Aires y que es lo que actualmente el gobierno de Milei está intentando que desaparezca. Probablemente había defectos de funcionamiento, asuntos enquistados mejorables, pero su desaparición es un acto agresivo de consecuencias imprevisibles.

Por eso uno se solidariza con el “Cordobazo Cultural” donde todos los agentes de la Cultura de la provincia de Córdoba se están coordinando en asamblea permanente, para defender su acción. Se trata de defender a los que más lo necesitan. Se trata de defender una posibilidad de existir haciendo un teatro que tenga los mínimos para respirar. Por eso nos solidarizamos, porque nos sentimos involucrados de manera personal pues en Córdoba he estrenado dos obras, he conocido parte de la estructura oficial de la Comedia Cordobesa, una institución con tres compañías estables, he actuado y he visto obras en diferentes salas independientes. Y en todos los casos, ese INT estaba apoyando. Fue este instituto quien ayudó a sobrevivir a las salas durante la pandemia.

En Madrid me veo con argentinos y argentinas instalados desde hace años que son parte fundamental de una manera de concebir el teatro, con ellos debato sobre estas cuestiones, y todas, ya sea por acción directa o por acercamiento saben que se está jugando una partida muy definitiva en su país. Lo que me extraña es que las fuerzas vivas de las Artes Escénicas en el Estado español no se den cuenta de que estamos muy cerca de entrar en el mismo colapso. Con otras connotaciones, pero las decisiones, todavía muy dispersas de ciertos gobiernos están preparando el gran asalto a un sistema protector, defensor, tímidamente, de la Cultura democrática. El modelo neoliberal es definitivamente, clasista. Y sus modelos artísticos transmiten el virus en modo pandemia. Así lo detecto desde el lugar desde donde miro esta realidad,

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