¿De qué sexo es la palabra?

El mal adentro del bien

El mal seduce, está históricamente comprobado, el mal no solamente está en los grandes lugares, con los grandes discursos, también tenemos el «pequeño mal» o las «banalidades del mal» como supo hablar y escribir Hanna Arendt. Se trata de qué hacer cuando ingresa directamente en nuestras vidas y nos afecta, nos trastoca, nos mueve de lugar. Luego el mal nos convence que está bien, que suceden las dos posibilidades en el mundo actual. El mal y el bien ya no existen más, dicen algunos políticos, eso es cosa muerta, ideología muerta, eso pertenece al campo religioso. El mal y el bien se distribuyen a piacere jugando con nuestros sentidos, burlando proyectos, personas, instituciones, burlando gobiernos democráticos, gente ilusionada, ideologías incorruptibles. Se burla. El mal se sigue burlando de nosotros, pero no cuando está en la vereda de enfrente y está claramente identificado, sino cuando viene a comer con nosotros, y es uno de los nuestros, porque realmente: es uno de los nuestros.

¿Es uno de los nuestros?

Ahí está.El mal adentro del bien. Ya no se puede operar, no se puede extirpar el tumor, el tumor se expandió, contaminó el cuerpo personal primero para ir luego por el cuerpo social, cultural, politico,para ir luego como viejo vampiro hambriento, por nuevas carnes para destripar. Pero también, en esta nueva era de nuevos vampiros, lindos, humanitarios, que han reciclado para dar ciertos beneficios, para confundir,solemos amarlos. Y DECIR: qué alivio que alguien ordena y vuelve a poner las cosas en su sitio. ¿Cuál sitio?

Y volvemos a dormir la siesta, a padecer la vagancia y el ocio, que otros se encarguen porque para eso estan y cobran un sueldo, y nosotros ya tenemos sifuciente con lo que nos toca resolver. Y le abrimos la puerta . Porque estamos cansados.

La libertad es un esfuerzo cotidiano y bestial hasta el último respiro en la cama del hospital.

No se puede abandonar el barco, ni la mesa, ni mucho menos el corazón y la razón.

Pero qué ganas de tumbarse a beber y dejar que el cielo se encargue de los grandes destinos, que venga aquel dios y reordene las piezas, y vuelva el mal a su sitio y el bien al suyo. Que los niños le vean el rostro. Pero nada alcanza, cuando conocemos donde está ubicado, resulta que siempre es el mal menor, porque el mal mayor está armando su fiesta a sus anchas por otro lado.

Agotador. Absolutamente agotador.

La ventaja que tenemos los que ficcionamos justamente es esa: ficcionar lo real.

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