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El nuevo teatro simbolista y grotesco de Philippe Minyana y Marcial Di Fonzo Bo

El 17 de abril fue un día muy curioso por las coincidencias temáticas que ciñeron la mañana con el ocaso.

A primera hora fui a dar una vuelta hasta Montmartre y no pude evitar acercarme a la necrópolis histórica, pegada al Moulin Rouge.

Me sumergí entre tumbas majestuosas y aristocráticas, entre lápidas humildes… La algarabía de París reposaba en un silencio umbrío y unificador. El cementerio de Montmartre es como un bosque en el que árboles y sepulturas se trenzan en un mismo paisaje. Allí está la última morada simbólica de la comedia, la tragedia y el drama… mientras el espectáculo continúa a pocos metros. Llegué hasta el sepulcro de Nijinski, sobre el que alguien había depositado, a los pies de la escultura que representa al bailarín y coreógrafo, dos pares de diminutas zapatillas de ballet, uno blanco y otro negro. En una de las zapatillas había una pequeña máscara fucsia, como un exvoto. Tras esas zapatillas deshabitadas se podía adivinar una historia truncada demasiado pronto. Me impresionó la lápida cuadrada, de un mármol más negro que una noche sin estrellas, en el que aparecía gravado el nombre de François Truffaut. Pasé, sin sonreír, junto al panteón del comediógrafo Eugene Labiche… Y salí del bosque de los muertos hacia la ciudad de los vivos.

Con la puesta de sol, al caer la noche, acudí a otra de las siete colinas de la ciudad de París, en La Colline – Théâtre National, cerca del Cemitière Père Lachaise, y allí, en el teatro, me sumergí en otro bosque, en la encrucijada entre las habitaciones por las que deambula «UNE FEMME» de PHILIPPE MINYANA, puesta en escena por MARCIAL DI FONZO BO.

«UNE FEMME» es una obra fúnebre y grotesca en la que se aglutina el «drama – de – la – vida», como señala Jean-Pierre Sarrazac cuando se refiere a la poética de Minyana en «CHAMBRES» (1986) e «INVENTAIRES» (1987), para desbordar los límites temporales del género dramático hacia una rapsodia de lo humano que contiene en la síntesis de su extensión toda una (la) vida y el más allá.

«Le Bois. Lumière irréelle.

La Femme dit.

– L’HEURE DE QUELQUE CHOSE A SONNÉ

C’EST LA FIN DE QUELQUE CHOSE

ET J’ENTENDS DÉJÀ LES CLOCHES FUNÈBRES

UN JOUR TOUT VA ÉCLATER

ET AUCUNE DIVINITÉ POUR NOUS ACCUELLIR

LES CHOSES SE DÉFONT

NOUS NE SOMMES RIEN

LE MOUVEMENT EST COMMENCÉ

JE VOIS DÉJÀ LES ÉTINCELLES LES NUAGES LOURDS

TOUTES CES VISIONS M’OPPRESSENT

ET LA TERRE SERA CE QU’ELLE ÉTAIT À L’ORIGINE

UN CAILLOU PRIVÉ DE VIE

Le vent se lève. Des oiseaux passent en criant: POK POK…

La Femme s’éloigne.

Lumière forte.»

El espectáculo de MARCIAL DI FONZO BO mestura, de un modo fascinante, el estilo simbolista (variaciones sobre la muerte de Maeterlinck) y el grotesco de la vida. El grotesco que esconde la vida misma.

No hay una búsqueda de un realismo, sino una teatralidad justa que desvela lo real, a través de unas interpretaciones estilizadas pero no histriónicas, a través de una escenografía y una iluminación que generan atmósferas surreales.

El escenario es una caja gris, formada por dos paredes laterales y la pared del fondo, con módulos en ellas que giran verticalmente para abrirse como puertas o ventanales.

En las primeras escenas, sobre la pared del fondo, se proyecta un bosque. Sin embargo, el espacio escénico remite a un interior en el que yace el padre moribundo de esta mujer, que es el personaje central de un drama en estaciones, o, mejor dicho, en habitaciones.

La mujer, Elisabeth, que da título a la obra, interpretada de manera genial por Catherine Hiegel, igual que permanece a la cabecera del lecho del padre que muere, también permanecerá a la vera de la amiga encamada, o atenderá cuidadosa la visita que le hacen sus dos hijos enfermos… Asistida intermitentemente por Madame Paul, que es la alegoría del tiempo y de la muerte y que el actor Raoul Fernandez intepreta, de manera fascinante, como a alguien cariñoso, servicial, conocido y lejano a la vez.

«Una mujer», con el artículo indeterminado delante, es un título que, en si mismo, nos revela su vocación alegórica y universalizante. Pues en ella, en esa mujer indeterminada, puede estar contenida toda mujer o, más allá del género femenino, toda persona que dedique su vida, o parte de su vida, a cuidar de los demás hasta desaparecer sola, como desaparece «UNE FEMME», al final de la obra, perdiéndose en el bosque que rodea ese interior simbólico de las habitaciones de la casa.

Esa ceremonia de paso, de lo íntimo (la habitación y la cama: el lugar del descanso, del sexo, donde dormimos y soñamos, donde algunas personas mueren) a lo transcendental, representado por las fuerzas panteístas de la naturaleza, de lo silvestre, del bosque.

Sobre el poder de los personajes que aparecen en la obra de Philippe Minyana, el director de este espectáculo, Marcial di Fonzo Bo, dice: «Sus personajes son figuras tan viejas como el mundo mismo: el padre, el marido, el hijo, la hija, los locos del pueblo. Uno ya ha oído estas cosas, se dice, cuando los escuchamos. Porque el proyecto consiste en contar lo que somos, nosotros, los humanos. Es un teatro de la existencia. Una cosa arcaica y primitiva, que no está fechada, de alcance universal.

UNE FEMME es una epopeya íntima: la mujer avanza de habitación en habitación en el interior. Ella está en la cabecera de sus hombres, recibe a sus hijos, a su amiga. En el exterior, un extraño clima de fin del mundo, bolas de fuego atraviesan el río, una fiesta se organiza en la otra riba.

Después ella acaba por llegar a un extraño bosque donde los recuerdos la asaltan como fantasmas. Y de repente desaparece. Porque el bosque está vivo, es activo, maravilloso, y remata apoderándose de ella.»

El espacio solo cambia por la iluminación y las proyecciones, ambos de Yves Bernard, por la abertura o cierre de esas hendiduras en los laterales y en el fondo, por la disposición de un monte (Gólgota) de enormes cojines negros sobre los que, con unas sábanas, figuran el lecho.

De las aberturas laterales, sin previo aviso, caen árboles en medio del escenario a medida que avanzan los cuadros. Y, poco a poco, el espacio interior, que era la metonimia de las habitaciones, se va convirtiendo en el bosque que lo engulle.

Las réplicas de la acción verbal no siguen un encaje usual (causal). Semejan, más bien, pedazos discontinuos a la deriva. Sin embargo, mantienen una coherencia total de sentido. En el diálogo los silencios y las actitudes dicen lo más importante.

Y el elenco actoral al completo, formado por Marc Bertin, Raoul Fernandez, Catherine Hiegel, Helena Noguerra y Laurent Poitrenaux, que se reparten los diez personajes de la obra, excepto Catherine Hiegel en el papel central de la Mujer, Elisabeth, realizan unas actuaciones que consiguen la verosimilitud y la credibilidad dentro de un estilo sorprendente, que conjuga lo grotesco y lo teatral, entre humor y violencia, con lo individual y lo singular, entre ternura y fragilidad.

Los personajes se debaten entre la enfermedad de la vida y las figuras de los zombis. Hay una especie de delirium tremens revelador en la acción. La proximidad y la extrañeza entre los moribundos produce asombro y también comicidad. En ellos yace la vulnerabilidad y la ternura, junto a la crueldad y el cinismo de lo humano.

La comicidad de Beckett, también en la forma en la que están trazadas las réplicas, incluso el humor negro de Bernhard, se dan la mano con la transcendencia de los estados de alma y las figuras, entre alegóricas y simbólicas, de Maeterlinck.

La materialidad y la fisicalidad del discurso verbal, que puede actuar en dirección disyuntiva al resto de acciones, remite a la orquestación de Handke. El resultado es de una originalidad silvestre, fluida y singular.

En este espectáculo los momentos vertiginosos en alternancia con aquellos en los que reina la calma chicha, producen atmósferas de ensueño, con una alta efectividad sensorial, derivada de la actuación y de la ambientación escenográfica y lumínica. De las sensaciones físicas emerge la emoción y, a través de ella, surge una intriga que para nada sostiene una historia particular, sino la gran micro historia de lo humano en la que nos enfrentamos al misterio de la vida y sus fronteras.

Afonso Becerra de Becerreá

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