El Hurgón

El rey no quiso (III)

Los ilustres de Santa Gracia, convencidos de que estaban a punto de cambiar la historia de sometimiento por la de compartición del poder, y de que lo demás vendría por añadidura, se hicieron a un lado de quienes insistían en tocar los temas de la guerra, y se dedicaron a preparar los discursos, para enfrentar la prueba lírica ante sus futuros colegas, cuando finalmente fueran invitados a debutar en las cortes, porque eso era lo que ellos buscaban, según se desprende de testimonios vueltos a la luz, en los que se afirma que éstos lo que querían era meterle miedo a la corona para que les diera participación en el manejo del poder.

A consolidar el optimismo de los ilustres santagracianos contribuyó la corona con la promesa de enviar a un emisario, a quien calificó con el pomposo nombre de príncipe de la paz, y quien para ambientar su futura visita, que jamás se produjo, envió una misiva, cuyo contenido compartiremos con el lector, con la cual consiguió engordar el bando de quienes se oponían a hacerle guerra a la corona para sellar la independencia, que en ese momento se había decretado en período de interinidad.

“Deseo trasladarme, sin pérdida de tiempo a vuestro lado –empieza la carta de marras-, con el correspondiente ramo de olivo, que es el ejemplar que se debe ofrendar a los corazones nobles, y no con la espada, que sin tregua blandiría un Napoleón. Queridos santagracianos: Comprendo vuestra desolación moral por el estado de confusión, del que no hemos podido salir nosotros mismos, por el temor que produce la existencia del tirano. No sois menos valientes que los aliados, ni menos generosos y nobles. La Metrópoli entera rinde tributo de admiración a vuestra indulgencia, que pudo trocarse en barbarie si hubieseis procedido como un gobierno desatento a los mandatos de S. M, y por eso os llenará de merecidos premios. Con el arma poderosa y benéfica de la nueva Constitución, que os hará felices, pretendo presentarme para compartir con vosotros las leyes que regirán a los españoles de ambos mundos, porque desde hoy seremos una sola familia, dispuesta a olvidar las ocasionales diferencias provocadas por un acto de imaginación audaz. El Nerón de nuestros días, llora porque no ha podido emular al antiguo, parándose en Tarpeya para ver arder el capitolio. Inmenso ha sido el valor de nuestro imperio, al que pertenecéis con orgullo, en estas épocas de confusión. Vuestra ayuda moral ha sido un gran apoyo. La sumisión a las Leyes de la Metrópoli será el fin de vuestros sufrimientos y el inicio de una felicidad entre hermanos que al mucho tiempo se reconocen, porque las tragedias ocurridas en vuestra casa, por las disensiones, ha hecho sonar una alarma generosa en vuestros nobles corazones. ¡Eso es!: Arrojad sin temor el vil demonio de la discordia, que os incita a tomar los puñales y preparaos para vivir tiempos hermosos y prósperos. ¡Imaginaos cómo espejearía consternado el sol si vuestras calles se tiñen de sangre filial! Los intereses de la pródiga Santa Gracia están ligados a los de la Metrópoli, y una nueva Constitución os hará gozar de los favores de vuestro clima y del cultivo de las ciencias, para que no haya lugar al delirio de quienes, con razón, promueven sus quejas contra la falta de luces y el subdesarrollo de las artes y la industria. Los frutos de la fértil Santa Gracia viajarán por el mundo bajo los auspicios del pabellón británico, y se oirá decir en todos los rincones de la tierra: ¡oh, qué frutos los de Santa Gracia!; y vosotros, orgullosos, responderéis: Son los frutos de la paciencia. Vuestro comercio será libre y estará exento de las trabas de la tiranía, y tendréis las mismas opciones de cualquier europeo para ascender en los puestos hasta dignidades más altas de las que ahora imagináis. ¿Por qué habréis de caer en el vil sentimiento de la venganza, y por qué abalanzaros sobre una patria afligida por los males que le ha causado el invasor? Ya es tiempo de que lo sepáis: Si algún castigo mereció el pueblo español éste ya ha sido consumado. ¿No os vale con lo que hemos sufrido? La Metrópoli reconoce con justicia que vuestra exaltación es más un producto de la imaginación. Quisisteis formar una Junta para defender los derechos del rey, pero olvidasteis a los agitadores, que se meten en los tumultos para crear el desconcierto. La Metrópoli comprende vuestra situación actual y por ello os habla con benevolencia, pero otro lenguaje empleará contra los provocadores. Por fortuna, el movimiento popular que estuvo a punto de desencadenarse entre vosotros, por un exceso de entusiasmo, no logró su propósito de destrucción y venganza, como sí ha sucedido en otras provincias, pues fue conjurado con vuestra oportuna resolución. Estos gestos obligarán a este gobierno de la paz, que es como vuestro padre reconciliado, a sepultar en el olvido toda la actividad que desarrollasteis por la candidez de vuestras pretensiones y utilizada por una casta desvergonzada, amiga del tirano. Os presentaré una Constitución liberal, pedida por vosotros en repetidas ocasiones, que cifra la fortuna que ambicionáis. No estaréis expuestos por más tiempo al arbitrio de mandatarios vitalicios, pues establece ésta que elijáis los ayuntamientos, las Juntas Provinciales y las Diputaciones, que serán amovibles para institucionalizar la sana costumbre de la alternación en el poder, lo que garantiza que quien hoy mandó, mañana oponga. La responsabilidad será vuestra, porque si elegís hombres probos y capaces la patria será feliz; pero si escogéis truhanes no tendréis derecho de reclamar. Mirad con prevención la anarquía que pretende enseñorearse de vuestra casa, porque ésta será utilizada por los instigadores del pueblo para ganar las elecciones. Todo lo que no sea coincidente con las ideas de las potencias aliadas contribuye con los éxitos del tirano. Separarse de la Metrópoli en este momento es un error político porque vuestras armas no son suficientes para enfrentar al tirano. Vosotros, hombres de bien, que gozáis del oído de la opinión pública, contribuid con vuestras proclamas para recuperar el orden y la paz. Unid vuestras fuerzas e ideas, y acercaos, que os esperamos con los brazos abiertos”.

Godoy Príncipe de la paz.

 

 

 

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