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El sistema según Cristina Planas Leitão

Pensamos en el sistema económico, en el político, en el judicial, en el laboral… incluso en el sistema teatral y nos damos cuenta de que se trata de conjuntos de reglas de funcionamiento, de jerarquías y ordenaciones supeditadas a un fin. También nos damos cuenta de lo importante que es estar dentro del sistema, porque fuera de él no nos comemos una rosca, o eso es lo que imaginamos y nos tememos lo peor si cayésemos. Sin embargo, de inmediato, sentimos las presiones de esos sistemas que organizan y estructuran nuestra vida en sociedad, moldean nuestro comportamiento y acaban por condicionar nuestra identidad. ¿Hacemos el sistema o es él quien nos hace?

De repente es necesario que alguien detenga la máquina, porque el sistema, todos los sistemas crean unos marcos rítmicos que automatizan cuanto se cruza en su camino.
Por lo general, pensamos en los anti-sistema como esos individuos que se atreven a enfrentarse a la maquinaria que nos deglute y de la cual somos, en parte, los engranajes.
Las artes escénicas más comprometidas humanísticamente han ejercido, de muy diferentes maneras, esa función rebelde o cuestionadora.

La sexta edición del festival Encuentros de Nuevas Dramaturgias de Portugal, que organiza el Colectivo 84, con la dirección artística de Mickael de Oliveira, cerraba sus sesiones en Guimarães, el 20 de marzo de 2024, con ‘[O Sistema]’ de Cristina Planas Leitão. Para mí, y creo que no solo, fue una revelación, una fuente de placer e inquietud a partes iguales. Un debate interno, un desasosiego y un flipe.

La coreógrafa y directora artística nos ofrece en ‘[O Sistema]’ algo más que una pieza de danza contemporánea. El poderío de la dramaturgia, para la cual contó con el apoyo de Catarina Miranda, genera una estructura de acción que nos incluye directamente, de la que somos partícipes, que se erige en una metáfora muy clara de los rasgos fundamentales del macro-sistema en el que vivimos y del cual no parece haber escapatoria.

Esa dramaturgia ya comienza antes de entrar en la caja escénica donde se desarrollará el grueso de la propuesta. El personal del Centro Cultural Vila Flor (CCVF) de Guimarães nos pide, como condición sine qua non para poder entrar, que rellenemos y firmemos una especie de contrato de cesión de imagen y también aceptando que, si se produce cualquier incidente al estar dentro del dispositivo escénico (en el que hay cables, focos y equipamientos electrónicos y de tramoya diversos), es bajo nuestra responsabilidad. Que podemos salir en cualquier momento, aunque puede ser que para abandonar el espacio nos encontremos piedras, oscuridad y dificultades, pero que, en todo caso, si salimos no podremos volver a entrar, etc.

La lectura, rellenado y firmado de este documento aumenta, sin duda, nuestras expectativas respecto a lo que vamos a ver. Al mismo tiempo nos sirve como advertencia de que no se va a tratar de un espectáculo al uso, de que entramos en una zona si no de riesgo, sí de cierto compromiso, porque lo que vamos a rubricar así lo certifica. Por otro lado, en mi caso, también me produjo cierta incomodidad o cabreo, porque me parecía una especie de trámite burocrático y pensaba: ¡Ya estamos otra vez! ¡A obedecer y a hacer lo que nos digan! Incluso en el teatro, ese espacio que yo concibo, utópicamente quizás, como el de la plena libertad, como un espacio que fomenta nuestra emancipación y estimula nuestro espíritu crítico. Sin duda, algo así ya estaba sucediendo en esta acción preliminar, a juzgar, en mi caso, por todas estas reacciones que estaba experimentando. Porque el propio sistema funciona así: firmando contratos y declaraciones, aceptando las reglas de juego, nos gusten más o menos.

Una vez en la caja escénica del Gran Auditorio del CCVF, ocupamos nuestros asientos, dispuestos en filas diferentes que no permitían puntos de vista iguales. En cada fila y en cada asiento había una perspectiva visual diferente por su colocación, incluso había sillas desde las que podía haber más dificultades para ver bien lo que suponíamos que podía ser el centro de la performance. Pero, efectivamente, aquí el centro o el foco (las tres bailarinas transportando piedras y construyendo una pirámide) es problematizado por la dramaturgia.

Cristina, sentada a una mesa de control con sus colegas de sonido e iluminación, nos hablaba desde el micrófono, saludando y después presentando a su equipo. Detrás de ellos había una pantalla en la que “el dictador” Google, en palabras de la propia directora, recogería las indicaciones en portugués que, en tiempo real, les iba a ir diciendo la directora a las tres bailarinas, a través de los auriculares. Google Translator iría reproduciendo, en una parte de la pantalla, el texto en portugués con las órdenes de Cristina y, en la otra parte de la pantalla, traduciéndolas al inglés. O sea, el público no iba a escuchar esas indicaciones/instrucciones lanzadas por la directora a las bailarinas, pero sí podíamos leerlas o, como mínimo, comprobar que, de alguna manera, lo que estaba pasando en el escenario estaba siendo dirigido y comandado por Cristina, en una clara alegoría del dios sistema.

Las fronteras entre lo coreográfico preparado y diseñado previamente, que podría equivaler a una suerte de ficción, y la dimensión de lo real en escena, con las instrucciones emitidas por la directora, manipulando lo que las tres bailarinas estaban haciendo, resultan difusas. Esto aumenta esa sensación de alerta y sospecha en la recepción: ¿esto que está pasando es algo creado ahora mismo en el propio momento de su realización o está ya todo atado y bien atado?

Ánxela Díaz Quintela (en substitución de Anaísa Lopes), Daniela Cruz e Mara Andrade, son las tres portentosas bailarinas y performers, co-creadoras junto a Cristina Planas Leitão. La música electrónica y el espacio sonoro de Ricardo Cabral y José Miguel Silva funcionan como un bucle que nos arrastra de manera inercial, son como esos engranajes que constituyen la maquinaria pesada e intensa del sistema. La luz de Cárin Geada también parece tener esa tendencia a meternos dentro. Pero, sin duda, la mayor fuerza centrípeta la ejercen Ánxela, Daniela y Mara, con su movimiento sumamente articulado y, por veces, vertiginoso, en los trayectos de entrar y salir con piedras, para ir construyendo una pirámide. La calidad de movimiento, con un aspecto robotizado, nos hipnotiza, nos tiene totalmente presos. A veces se les cae alguna piedra y, entonces, se renueva la intriga y las sospechas: ¿son piedras-piedras o se trata de piedras de atrezzo, que no pesan ni son peligrosas?

Así, la danza también atraviesa la frontera hibridándose con lo laboral. La gestualidad práctica del trabajo se cruza con la gestualidad mítica estética o estilizada.
Lo casual también parece intervenir y afirmar la realidad en escena. Las piedras que se caen al azar, las que no acaban de encajar en la pirámide. Y el final de la construcción seguido del clímax de la destrucción. ¡Flipante! Es un poema que resume no solo el sistema, sino la historia de la humanidad: el trabajo, el sometimiento a un control, la construcción, la destrucción.

Flipante también cuando Cristina nos advierte que, ahora que ya estamos realmente atentos, es el momento de que comience lo importante y entonces, aquellas instrucciones que se dirigían solo a las tres bailarinas a través de los auriculares, ahora también se dirigen a nosotros, al público allí congregado, para pedirnos que ayudemos a retirar las sillas, las piedras, la moqueta gris y las tiras de luz led que delimitaban la pasarela por la que había transcurrido el trasiego de las piedras, para dejar el espacio libre. Y allí todo el mundo, como abejas obreras, a laborar. Y después la recompensa: unas cajas con pizzas, en el suelo, para quien quiera comer algo. Y una votación a través de nuestros teléfonos con tres opciones. Votamos casi todas las personas por la que supuestamente parecía más entretenida, festiva y popular (en los límites de lo populista): el karaoke. Y allí quedamos, un buen rato, haciendo karaoke, ya sin la directora ni su equipo artístico.
Trabajo abnegado y obediente, construcción, destrucción, recompensa, entretenimiento – desconexión…

Yo lo estaba viviendo y, al mismo tiempo, lo estaba flipando.

‘[O Sistema]’ de Cristina Planas Leitão es, sin duda, una experiencia perturbadora, que se disfruta mucho y que, a la vez, te pone la mosca detrás de la oreja. Una invitación al debate. Una inquietud debida, precisamente, a nuestra participación y connivencia con el sistema a través de este poema escénico. No solo miramos y observamos, estamos dentro. Ahora nos cabe pensar en qué podemos hacer para intentar cambiarlo desde nuestra posición y posibilidades. Cristina lo está haciendo con esta pieza titulada precisamente ‘[O Sistema]’, y es arte.

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