Zona de mutación

El teatro sale del armario

Todo pasaría por ver si la teoría de los géneros se mantiene incólume, de la mano de los designios escolásticos. O es que el teatro también es capaz de construir su propia teatralidad. Más allá de cuántos teatros hay. Sin duda innúmeros. Sin cuenta. ¿Y a esa multiplicidad de teatros les cabe el ejercicio de la diferencia que la cultura de hoy le puede prodigar como trato? Las tendencias dominantes, los estilos devenidos de las usinas generadoras de poder cultural, las formas y actitudes legitimadas, los lenguajes y sus eventuales rupturas, son algunos de los andariveles dentro de los cuales se cocina y orquesta la reproducción de lo que constituye la posta. Todo otro eje al que se le dé por disrumpir la casuística avalada por mesa de entrada, tiene su límite. Porque hay que saber conducir una diferencia administrada, no sea cosa que la diferencia sea desbordada por una cosa diferente a ella. Se trata de obrar sobre lo conocido razonablemente. El teatro ha de emparejarse y establecer sus connubios bajo el imperativo de siempre parecerse a sí mismo. Toda otra cosa, quedará fuera de las revistas especializadas, los estudios específicos y los intereses que se bastan a sí mismos. Porque, entre otras cosas, se trata que el teatro mantenga sus complejos de Edipo, sus taras más o menos reconocibles, porque es una manera de guardar fidelidad a las fuentes. Otra cosa, no será teatro. O en todo caso, hasta las patologías deben mantenerse dentro de un marco de cierta ‘normalidad’, si la paradoja nos vale. Romper los celibatos acendrados de esta arte milenaria, de seguro será hacia situaciones pasajeras, efímeras. De alguna manera hay que consagrar los mismos yoes, los mismos fetichismos, las soberbias consabidas, que después de todo, no son sino las que se pueden esperar de los geniecillos que mejor gastan los dispositivos habilitados para mejor representar las economías imperantes, que son en definitiva, las que sostienen el sistema tal cual como lo conocemos. Hay mandatos globalizantes capaces de desmontar los designios dominantes. Porque hay que ver cuanta punta representativa de los ‘otros’ opera realmente y con conocimiento recíproco por parte de los que se regocijan de su pertenencia al ‘ambiente artístico’. Para ello mejor será que el teatro tenga una sexualidad ‘neutra’, universal y globalizable. Que su propensión casquivana a ir con cualquiera dé pie a múltiples equívocos, se sabe. Para otros, lo que el teatro haga, le es indiferente. Sus tendencias a ir con tendencias de su misma matriz de género, dificultan fundamentar lo que se va de madre. Es un camino sembrado de desafíos que hay que fundamentar y solventar en pro de salvaguardar otros sentidos. Las identidades del teatro a veces están talladas en materias que no coinciden con las identidades de sus representantes, hacedores y receptores. De allí que el teatro, culturalmente, opte por seguir sirviendo a los mismos patrones que ha servido siempre. Sin embargo los impulsos anti-sistémicos se despliegan procurando ganar nuevos pesos paradigmáticos, analíticos, críticos. Un teatro de los países emergentes, con experiencias humanas específicas, dignatario de sus pueblos, fidedigno a sus pulsiones y necesidades prioritarias.

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