Y no es coña

Esa estación final irremediable

No tengo claridad para discernir sobre si es más indecente la enfermedad, o algunas enfermedades, que la muerte. Cuando se está en una edad que acumula ya demasiados quinquenios, la esperanza de mantener la actividad física y mental con la misma eficacia disminuye. Se trata de algo que no es necesario asumir ni prepararse porque es la vida, o eso que junta emociones, desgaste de materiales y disfunciones consideradas normales por la enseñanza regulada, la que la publicidad actual quiere convertir en un problema y por ello existen tantas opciones para intentar detener el tiempo, la vejez que es algo bello, asumible filosófica y materialmente.

Sí, sabemos desde el primer día de que tenemos algo de razonamiento que nuestro camino termina en la muerte. Pero a veces la muerte, un gran tema para hablar, para filosofar, para ser inspirador de espectáculos teatrales, se convierte en algo no escrutrable, es una pura estadística o es un asunto contabilizado políticamente. Una vida truncada por una bala, una bomba, un accidente, una negligencia, es un asunto que se coloca en nuestra capacidad de asombro o se convierte en un impulso para tomar decisiones personales y colectivas. Si es ineludible, ¿debemos atenderla de manera obsesiva o debemos atender a nuestro cuerpo en su totalidad para escucharlo y hacer cómplice de su situación y sus deterioros?

Quizás muchas de las muertes súbitas que nos han afectado en el mundo de las artes escénicas, me refiero a Elvira Sorolla y Guillermo Heras, se convierten en más sustanciales desde el espacio público debido a su biografía, a su profesionalidad, incluso a su cercanía con algunos de los que los recordamos y nos ha afectado de una manera especial su desaparición en el caso de Elvira de manera inesperada y repentina y en el de Guillermo tras haber sufrido un momento de extrema gravedad que se superó y cuando parecía que todo se encaminaba a una recuperación inminente vino el adiós definitivo.

Nuestras vidas profesionales o artísticas son nuestros únicos legados tangibles para quienes nos dedicamos a estos asuntos, por lo tanto, si nos fijamos en los obituarios tácitos, espontáneos, sentidos, de cercanía o gremiales sobre estas dos figuras del teatro nos dejan suficientes motivos para saber que no existe otra cosa que reconocimiento y admiración, es decir que aprovecharon su vida de manera eficaz, dedicados ambos a su vocación, cada uno en su lugar de responsabilidad. Guillermo por sus actividades tenía mucha más presencia, se movía por todo el ámbito iberoamericano, era incansable, no dejó de estar vinculado a instituciones que generaban actividad, por ello se le pondera de manera más amplia.

Estoy en Almada, en la cuadragésima edición de su festival Internacional, y cada vez que llego al Teatro Municipal me es imposible quitarme de la cabeza la humanidad, la energía, la predestinación teatral y política de Joaquim Benite, que da nombre ahora al Teatro y que fue el gran urdidor de todo lo que ahora sucede. Un festival que logra una repercusión social y popular innegable, un edifico solemne, el Teatro Municipal, que no existía y que se logró construir y, además, tener una compañía fija que lo gestiona.

Y siguiendo con este hilo, la sarta interminable de compañeras, compañeros, amigas, maestros admirados, actrices que nos impresionaron a quienes ya no podemos llamar, pero que acuden en situaciones como la actual a recordarnos que formamos parte de un mundo que se mantiene a base de recuerdos, esfuerzos, sensaciones, estudio, aciertos, fracasos, emociones y talento. Y nadie seríamos lo que somos sin haber tenido la suerte de contactar conlos libros, los espectáculos, los talleres o los proyectos comunes y las discusiones con personas que nos antecedieron y nos ayudaron a formarnos una idea del mundo, y en mi caso, lo que me parece en estos momentos más importante, una idea de lo que pueden o deben o sería ideal que fueran las artes escénicas tanto en sus formas, sus estructuras de funcionamiento como sus contenidos.

Recuerdo ahora con nitidez que con viejos amigos comentábamos en los últimos años de la vida de José Monleón que nos parecía evidente que le interesaba cada más los asuntos políticos, en términos generales como en concreto en lo relativo a la organización de las artes escénicas, que los movimientos estéticos que se intuían. Ese velado reproche, me lo aplico a mí mismo. Sigo yendo cada día al teatro, disfruto de una manera pasiva de las obras que veo, no soy capaz de detectar novedades importantes, noto movimientos superficiales, anecdóticos, que no muestran capacidad de marcar un tiempo histórico, pero cada vez más me interesan los asuntos de organización, lo que puede ayudar a que se solidifiquen los movimientos, se tenga espacio real para la investigación, se puedan hacer programas eficaces para que las artes escénicas formen parte de la vida de la ciudadanía, sea cual sea su origen y nivel económico.

Esta actitud ante la vida y la muerte, en términos políticos, culturales y artísticos, me interesa de manera creciente, porque al asistir a festivales desde hace más de cincuenta años, de haber tenido la suerte de estar en la gestación de algunos que hoy son referenciales, encuentro que revisarlos, que volver a pensarlos, acomodarlos a la realidad social donde se hacen, a los cambios de las costumbres sociales y culturales de los ciudadanos, nos ayude a volver a insuflarle ilusión, vitalidad, porque hay veces que miro y siento que el encefalograma plano de algunos de estos festivales anuncia una posible desaparición sin que nadie se sienta concernido.

Sigue siendo un milagro que los seres humanos en cualquier situación y circunstancia sigan proponiendo a los demás seres humanos una forma de diálogo entre ellos y con los dioses que se llama Teatro. Por eso intento trasladar la idea de que justamente por ese valor universal y ancestral, no hay que perder energías en banalidades ni egocentrismos. Hay que formarse, estudiar, mirar, informarse, entender que existen miles de maneras de hacer y organizar la actividad teatral. No renunciar a la equivocación por aferrarse a una rutina y tradición que tiene la obsolescencia programada.

Y digo Amor y digo Vida y digo Teatro.

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