Zona de mutación

Ficción rota

La corporeidad empezó siendo entre los griegos la materialización del ‘doble’ por el que el hombre representaba a los dioses invisibles. Quizá nunca este proceso dispuso de una objetividad plena como para permitirnos deslindarlo de lo religioso, ya no por la expresión singularizada de un una divinidad específica, sino por la encarnación que los mecanismos del mito le supieron encargar al teatro. Toda hermenéutica, a lo largo de los siglos, se avino a decodificar las alegorías que señalizaban el macro-mundo externo o el micro-mundo de la subjetividad humana. El proceso de representación de la referencia a distancia, de aquello que trasciende a la escena como Poder, como Mercado, como Competencia, y que encuentra cristalización sensible en la escena, adquiere una filiación consanguínea con el Espíritu, el Alma, la Ética, etc. Es que los sensores del aparato receptivo están acompasados al ritmo del aparato productivo. El patrón «a imagen y semejanza» es un molde que excede la estructura fideística. No hace falta creer para estar prendado de una sobredeterminación devenida de la religión hegemónica. Los cuerpos en escena están cruzados por esa corriente tendencial del sentido. Hasta qué punto los actores en escena han roto el molde que permite canalizar como ejercicio de poder minúsculo, lo que el sistema de poder impone a nivel macro. Hasta qué punto y cuándo, concretamente, la escena pudo romper en sus sistemas de convención conscientes, la equivalencia con el carácter construido del Mercado. De qué elementos eficaces dispone puntualmente el creador artístico para vérselas con el dispositivo ficcional histórico y dominante, para sentir los valimientos específicos de su visión. En qué punto y bajo qué unidades de medida, puede saberlo. Contra qué va a acometer, si sus empeños fáusticos han de ser revisados a la luz de una nueva ‘ecología’ escénica. El mundo progresivo que amerita una liberación, ya no es sustentable. No puede contener los mesianismos omnipotentes de lo humano como emisario y representante del ‘más allá’, leudando en los escenarios a imagen divina. No escapamos a la consciencia visual de que es el escenario un reducto funcional. La imagen del ‘theatrum mundi’ que allí puede localizarse, también deberá encontrar las mediciones creíbles a sus poluciones y desbarajustes a la mencionada sustentabilidad. Uno de los principales, la subjetividad acrítica. Qué herramientas acabadas dispone la escena para combatir los efectos del aparato ficcional que lo instrumentaliza hasta impedirle subjetivizarse como el resonador en pequeño del gran mundo que lo rodea. Qué capacidad dispone la escena para evitar los inconducentes cantos de los dioses. Ser un resonador de lenguajes pre-existentes, un apalabrador o artífice de un nuevo anclaje, un desamarramiento de los viejos disfraces. Louis Marin habla de los ‘marcadores virtuales’ a través de los cuales puede percibirse, en el contexto de un ‘aparato de visualidad’, el proceso de construcción por el cual se establecen las posibilidades de lectura que no se agotan estrictamente en el sentido. Los marcadores virtuales deben reconducirnos a una percepción de mundo que no escamotee lo que los distintos estratos del dominio, le sustraen del gradiente psicofísico, a cualquier receptor contemporáneo como parte ínsita a ese dominio.

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