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La Chachi entre el trance y el humor

Me flipó en su ‘Taranto aleatorio’, en Dansa València, y me ha vuelto a flipar en ‘Los inescalables Alpes, buscando a Currito’, en el TRC Danza del Teatro Rosalía Castro de A Coruña. Mª del Mar Suárez La Chachi, además de una flamenca, artista contemporánea, es una fenómena indiscutible, porque la pasión no es discutible y porque su trabajo, por lo menos en estas dos piezas de danza contemporánea, crean verdad escénica por la contundencia de la presencia. Ojo, fíjate cómo es la cosa, que yo, que me considero sopesado y con “sentidiño”, me he vuelto su fan. Así pues, que nadie se extrañe, al leer esto, si me pongo estupendo y asertivo. Léase como los efectos provocados por la acción de La Chachi y su compañía, en la que también adoro a Lola Dolores, la cantaora. Se trata de presencias que vuelven más intenso el presente. Lo convierten en un bucle mágico que te lleva, te sorprende, te emociona y, ¡oh milagro!, mezcla trance con humor. Además del asombro, yo también me he reído en algunos pasajes de esa peregrinación rociera, metáfora de la vida misma, de ese caerse y volver a levantarse, de ese luchar denodadamente por seguir el camino y por escalar lo inescalable, en busca de lo inencontrable, en esas zonas que rozan el delirio.

Pero toda la trascendencia de esa insistencia-resistencia, de ese rosario que traza el estribillo del himno rociero de la Hermandad de Triana, repetido y ahondado por Lola Dolores, Francisco Martín Cerdán a la guitarra, Isaac García a la percusión y el coro que entona “Al alba rociera”, no está en el cliché místico ni en el discurso. No se trata de una ritualización obvia, de gesticulaciones y movimientos pautados y repetidos, sino de todo lo contrario, de un desatarse, de un grito, de un caminar por la cuerda floja y tocar los límites para descubrir(se) nuevos mundos, desde la pasión flamenca más asalvajada.
Fascinante ese camino sonoro que nace del silencio y que hace música con sonidos evocadores de la pisada de los caballos y de la gente, el tañer y rozar de los insectos… Un espacio sonoro que vuelve táctil y cinética la música, incluso productora de imágenes. Esa voz rasgada y brillante de Lola, que hace amanecer, abriendo la noche de par en par y empujando los ánimos para continuar el viaje.

Fascinante y dolorosa sensación, a la vez, la del baile flamenco desde la postración, de rodillas y arrastro. Esas manos que golpean el suelo y, de repente, gráciles como pájaros de la mañana, se quiebran y requiebran por los aires como ramas.

Y en ese ritmo dramatúrgico por acumulación, en el crescendo, una mujer explosiva que pierde la compostura y se transfigura. También la conexión entre el cielo y la tierra, no solo por la vía de la mirada, sino también por esa fuerza centrífuga y expansiva, como la de la onda de una explosión, que ha comenzado como quien no quiere la cosa. Como, quizás, comienzan las experiencias que más nos tocan. Una romería puede ser la perdición, pero buscamos la salvación perdiéndonos en ese otro camino extraordinario que el arte nos proporciona. ‘Los inescalables Alpes, buscando a Currito’ es la demostración, así, como quien no quiere la cosa. Fuera de los cánones, pero dentro del flamenco, por los costados por donde casi pierde el nombre. Una experiencia religiosa, que nos religó en la transgresión salvífica del trance, mezclando trascendencia con humor.

P.S. – Artículo relacionado:

“Dansa València, intensidad de raíz”, publicado el 24 de abril de 2023.

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