El Hurgón

La Literatura subirá a los altares

La literatura, que tantos dolores de cabeza le ha dado a la iglesia católica es ahora uno de sus objetos de estudio, porque está considerando la posibilidad de que a través de ella un autor pueda llegar al altar.

¿De dónde surge tan impredecible noticia?

Ilustres, juiciosos y prudentes personajes cuya misión es apoyar a la iglesia católica en el diagnóstico de estrategias para mantener su vigencia, le sugirieron al vaticano desarrollar una política más agresiva de presencia pública, involucrándose en el reconocimiento a actividades que han cobrado mucha fuerza en el ascenso social y comercial, como la literatura, creando el premio beato de literatura, que consistirá en un permiso de la santa sede para hacer un nicho dentro de un templo, destinado a alojar la efigie del escritor galardonado.

Los encargados del estudio sobre las ventajas de dar este paso dieron muestras de su buena voluntad con las primeras manifestaciones públicas admitiendo la disposición de la iglesia de ofrecer disculpas por los libros quemados y los autores perseguidos. Sin embargo, fueron enfáticos en aclarar cuán difícil sería su digestión espiritual durante la toma de decisiones, porque la literatura, justo es reconocerlo, le ha dado mucha lidia a la iglesia católica y la ha hecho perder mucho tiempo en persecuciones, cuando pudo invertir éste en el cuidado de su redil y evitar oportunamente el éxodo masivo de ovejas.

La discusión en estos momentos es si el premio debe otorgarse a un escritor vivo o muerto.

La idea de que éste se conceda a un escritor ya fallecido no cautiva a los asesores de imagen del vaticano, porque no garantiza una adecuada difusión del mismo, pues – argumentan -, lo difundido, cuanto más nombrado es, más pasiones despierta y a más gente convida a su persecución. Un premio con estas características tendrá pocos pretendientes, por simples razones de vanidad, porque todos quieren ganar un premio para sentirse superiores entre los de su generación, despertar envidias y activar los comentarios – concluyen.

Pero los miembros de la cofradía san Jerónimo Appassionato, cuyas opiniones tienen mucho peso en la santa sede recomiendan ampliar el tiempo de análisis advirtiendo que con los escritores nunca se sabe hasta dónde se puede llegar, porque son vanidosos, idolatran el poder, les encanta que los mimen, y son propensos a lanzar bendiciones verbales a quienes los protegen, pero cuando se sienten desplazados se llenan de celos y odios, y a partir de ese momento sólo viven para destruir con su verbo a quien ha osado ignorarlos. ¿Cómo van a reaccionar los que creyéndose con méritos suficientes no obtengan el premio? – se preguntan. Sin lugar a dudas desprestigiando a la iglesia, que es quien lo va a dar –responden. Este es un paso muy audaz – aseguran los de la cofradía-, cuyas consecuencias son impredecibles, porque puede servir tanto para levantar la imagen de la iglesia como para desplomarla. No es fácil explicar la razón por la cual una secular enemistad termina de la noche a la mañana convertida en una amistad –aseguran éstos. La iglesia debe cuidar su imagen con más celo que cualquier otra institución y por tal razón debe evitar la toma de decisiones que la equiparen con los políticos, cuya característica principal es cambiar de partido como de calzoncillos. Muchos habrá dispuestos a calificar este paso de la iglesia como un acto calculado –dicen los miembros de la cofradía -, pero, además, la difícil explicación del mismo podrá alterar la confianza de su sector más conservador. Por eso estiman conveniente entrar en dicho terreno con precaución, probando a darle el premio a un escritor fallecido, y estudiar con avaricia las reacciones generadas por tal acto.

La primera candidatura en firme ha caído en cabeza del ya fallecido escritor inglés, G.K. Chesterton (1874-1936) creador de la célebre figura de un “inofensivo” cura investigador, de apellido Brown. Esta designación ha sido calificada de muy acertada por agudos observadores del acontecer global, porque le sirve a la iglesia para demostrar su capacidad de acomodación histórica, y por ende su disposición de ocultar viejos  odios, pues para quienes saben algo de historia son muy conocidos los tragos amargos que la hizo beber Enrique VIII, y que la tuvo a un paso de la bancarrota.

Ya veremos qué sucede después del estudio de la obra y vida del señor Chesterton. Entretanto podemos adelantarnos a pronosticar un incremento en la actividad literaria, porque este premio revivirá viejas esperanzas, un cambio en el estilo y una larga amistad entre la literatura y la iglesia católica, porque después de la consolidación del premio la razón les dictará cuidarse mutuamente.

 

 

 

 

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