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La maravillosa paradoja. Teatro, danza y museo

Las artes escénicas son como la vida misma, pasan y, al mismo tiempo, como las personas, que también pasan, permanecen. Los franceses llaman al teatro y a la danza “artes vivas”, y a mí me gusta mucho esa forma de nombrarlos. Lo mejor nunca dura, es cosa del tiempo que pasa, pero nos hace pensar o, tal vez, soñar con la eternidad. Esto es lo que sucede cuando nos toca un espectáculo: la experiencia es efímera, pero se queda con nosotros, permanece. Esto también sucede con las personas queridas y especiales y con muchas de las escenas importantes de nuestras vidas.

En Lisboa se vive una maravillosa paradoja en un palacio del siglo XVIII, el Palácio de Monteiro-Mor, en la zona do Lumiar. En este lugar se encuentra el Museo Nacional do Teatro e da Dança de Portugal. He aquí la bella paradoja: las artes vivas, tan efímeras y delicadas, buscan la eternidad a través de testimonios directos: objetos, materiales y documentos que forman parte de la historia de las artes escénicas.

Mi visita fue un precioso regalo de Teresa Cayolla Porto, la viuda de Carlos Porto, poeta y crítico teatral. No sé si me gusta decir “la viuda de”, porque creo que Carlos Porto aún vive, no sólo en los libros y textos que nos legó, sino también en la memoria de quienes lo conocieron y, de una manera muy mágica, en Teresa. Me parece que lo he ido conociendo a través de Teresa y su amor inmortal. De hecho, estoy leyendo con admiración ‘Fábrica Sensível’ (Edições Cotovia, 1992), un libro de ficción sorprendente, porque cada capítulo toma la forma de una crítica de un espectáculo inventado. Al final hay una nota del jefe de redacción del periódico en la que se publican estas supuestas críticas y, en el “Apéndice”, incluso dos Cartas al director, una de un actor y otra de un director enfadados, para quejarse. El volumen se cierra con la breve respuesta del crítico. Empecé a leer pensando que tenía en mis manos un libro sobre crítica de espectáculos, aunque al principio aparecen estas palabras: “Nota (quizás) superflua. Esta obra no es lo que parece, pero es lo que no parece. […]” Y ahora lo leo enamorado de la ironía, de la capacidad de reflexionar sobre la vida, las artes y el amor, de manera fluida, mientras habla de espectáculos inventados, y también por la broma que, este metadiscurso de Carlos, tiene.

Vuelvo al hilo inicial de este artículo: la visita al Museu Nacional do Teatro e da Dança con Teresa Cayolla. El lugar parece sacado de un cuento de hadas, este palacio que, sin ser suntuoso ni megalómano, tiene unas proporciones acogedoras que se corresponden a la perfección con el legado que allí habita y con la naturaleza de las artes vivas. Tengo que agradecer no sólo a Teresa por llevarme, sino también a Rui Mourão por recibirnos y hacernos de guía, con una erudición muy amplia y sensible, porque nos explicó de forma empática y apasionada muchas de las piezas que se guardan allí, e incluso nos llevó a los jardines románticos que pertenecen al museo.

En esas estancias encontramos, entre otras joyas, el tintero y la silla de Almeida Garret. Trajes de diferentes épocas y estilos, con especial mención, para mí, del traje que lució Jorge Silva Melo en ‘Misántropo’ de Molière, en 1973, con el Teatro da Cornucópia, ahora que, en este 2023, se cumplen cincuenta años. Tuve la suerte de conocer a Jorge Silva Melo en los últimos años de su vida, y esa será otra presencia luminosa que me acompañará. Diseños de vestuario de uno de mis poetas favoritos: Mário Cesariny. Vestuario creado y diseñado por artistas como Almada Negreiros o Paula Rego. Aquel vestido rojo con el chal verde que Amália Rodrigues se había puesto en una gira por el extranjero. Preciosos carteles modernistas. Maquetas de los primeros teatros de Lisboa y otros que desaparecieron, algunos de los cuales cuentan con historias increíbles que nos contó Rui. Los primeros dispositivos para controlar las primeras luces, uno de los cuales parece un órgano musical de fantasía pop. El fascinante retablo de títeres de José Carlos Barros para la representación, en la Fundación Gulbenkian, en 1985, de la ópera ‘La vida del gran Don Quijote y el gordo Sancho Panza’ de António José da Silva, “El judío”, quemado por La Inquisición en el siglo XVII. Exquisitos títeres con detalles insólitos, como los ojos de Dulcinea, hechos con cerraduras, porque en ellos entraron las llaves que abrieron el amor de Don Quijote; los ojos del León, elaborados con pendientes con piedras azules en el medio; los ojos de Sancho, hechos con tuercas; los de otros personajes con botones metálicos, etc. Trajes, fotografías y carteles de danza, la colección de Jorge Salavisa, etc.

Nombres de personas que han marcado la historia de la danza y el teatro y algunas de sus huellas artísticas. Un recuerdo al que podemos entrar si queremos, porque este espacio nos lo permite. El cariño y el amor con el que tratan este legado son el puente que lo reaviva y deshace la paradoja, así como el amor inmortal de Teresa es mi puente para conocer a Carlos Porto.

A quien le gusten las artes escénicas le gustarán todos estos elementos que aquí se cuidan y conservan junto a sus historias. Y a quienes disfrutan de la vida, en su dimensión artística, también les gustará este Museo Nacional do Teatro e da Dança, porque en muchos de estos objetos aún continúa la vida a vibrar.

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