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Las hormonas de la revolución, la historia y el Fado Alexandrino

La historia y el mito coinciden en la distancia y en la posición elevada y eterna. Los mortales la miramos desde abajo, con asombro.

Algunas democracias occidentales recientes se construyeron después de dictaduras. Tarea que no debió de ser nada fácil. En la Península Ibérica, la República Portuguesa y su democracia celebran los 50 años de la Revolução do Cravos (Revolución de los Claveles), un acontecimiento extraordinario digno de la más bella historia, por lo menos visto desde mi perspectiva y comparándolo con la Transición española. Quizás por eso siempre he imaginado ese período lleno de claveles y de felicidad. Una revolución valiente e incruenta que ponía fin a una larga dictadura.

Abordar algo así desde el escenario me parece difícil, en parte, porque la historia siempre va a ser más grande y compleja, por lo menos en nuestra imaginación y en los gruesos libros, que cualquier espectáculo teatral.

Sin embargo, Nuno Cardoso y el Teatro Nacional São João do Porto se han lanzado a poner en escena la novela ‘FADO ALEXANDRINO’ de António Lobo Antunes. Un espectáculo que he podido ver el 31 de enero de 2025 en el Teatro Municipal de Tui (Pontevedra), gracias a la intercesión del Centro Dramático Galego y del Camões – Centro Cultural Português en Vigo, además, claro está, del Ayuntamiento de Tui y el de Valença do Minho. Una producción bien musculada de cuatro horas de duración, con tres partes: Antes de la revolución; la revolución; después de la revolución. Una suerte de puzle que teje las historias personales de un grupo de cuatro militares a lo largo de tres épocas históricas de Portugal: las guerras en África colonial; el período en el que la Revolução dos Cravos se estaba gestando y después florecía; y el comienzo de la democracia, acompañada de la instauración del incipiente sistema capitalista. La transición de valores: de la dictadura hacia el despertar de la consciencia revolucionaria y de izquierdas, hasta llegar a la democracia, libertad y liberalismo económico. Sin embargo, va a ser precisamente ese lado más personal el que hace que los tipos sociales de los militares, así como la ya casi legendaria Revolución, tomen una dimensión muy humana y compensatoria. Es la vida rompiendo las costuras del relato bien hecho, desintegrando con palabrotas, enamoramientos, borracheras y otras vergüenzas inconfesables la grandilocuencia de la épica de los actos heroicos de la Historia que se quiere escribir con mayúsculas. El lado personal de las relaciones familiares, lo que hace la distancia y la guerra en aquellos hombres jóvenes, con ideales, pero también con deseos inmanentes, fruto de una fase de la vida en la cual las hormonas y las ganas de fiesta son tan importantes o más que cualquier misión patriótica o política.

El espectáculo nos captura de manera convulsa, agitada y alucinada, a causa del cruce continuo de las diferentes historias personales en escenas simultaneas, con personajes que narran y dialogan, a la manera del drama épico, estando fuera y dentro de la ficción dramática, interactuando entre ellos y también hablándonos a nosotros, que, por veces, parecemos ocupar el lugar del Capitán (en el escenario, figurado mediante un maniquí sin uniforme militar). Todo eso mezclado con fragmentos audiovisuales, imágenes verídicas de época en documental histórico, y un film actual realizado con el elenco y sus personajes, de estilo surrealista.

Al final ese cruce consigue un efecto tan convulso, agitado y de alucinación, como lo son esas mismas historias de perdedores. E incluso me ha parecido que se asomaba, por entre la revolución y la democracia, metaforizadas en ese grupo de hombres desgraciados, la posibilidad nefasta de acabar por ser también perdedoras, frente a la ascensión de las ultraderechas, para cumplir el fado de que la Historia es cíclica y se repite, igual que la métrica que nos hace percibir el alejandrino. Recuerdo el discurso del Porta-Voz-Monárquico-Cristiano, frente a las libertades democráticas, reclamando un regreso de las censuras.

No he leído la novela ‘Fado Alexandrino’ de António Lobo Antunes, nunca he vivido en Portugal ni he estudiado, en la Galicia asimilada a España, la Revolução do Cravos ni la historia del país vecino. Por tanto, mi lectura de este espectáculo proviene exclusivamente del escenario y del increíble trabajo, a todos los niveles: un elenco formado por Ana Brandão, Joana Carvalho, Jorge Mota, Lisa Reis, Nuno Nunes, Patrícia Queirós, Paulo Freixinho, Pedro Almendra, Pedro Frias, Roldy Harrys, Sérgio Sá Cunha y Telma Cardoso, casi todos haciendo diferentes personajes, cambiando de carácter y, a veces, también de estilo (entre el realismo y la estilización hiperbólica de la farsa), de una manera sorprendente y siempre con una máxima entrega. La simultaneidad de acciones escénicas, por veces también de escenas (situaciones dramáticas), generaba un electrizante paisaje, en tensión entre lo dionisíaco y el orden apolíneo necesario para que no se perdiese la continuidad narrativa de las historias cruzadas y superpuestas. La adaptación y dramaturgia de Fernando Villas-Boas y Florian Hirsch es la base y todo parece indicar que han cuidado no solo las cuestiones estructurales y narrativas de la novela, sino también la riqueza literaria, trasladando fragmentos textuales directamente a la boca de los actores. En el caleidoscopio de este ‘Fado Alexandrino’ escénico también juega la envolvente del sonido y de la música, de Joel Azevedo y de Pedro “Peixe” Cardoso, para crear atmósferas emocionales y para evocar espacios y situaciones dramáticas, como el Bar Boîte Madrid. El diseño de luz de Nuno Meira y la escenografía de F. Ribeiro no esconden la naturaleza teatral de la propuesta, la potencian, facilitando un espacio flexible para el juego, donde otros espacios ficcionales pueden ser evocados, incluso en simultaneidad, sin olvidar elementos altamente simbólicos como el suelo de empedrado típico de las ciudades portuguesas y del centro de Lisboa, la camioneta militar en el lado derecho, y la casa con terraza en el izquierdo.

Cuatro horas en un caleidoscopio en el que la Historia con mayúsculas del período que trajo la democracia de la República Portuguesa, baja de los altares de la epopeya heroica hacia la aventura vital de quien para ganar tuvo que perder. Baja para el lado de la carne, de los fluidos, de las hormonas, de la vida en lo que tiene de más prosaico y fascinante. De hecho, asistimos a momentos muy fuertes.

En la función, a la que yo he asistido, hubo algunas personas del público que se marcharon, después de la primera parte, y otras pocas, después de la segunda. Al margen de los gustos o de las circunstancias personales que pueden influir en la recepción de un espectáculo, pienso que esta es una propuesta exigente para el público, acostumbrado a productos de corta duración. Además, también me parece que puede influir la estructura caleidoscópica o en puzle, que nos permite darnos cuenta de que se están representando unos personajes y sus historias, pero su comprensión no va a ser inmediata ni confortable, sino, más bien, diferida y diseminada. Sin embargo, hacia la mitad de la segunda parte y ya plenamente en la tercera, llegamos a la conclusión y al cierre de las historias, aunque, en el principio, nos hubiese podido parecer que aquello no acabaría dentro del orden del drama y del relato. Así, al final acabamos familiarizados, conociendo a los personajes, sus gracias y desgracias.

Un lujo este espectáculo monumental que nos pone delante del paisaje más humano jamás imaginado de la revolución, con su antes y después. ¡Impresionante!


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