Críticas de espectáculos

Las neurosis sexuales de nuestros padres/Lukas Bärfuss

En libertad condicional

Hay quien dice que las leyes nos dan libertad porque, entre otras cuestiones, nos establecen los límites de lo que se puede y no se puede hacer; la Ley nos da seguridad. Desde un punto de vista ontológico, tal afirmación es cierta y al tiempo paradójica: libertad con límites, libertad condicional.

Lukas Bärfuss, autor de «Las neurosis sexuales de nuestro padres», plantea los límites de la libertad en el ser social. Hace un análisis de la sociedad acorralada por las leyes, unas explícitas y otras consensuadas implícitamente, para comparar con crudeza la diferencia que existe entre un ser primario que se mueve (libremente) por instinto, y una sociedad encorsetada, o quizá libre, que se rige por unos convencionalismos que resultan difíciles de cumplir.

El autor desarrolla el proceso que se lleva a cabo en una joven que ha estado constreñida para decidir por sí misma debido a la edad y a los medicamentos que le anulaban la voluntad. Cuando los medicamentos desaparecen –metáfora de una educación represora- esta mujer comienza a sentirse mujer, individuo social en libertad.

En el lado opuesto están la familia, los amigos y el médico –trasunto de la institución que reparte moralidad– que se sienten amenazados, inquietos e indefensos por las consecuencias –posibilidad de que la mujer se quede embarazada– que conlleva el acceso a la libertad de la joven. Hay que subrayar que la sociedad (familia, amigos y médico) sienten desasosiego no por la libertad adquirida, sino por las CONSECUENCIAS que esa libertar pueden acarrear.

El texto de Lukas Bärfuss es contundente y desgarrador por la serie de conflictos que muestra. Y es que la joven con alguna anomalía mental posee unos deseos desmesurados hacia el acto sexual. Este hecho es aprovechado por un individuo indeseable (que también los hay en nuestra sociedad) que da rienda suelta a los instintos de la mujer.

Padre, Madre, Médico, Jefe y Mujer representan la sociedad normalizada que vive dentro de su contradicción personal, aunque de cara a los demás cada uno aparente su mejor comportamiento de convivencia. El Señor Fino representa el punto de inflexión egoísta, sin escrúpulos y cruel de la civilización. Dora, la joven que accede a la mayoría de edad con su indefensa libertad, representa al ser angelical, todo ingenuidad y con un sentido primario de la bondad.

Con todo, el texto cala en el público que toma partido por el personaje más débil: Dora. El resto de personajes son comparsa de una situación que se les escapa entre los dedos. Dora está en el centro de un juego de ping pong, es una pelota frágil que, sin comprender bien los golpes que recibe, desea volar en libertad. El público percibe que la pelota sufre y que en cualquier momento se puede romper. El corazón se encoje por la compasión frente a cualquier atisbo de reflexión, no ya intelectual acerca de la libertad ni acerca de su ética, sino acerca de la moralidad natural. Y es que el hombre que manipula la voluntad de Dora se hace odioso, repugnante e impertinente debido a una manifiesta maldad.

Aitana Galán ha realizado una puesta en escena austera y sincera para que el texto no entorpezca ni las emociones ni enmascare una posible reflexión. Es decir, desnuda la escena –apenas una mesa practicable para cada escena- y hace fluir la palabra acompañada de un leve juego de escenificación. Las ideas, los personajes, los razonamientos conforman un discurso suficientemente legible y sutil.

Para que este discurso se desarrolle ha contado con un equipo de actores y actrices de extraordinaria calidad. Son ese conjunto de intérpretes que, al verles, uno piensa: ¿Esta gente no tendrá acceso a premios por su trabajo excepcional, y no podremos verles en trabajos de mayor difusión? Así está la profesión.

Aitana Galán ha impuesto un punto óptimo de ejecución en los intérpretes para huir de la caricatura fácil o de la insulsez. Así, Carolina Lapausa hace una Dora profunda tanto por su dramatismo como por su candidez. Lidia Palazuelos se muestra en la madurez profesional afrontando a una Madre sensible, humana y comprensible. Alfonso Mendiguchía construye con equilibrio interpretativo un Padre desconcertado y débil. Fernando Romo, como Médico, muestra la experiencia actoral con las predicaciones de la razón. Josep Albert recibe al Señor Fino con más retórica que perversidad, cuestión que es de agradecer. Antonio Gómez Celdrán interpreta al Jefe con dulzura y humor. Flavia Pérez de Castro en Mujer utiliza el sentido común.

En definitiva, el trabajo de la compañía La Radical y Miseria y Hambre hay que encuadrarlo dentro de los montajes que no se deberían perder. «Las neurosis sexuales de nuestro padres» posee todos los ingredientes de un espectáculo espléndido tanto por un texto dramáticamente potente como por una puesta en escena sensible, inteligente y eficaz.

Manuel Sesma Sanz

Espectáculo: Las neurosis sexuales de nuestros padres – Autor: Lukas Bärfuss – Reparto: Carolina Lapausa, Lidia Palazuelos, Alfonso Mendiguchía, Fernando Romo, Josep Albert, Antonio Gómez Celdrán, y Flavia Pérez de Castro – Espacio Escénico: José Luis Raymond – Vestuario: Alberto Luna – Traducción: Luis García Araus y Paula Sánchez de Muniáin – Dirección: Aitana Galán – Producción: La Radical y Miseria y Hambre – Sala: Teatro Galileo de Madrid, en gira.

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