El Hurgón

Las palabras perdidas

La gente de buena conciencia, que es aquella que no suele ahondar en las circunstancias y que por ello ve todo en una sola dimensión tiene la tendencia a creer que quienes andan en actividades artísticas y culturales son gentes especiales, con una inteligencia superior, dotadas de un don divino que las lleva a sentir y a pensar distinto, y que por ello todos sus actos se encuentran exentos de malicia y de cálculo, porque también a estos «seres especiales» se les concede la gracia, que ellos mismos pregonan, de intentar salvar el mundo haciendo un verso, escribiendo un libro, componiendo un canto, contando un cuento, etc.

Y como la gente de buena conciencia, excede en número a la de mala conciencia, que es la que analiza, escudriña, controvierte, reclama, etc, una idea de esta naturaleza se encuentra muy difundida socialmente y por ese motivo algunos de quienes se autodenominan artistas se creen con licencia para opinar, sin tener en cuenta su responsabilidad de proveerse de elementos probatorios, para no incurrir con su dicho en el veterano ejercicio de la maledicencia, al que suelen acudir para paliar rencores, odios, envidias, frustraciones y demás sentimientos que ponen a convulsionar el alma.

Eso sucede en todas las disciplinas artísticas, pero se intensifica en aquellas que se ponen de moda, porque generan la idea de que es el campo artístico dentro del cual se debe entrar si se desea trascender, y por lo cual empieza, entre los pretendientes al triunfo, un afán de figuración, que genera una carrera de competencia, durante la cual van apareciendo las perversiones que cada uno es capaz de poner en práctica para saltar impunemente por encima del otro y ganarle la partida.

La narración oral es una de esas disciplinas en la que se ha producido un ingreso masivo, y en la cual hay personajes, no muy convencidos de hallarse en el lugar adecuado, y por eso, a pesar de que la palabra es la principal herramienta para desarrollar el ejercicio, esos desubicados acuden a ella con irresponsabilidad, porque en vez de utilizarla para contar historias y trasmitir saberes y mensajes a través de éstas, la usan para contar historias de difamación, inventar mentiras, armar rumores e incitar a la desunión.

Debido a su rápido despertar, y a que se ha popularizado el oficio de la narración oral, muchos buscadores de espacios apropiados para hacer espectáculo han terminado recalando en este puerto, quizás con el propósito de hacer un alto en el camino, mientras deciden adonde ir, y por tal motivo su ejercicio posee un afán individual, porque está dirigido a resolver un problema personal, cuyo componente fundamental es la vanidad,

Quienes obran impulsados por este componente personal, dedican el tiempo, exigido por toda disciplina para hacer análisis y cualificar el desempeño, a urdir audacias que les permita permanecer en el oficio sin ser puestos en evidencia, y por dicha razón su soporte dentro de la actividad termina siendo la incondicionalidad y su integración en esos conciertos de maledicencia y descrédito que se forman en todas las organizaciones para cuestionar el trabajo de los demás.

Estos indecisos de la narración oral se convierten en perfectos mensajeros de la infamia, porque adiestrados sus gestos en la hipocresía, mientras sonríen y muestran cara de buenos amigos, pregonan infundios, alimentan calumnias y crean insinuaciones tendenciosos en contra de otros ejecutores del oficio, para complacer a quienes aparecen en escena como caudillos de la narración oral, supuestamente facultados para decidir quién puede o no ser parte del gran conglomerado, quién puede llevar el nombre de narrador oral, y quién está en condiciones de ser promovido en los escenarios internacionales.

Algunos de éstos incondicionales mensajeros de la discordia, nos hacen creer que su interés por la gente está por encima de cualquier otro, incluido el dinero.

¡Vaya!

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