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Maruja Roca Foundation

Hay quien se sitúa en la vida precaviendo acontecimientos, orientando su rumbo según un orden de expectativas. De esa manera, nuestros pasos, nuestras acciones, están condicionados, hipotecados, en función de esas expectativas. Lo que se espera, lo esperable, hipoteca el presente y nos resta libertad.
Vamos al teatro con una estructura de expectativas más o menos consciente. Todo lo que se sitúe fuera de ese horizonte cae en los márgenes. Las personas encargadas de la programación de los teatros también deciden lo que vamos a poder ver según una jerarquía de expectativas. Así que la realidad planificada, según un orden previo mental, si no elimina, mengua la posibilidad para encontrarnos con propuestas fuera de moldes. De esta manera, las experiencias artísticas sui géneris quedan reducidas a la excepcionalidad.

Dentro de esta excepcionalidad tan necesaria podemos incluir el ciclo “A palabra transmedia” (La palabra transmedia) de la Diputación de A Coruña, en el Teatro Colón de la ciudad herculina. Y dentro de este ciclo encontrarnos con ‘Maruja Roca Foundation’ de A Central Folque, un espectáculo que pone en escena algo más que el libro ‘O feitizo de Maruja Roca’ (El hechizo de Maruja Roca), en el que Nieves Neira Roca, joven poeta y periodista lucense, junto Eutropio Rodríguez, fotógrafo, recuperan y difunden el legado de una de las primeras fotógrafas de Galicia, mi amiga María Roca (1912-2011).

Imágenes en blanco y negro de una época gris, años 40 y 50, en las que, de manera rudimentaria, artesanal y casi milagrosa, por la falta de recursos, Maruja (re)creaba escenas entre lo real y lo fantástico. Una visión artística antropocéntrica y femenina, en la que las gentes de Becerreá, en la montaña de Lugo, cobran presencia escénica. Esto es: adquieren el halo de lo extraordinario, aparecen en composiciones que semejan fotogramas de una película de ficción, más que de un documental.

Los años 40 y 50, en un pueblo de la montaña de Lugo, que vivía principalmente del sector servicios, mínimamente beneficiado por estar en la N VI, en el trazado de Carlos III, pero, sobre todo, de la ganadería y la agricultura minifundista, no eran una época ni un lugar fáciles para vivir. Por eso las fotografías de Maruja Roca rompen las expectativas.

También ella era una mujer que rompía el molde asignado a su género, por su capacidad para trascender lo doméstico y proyectarse en lo artístico y lo social. Lo hacía a través de la fotografía o, cuando yo la conocí, desde los años 80 hasta su muerte en 2011, a través de la pintura, en su gran colección de pallozas y paisajes ancareses. También, a través de los cuentos que escribía para la revista cultural A Pipa, con la que colaboraba, participando, además, en las actividades lúdicas, poéticas y teatrales, que organizábamos un reducido grupo de jóvenes.

El testimonio que nos legan sus imágenes impugna cualquier tipo de miseria, incluso cuando fotografía a “Manolín das aguilladas”, “o Carboeiro” o a las personas que andaban pidiendo, por las puertas, algo para comer. Como si fuese una directora de teatro o de cine, era capaz de extraer la posición, la actitud, el rictus de lo más alegre, feliz y bonito de esa gente. Imposible encontrar, en sus fotos, gestos adustos, dureza, violencia, dolor o maldad.
Incluso era capaz de sorprendernos con la sensualidad implícita y sutil, al margen de la edad y el género, en sus composiciones. Mujeres, amigas o hermanas, que se cogen de la cintura o se juntan estrechamente y miran a la cámara con complicidad y un asomo de tímida picardía. Un joven travestido en bailarina, con el traje de danza tradicional gallega. Marisú, su hija, de niña, con la melena al viento, en un trucaje de la posición que nos la muestra como si fuese la protagonista de una película de la época dorada de Hollywood. Las fantasiosas escenas de inspiración oriental, que recrean la ceremonia del té. Mi abuela Manuela Gómez, la única labriega que aparece en el libro, mujer de mucho estilo, que Maruja supo potenciar.

Cuerpos de mujeres que adoptan, sin saberlo, la posición de “tribhanga”, una postura milenaria tradicional en las formas de danza clásica de la India, correspondiente a la S en la escultura griega de Praxíteles. Un curvarse en S que, aún en el estatismo, sugiere movimiento, fluidez rítmica y energía juvenil. A veces, el “tribhanga” surge sutilmente justificado por la utilización de objetos, como puede ser el cántaro de barro que apoya en su cintura Maruja de Montaña; en la curvatura que produce el simulacro de baile flamenco; o en el acto de apoyarse o abrazar un árbol.

La mujer como centro de un mundo que se sueña alegre y sensual, pero también la infancia, los marginados, vagabundos, gitanos, pasan a ser protagonistas de escenas magnéticas.

El sábado, 29 de octubre de 2022, en el Teatro Colón de A Coruña, asistí al espectáculo titulado ‘Maruja Roca Foundation’. Con dirección escénica de Cristina Domínguez Dapena y composición y dirección musical de Pablo Sanmamed, al contrabajo, en un cuarteto que se completa con Helena Souza Estévez al acordeón, María José Pámpano al violín y Iago Mourinho al piano. Un espectáculo sui géneris, en el que Nieves Neira Roca actualiza el encanto de Maruja Roca, en un registro liminar entre el canto, el cuento y la poesía. Su dicción y la palabra se escande y musicaliza entre las melodías fabulosas del conjunto instrumental. Hay una conjugación alquímica entre palabra, música e imagen, que eleva lo mostrado por encima del mero documentalismo.
Pero no se trata solo de la palabra, la música y la proyección de las fotografías. También importa, y mucho, el movimiento del cuerpo de Nieves como actuante, su gesto sostenido y su manera musicalizada de intervenir. Hay una danza implícita que, en uno de los capítulos, se expresa en una coreografía muy sencilla, anti exhibicionista, que poetiza, como por decantación, las formas y las composiciones de las fotografías de Maruja Roca. Es como si una amalgama de aquellas figuras de las escenas fotográficas cobrase cuerpo en la danza de Nieves. Además, también está la intervención de Eutropio, reflexionando e intentando desentrañar el misterio de aquella fotógrafa supuestamente autodidacta que, desde la precariedad, hizo arte.
Entre los momentos inolvidables, además de lo citado, la escena en la que Helena, María José y Nieves subliman el trabajo de laboratorio fotográfico artesanal de Maruja, en la ceremonia de revelar, en calderos, las fotografías y colgarlas, para que se sequen, en una rama que después asciende. También el capítulo titulado “El club de las raras de Becerreá”, en el que se combina mi testimonio grabado, con un dueto de voz y violín, protagonizado por Nieves y María José. En el testimonio describo brevemente a la Maruja Roca que yo conocí, también a Domitila, que había sido represaliada por el régimen fascista, o a Carmita, que me introduce en el yoga. El dueto de voz, Nieves, y violín, María José, propicia un diálogo palabra/música fascinante, que nos descubre aquella búsqueda de “el club de las raras” y su creación del paraíso. Porque Becerreá, gracias a mujeres como Maruja Roca, fue paraíso. Sus fotografías parecen indicarnos que la felicidad y la alegría son posibles.

Una delicadeza que aflora en ‘Maruja Roca Foundation’, fruto raro, excepcional y delicioso.

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