Y no es coña

Palabras para la escena

Desde los tiempos áureos, la escena ha hablado de una manera especial para convertirse en literatura dramática y huir, en términos generales, del costumbrismo, a no ser que estemos en un género concreto o que algunos personajes utilicen de manera apropiada un lenguaje de pillos, de calle, de excluidos, que tiene su tratamiento adecuado. Desde hace muchos años parece que existe una involución cultural en los escenarios que se ha considerado como un supuesto avance, como un signo de modernidad que acabó siendo posmodernidad.

Se ha pasado de un resurgir del sainete recargado de nueva significación política a un uso desmedido del habla de la calle, de la aparente conexión con los públicos menos exigentes, del yo en todos los discursos frente a los espectadores que eliminan toda complejidad estructural y que rebaja de manera casi obsesiva cualquier referente culturalista y no digamos intelectual o filosófico, de los que se huye como si estuviéramos ante un anatema religioso. Si hace unos años señalé que en muchas propuestas de la danza contemporánea se hablaba más que se bailaba, hoy debo señalar que ahora se habla demasiado en casi todas las propuestas, pero con un tono de tan baja calidad que oscurece, en demasiadas ocasiones, la buena voluntad que tienen por acercarse a temas y asuntos de interés general, aunque casi siempre enfocadas a asuntos muy en boga y debido entre otras cosas al auge, incuestionable y plausible de la presencia en todos los rangos de la organización creativa, productiva y de exhibición de mujeres suficientemente preparadas y que aportan un añadido en su mirada, al resquebrajar los esquemas más acartonados.

La autoría vive en unas circunstancias contradictorias por su amplitud de voces, por la cantidad de nuevas firmas, por su presencia habitual en los escenarios, lo que es importante, pero a la vez, se nota una cierta tendencia a la reducción de las estructuras dramatúrgicas que propongan tramas, personajes, situaciones que vayan más allá del esquematismo simple, donde se identifican a los buenos y malos en una primera instancia y que no rompen su devenir previsible. El esquematismo, la simpleza, esa perversa referencia inconclusa teórica y prácticamente a la auto ficción, nos colocan ante espectáculos que parten de una buena idea, de una propuesta interesante, pero que se ahogan en su mismidad, en su reiteración, en su acumulación de tópicos, personalismos, egolatrías o simplemente porque no hay mucho más, una idea de arranque y un dejarse llevar por las circunstancias y la inflación de relatos audiovisuales, de las que beben y, en demasiadas ocasiones, son parte fundamental muchas de esas personas que firman la propuesta escénica.

Todo lo anteriormente escrito forma parte de un tiempo histórico y de una mirada traviesa, en el sentido de que al tener muchas referencias, tanto de lo visto, como de lo publicado en el terreno de la literatura dramática actual, me empuja a volver a clamar en el desierto de los supuestos éxitos, del todo va bien, para indicar que la dramaturgia iberoamericana y la europea tiene unos niveles más exigentes, que la diversidad en todos los escenarios es muy saludable, pero más lo es saber diferenciar lo que es una buena “carpintería teatral”, el tratamiento de temas cercanos y muy asimilables por una amplia mayoría, y lo que apunta a cambios de futuro, a ambición expresiva literaria, filosófica y teatral. Aquello que probablemente tiene más recorrido de futuro, si es que eso existe, ya que estamos en una etapa de la evolución cultural en la que el consumismo y el ahora mismo, es una plaga que nos hace movernos siempre en territorios neoliberales nefastos para el crecimiento y la trascendencia que es lo que necesita la escena para ser algo más que un parque temático o una diversión con ínfulas.

Y de cierre, sin ánimo de nada más que de abrir nueva vía de reflexión me pregunto si todo esto tiene que ver con dos asuntos, las escuelas de dramaturgia existentes, los talleres que proliferan, quiénes los dan y desde qué punto de partida y después ver que han crecido las editoriales dedicadas a los textos dramáticos, pero que, en su mayoría, plasman lo existente, no se busca novedosas voces, ni turbulencias no contrastadas que abran posibilidades expresivas.

Felicidades a todas.

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