Incendiaria en combustión

Puentes y traiciones

La construcción de un puente y de un muro pueden tener una esencia común pero hay una gran diferencia ideológica entre levantar un muro o un puente. La idea surge a raíz del tema «Wall and bridges» de John Lennon que ilustra una información sobre el euro. Después de todo, no es casualidad que los billetes de la moneda única europea cuenten en su diseño con estas construcciones. Son el símbolo de la unión y de la libre circulación -aunque que en el fondo todo sea fruto de una alianza irreal en la que esa economía que tiende puentes acaba por levantar muros.

Personalmente, prefiero la idea del puente a la del muro pero no la limitaría a lo mercantil o lo pecuniario: creo en la escena como puente. Pienso en la función que la escena cumple a la hora de traducir y difundir autoras y autores teatrales de otras latitudes hasta el punto de hacerlas casi propias del contexto en el que son traducidas o adaptadas. Pese a las injurias por traición que soporta la traducción, ésta última es otra de las grandes formas de unión y diálogo. Con ellas se comparten realidades, se descubren diferencias, se rescatan semejanzas: se construyen puentes de ida y vuelta.

En muchas ocasiones, las traducciones llegan antes al público a través de una compañía teatral que mediante su edición y venta impresa. No se trata de debatir de si es más eficaz la una o la otra o si la letra impresa goza más prestigio que la palabra dicha sobre un escenario: es simplemente la confirmación de que la escena –dentro de la inutilidad que muchos le colocan o de la animadversión que otros le profesan- cumple una importante función de acercamiento entre sociedades.

Sin realizar una revisión profunda, en la escena gallega en gallego hemos podido descubrir y disfrutar de textos de Harrower, Schwab, Mayenburg, Mrozeck, Churchill, Reza…. Algunos han llegado a editarse, otros permanecen como herramienta de trabajo de las compañías que los han puesto en pie. De entre esas traducciones, en estos momentos está girando Oeste solitario, la versión que Producións Teatrais Excéntricas ha realizado a partir del texto de Martin McDonagh. Avelino González vuelve a traducir a este autor del que ya había adaptado «Un cranio furado» (A skull in Connemara) también para PT Excéntricas y «A raíña da beleza de Leenane», que Teatro do Atlántico montó hace unos años.

«Oeste solitario» (Lonesome) es un drama familiar en el que a través del duelo permanente de dos hermanos descubrimos una sociedad brutal que necesita sus tensiones para seguir funcionando. La religión, el alcohol, la muerte y la violencia se suceden en este texto despiadado construido a base de diálogos ágiles, agudos y que desvelan con gran naturalidad una esencia destructiva. «Oeste solitario» (Lonesome) es Irlanda pero también es Galicia. Las coordenadas y el mundo atlántico son comunes. Comunes son también el peso de la religión -aunque no de lo eclesiástico-, el humor oscuro que roza lo trágico y el esperpento, siempre descarnado y trazado con brocha gorda.

Y mientras Babel no vuelva a nosotros –a pesar de cierto empeño monolingüe-, la traducción sirve para andar el camino. Por eso en este 2012, en lugar de puentes y viaductos pediría traducciones, que también son obras públicas. Aunque la cosa está complicada ya que, sin necesidad de remontarse a Babel, recuerdo que por el mes de septiembre la Dirección Xeral do Libro excluía como gran proyecto traducir el «Ulises» de Joyce al gallego. Decisión curiosa tanto por el valor de la obra –en la que soplan los vientos de Elsinor- como por el valor simbólico de un autor que la primera vez que fue traducido en España fue en gallego por Ramón Otero Pedrayo. Pero recuerdos aparte, la cosa es no caer en el desánimo.

Y si las traducciones escritas no caen en nuestras manos siempre podemos buscar en la escena. Ahí los puentes no son ni de piedra ni de papel sino de carne y hueso: una buena manera para que las ideas vivan y respiren.

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