Qué mueve la danza Transeúnte de Daniel Rodríguez
La emoción en el paso y en lo que trae consigo.
La emoción como tensión o intensidad del estar en la simetría del ser singular.
La tensión rítmica del contraste entre la singularidad y la pluralidad del ser.
La singularidad biográfica, física, topográfica, cultural, territorial del sustrato en el que nace y crece la personalidad, que no es más que una planta, un árbol o un animal. El lugar donde uno se cría reverbera, después, en las creaciones de quienes no se rinden a modas ni tendencias ajenas, de quienes escuchan sus raíces y, desde esa médula, vuelan libres y transitan por el mundo adelante, como un arriero que lleva canciones dondequiera que va.
La pluralidad de todas las personas que encontramos y de las que aprendemos algo, la pluralidad de estímulos y diferencias que nos nutren y nos constituyen.
La emoción en el paso de danza, en el movimiento que no viene vacío, pero que tampoco necesita una intención, una conquista, una meta, un propósito.
En lugar de una intención, una tensión, la de la intuición.
En lugar de una intención, una sensación, una vibración, como las olas que van y vienen en la voz de Aida Tarrío (Tanxugueiras). En ellas se puede sentir esa conexión telúrica que va más allá de cualquier intención finalista, porque son un camino y un canal. La onda sonora se mueve invisible, profundizando y yendo más allá. Mientras los cuerpos navegan y recalan en una marea de olas que despliegan belleza y emoción de alta intensidad.
La iluminación de Mauricio Pérez Fayos y la coreografía de Daniel Rodríguez, ampliada a Javier de la Asunción, Laura García, Andrea Pérez, Aida Tarrío, Artur Puga y el propio Daniel, con el canto y la música en vivo de Aida y Artur, combinadas con la producción musical de Carreño y Acacia, generan atmósferas muy visuales, casi cinematográficas. Destilan un magnetismo irreductible que tiene que ver con esa intensidad que carga el paso, los pasos de baile, en su creatividad enraizada en un territorio cultural y biográfico desbordante, universalizado, pero existente e irradiante.
Me parece que ahí reside la identidad gallega de esta danza contemporánea. No es necesario señalizarlo en escena por el “bonitismo” de los pasos icónicamente reconocibles de la danza tradicional. No es necesario mezclar ahora algunos pasos del baile tradicional, ahora la heterodoxia creativa de lo contemporáneo. No se trata de eso aquí, sino de pasar de ese sustrato nutricio a la libertad creativa del movimiento, desde la nueva sensibilidad e ilimitación de la danza contemporánea.
El prodigio aquí, en este ‘Transeúnte’ de Daniel Rodríguez, es que no se trata de la obra como producto de mercado global, como una mesa de Ikea o como los pasillos de cualquier centro comercial del mundo, o cualquier calle comercial de cualquier ciudad del “primer mundo”, todas iguales y despersonalizadas, todas homologables. Pero tampoco es una obra basada en la singularidad autorreferencial individualista. Esta coproducción de Daniel Rodríguez con el Centro Coreográfico Gallego, que se estrenó el 21 de febrero de 2025 en el Teatro Municipal de Tui (Pontevedra), trae consigo la riqueza de un mundo, con sonoridades, impulsos y maneras moldeados por un ecosistema “natural” y cultural diferenciado, que se puede compartir y que, además, posee unos resortes que conectan con personas de otros paisajes y culturas.
La magia de ‘Transeúnte’ hizo de la noche del estreno una noche prodigiosa, con el teatro lleno hasta los topes y todo el público de pie, en una de esas ovaciones donde se siente el aplauso sincero y cálido.
Me resulta muy difícil emocionarme de la forma tan intensa que me ocurrió en dos de las secuencias de esta pieza y sé que no fui el único, a juzgar por los comentarios de la gente en la conversación posterior al espectáculo. Despertar la emoción sin recurrir a clichés sentimentales, desde una cierta abstracción dancística, habitada por pulsiones vitales vinculadas al sustrato sociocultural y etnográfico gallego, contagiadas a través de la intuición y los cuerpos, es uno de los mayores prodigios de esta pieza. Hay canto, música, percusión, sonoridades ligadas a lo tradicional, pero también llevadas hacia una abstracción universalizante y cósmica, en la que los mundos del transeúnte (todos somos transeúntes en esta vida y en este planeta) vibran en el mundo global. Y no importa donde estés, porque en el estar llevas el ser. Una danza en la que el “dónde” se singulariza e identifica de manera inclusiva (no excluyente), desde la médula.
Y tú ¿DE DÓNDE eres? La onda del dónde hace una transfusión de lo tradicional a lo contemporáneo. El transeúnte es una figura alegórica, asumida en gran parte del espectáculo por Artur Puga en su caminar y también al contar cómo los bailes y las canciones pasaban de un pueblo a otro, de una persona a otra. Pero también es una asunción coral y comunitaria distribuida en todo el elenco, tanto al unísono como en las diversas combinaciones entre el cuarteto formado por Javier, Laura, Andrea y Daniel, más centrado en la danza en sí, y el dúo formado por Aida y Artur, más centrado en el canto y la música. Aunque el movimiento y el baile, incluso la canción que dice “aldeíña de Toutón”, se extienden por todo el grupo y nos llegan en un escalofrío de belleza y conexión con algo muy profundo.
Además, esta figura alegórica del transeúnte trasciende los géneros binarios hombre/mujer, por el vestuario de Sheila Pérez, en un híbrido de faldas y pantalones, capas y camisas, con diferentes tejidos vaqueros, así como por la atribución no genérica del movimiento coreográfico.
El aspecto reciclado de los tejidos denim y la superposición de fragmentos de ropa, más o menos identificables, dan como resultado una caracterización inusual, que nos transporta al reino de lo extraordinario y lo festivo. La gama de azules se presta a la conexión simbólica con el mar, el cielo y la no permanencia o el cambio eterno. Factores que están en la base de la vida y que, de alguna manera, están representados por la figura transeúnte.
Lo bello aquí, en esta pieza, es que el transeúnte pasa, pero no desaparece del todo porque al pasar deja algo. Y ese algo que deja es una energía que toma forma de danza, de canto, de conexión, de acción amorosa, de transmisión que transforma. Ese algo que deja impugna la muerte. Velahí el prodigio de este ‘Transeúnte’. Algo pasó y algo permaneció.
P.S. – Artículo relacionado:
“ABANEA. La danza que refresca”. Publicado el 30 de julio de 2023.