Velaí! Voici!

Secretos

En el primer tratado occidental de dramaturgia, La Poética de Aristóteles, que tiene unos dos milenios y medio de antigüedad, se señala la importancia radical de la «anagnórisis» en la tragedia. Entre las acciones que componen el género dramático, aquella que produce una «anagnórisis» o revelación arrastra consigo múltiples efectos empáticos. Una «anagnórisis» o revelación puede constituír un efecto sorpresa que, a su vez, genere una «peripecia»: el cambio de sentido de la acción, la reorientación del deseo de los personajes a los que afecta dicha revelación y, por extensión, al público que se identifique o se solidarice con esos personajes. El teatro nos brinda la oportunidad de compartir los anhelos. inquietudes y avatares de los personajes de manera sublimada. Las revelaciones y los desvelos.

Además, tanto en el género dramático de base aristotélica, como en el amplio continente de las teatralidades postdramáticas, desvinculadas de la hegemonía de una historia o fábula, uno de los mayores placeres y alivios es la liberación que se produce mediante acciones confesionales, mediante revelaciones más o menos explícitas. Ya sea a través de la palabra, ya sea a través de un movimiento corporal, de un sonido inarticulado o de la confluencia heterodoxa y heterogénea de cualquier código escénico: un haz de luz determinado sobre un objeto determinado e un momento determinado.

El teatro, al ser una experiencia compartida, nos brinda la oportunidad de liberarnos de nuestros secretos, de manera indirecta y sin peligro. El teatro ahí cumple la función de un dios, de una diosa. Talía nos permite revelarnos y rebelarnos cuidándonos, protegiéndonos.

En la actualidad la neurobiología respalda positivamente este hallazgo de Aristóteles y nos muestra que el género dramático funciona a imagen y semejanza de cómo funciona nuestro cerebro.

A la pregunta: «¿qué es, neurobiológicamente, un secreto?», el neurocientífico del Baylor College of Medicine, David Eagleman, contesta que un secreto «es el resultado de la lucha entre partidos que compiten en el cerebro. Una parte del cerebro quiere revelar algo, y otra no.» Y la razón por la que un secreto se experimenta de manera consciente es, precisamente, gracias a ese conflicto en el cual siempre media una contraemoción: el temor, el miedo, la aversión a las consecuencias que nos puede reportar el hecho de revelar ese secreto. Alguién cercano podría pensar mal de ti, o podrías perjudicar a alguien que te importa, o la gente que te rodea, al saberlo, podría hacerte el vacío. Velahí el miedo. Esa fuerza atenazadora que nos oprime y que no nos deja progresar. El arte del teatro, como liberador y esconjurador de los miedos es, en sí mismo, progresista y terapéutico.

Un secreto es como una prisión, como una cárcel (¿de seguridad?). Hay que mantenerlo guardado, cerrado bajo llave. ¡Recuerdo un verso de Rilke en el que anunciaba que quien guarda la llave confirma su prisión!

El neurocientífico Eagleman nos dice que lo más importante que sabemos de los secretos es que mantenerlos no es saludable para el cerebro. «El psicólogo James Pennebaker y sus colegas estudiaron qué ocurría cuando las víctimas de violación y de incesto, por vergüenza o por sentimiento de culpa, decidían guardar el secreto. Tras años de estudio, Pennebaker concluyó que ‘el acto de no comentar ni confiar a nadie el hecho podía llegar a ser más dañino que el hecho mismo per se’. Él y su equipo descubrieron que cuando los sujetos confesaban o escribían acerca de sus secretos más profundos, su salud mejoraba, se reducía su número de visitas al médico y había decrementos mesurables en sus niveles de hormonas del estrés.»

Velahí la gran potencialidad del teatro como arte en la que, a través de la identificación con los personajes de ficción, o a través de la empatía con las actrices y actores y sus acciones escénicas, vivimos una experiencia de liberación sublimada de nuestros secretos, en comunidad.

Pero, además, es necesario apuntar que, en este ritual artístico del teatro, siempre funcionará mejor NO dar soluciones ni consejos, sino inducirnos a su búsqueda generando cooperación y un movimiento crítico y emanciapador. La neurobiología lo confirma en el caso de los secretos: «airear un secreto generalmente se hace porque sí, no para que te den un consejo. Si el que escucha atisba una solución evidente a algún problema relacionado con el secreto y comete el error de sugerirlo, eso frustra al que lo cuenta, pues en realidad lo único que quería era contarlo. El acto de revelar un secreto puede ser en sí mismo la solución.»

Y en el teatro, generalmente, no hay posibilidad de réplica por parte de la recepción: los secretos se abren, las emociones y el conocimiento se liberan. Acciones, imágenes, palabras, movimientos al fin y al cabo, se graban en nuestro cerebro y salimos del teatro como nuevos, algo ha cambiado y cómo hemos disfrutado.

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