¿De qué sexo es la palabra?

Uno

Recién llegada a Montevideo luego de una gira. Con la necesidad enorme de tener una imagen propia, a veces uno se produce, combina formas, elige piezas, vocabulario, sitios para comer, para caminar, y se pierde. Necesitaba encontrarme en lo desprolijo de la intimidad.

Verme sin ropas, sin maquillaje, en la cama revuelta , a solas con mi gata. Escribir a cualquier hora, dormir a cualquier hora, no ver ningún rostro por horas. Eso necesitaba.

No conocer nada nuevo. No escuchar ningún ruido nuevo. No cambiar rápidamente de estación. No ser lúcida todo el tiempo. Nada. Entregarme a uno de los pecados capitales que más disfruto: la pereza. Dejarla entrar, que se acomode, que me alborote el pelo, que desordene los horarios, que la casa se caiga y me inunde el caos. Esa es mi forma de descansar. Aunque también descanso trabajando. Empieza como un vicio, como tomar helado de madrugada, o beber vino acostada. Y una hilacha, una palabra queda dando vueltas, buscando cuerpo, sitio, algún lugar llamado relato, historia, algo para quedarse y no ser huérfana. Ahí es que no sé definir cuándo es descanso y cuándo es trabajo. La palabra busca territorio y el cuerpo busca personaje. No hago nada. Ellos hacen todo. El trabajo sucio, el trabajo limpio, desordenan para ordenar. Y cuando quiero acordar estoy de pie con pocas horas de sueño, con la cabeza colocada en cómo resolver la escena sin dinero. Olvidándome del dinero que necesito para pagar mis cuentas y de ir de compras para llenar la heladera. Nada de eso ocupa sitio en mis largas y espesas horas. El tiempo es un túnel angosto que uno dilata para ver el final. Y ya abandonada por completo al trabajo. Un cuerpo que no recibe amor, que no recibe otra cosa que el ingreso del relato, el ingreso del personaje, el ingreso de la escena, el ingreso del montaje, el ingreso de los ensayos, el ingreso de las funciones, de las representaciones. Un cuerpo que no recuerda qué es el sexo. Mi vida erótica se despliega en las tablas. No recuerdo qué elijo o qué me elige a mí. No controlo la palabra control. Y vuelvo al pedazo de felicidad que me espera en la cama revuelta, en la nada, en escribir por alivio, dejar salir el pedazo que pide asilo, ese trozo sangrante que quiere estar, tener identidad, voz. Me entrego a la escritura, no me miro en el espejo, no pienso en la vejez, en la carne humillada, en lo poco que uno hace para ser feliz, en lo mucho que uno hace para ser feliz, y nada se logra, pero viene la palabra ajena, la desconsiderada, la prolija y sorprende con un cuento. Uno puede sorprenderse y eso es lo más lindo que te puede pasar al final del día.

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