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Acontecimiento y dramaturgia

Ciertamente el teatro va mucho más allá de la representación de historias mediante acciones de diversa índole.

El arte del teatro nos toca directamente al ser un acontecimiento que se da en el encuentro espaciotemporal de un aquí y ahora cambiante e incierto, en un devenir de cuerpos y energías, pulsiones emocionales y neuronales, empatías y apatías…

El teatro es un animal pensante y huidizo, inmanente y polisémico, pragmático, poético y metafísico.

Quizás por todo ello leer espectáculos teatrales siempre resulta un desafío. Quizás por eso me comentó en cierta ocasión Marco de Marinis, de la Universidad de Bolonia, donde comenzó a ocuparse de la «semiótica teatral», en los años ochenta, dentro del grupo de Umberto Eco, que la semiótica no acaba de dar cuenta del funcionamiento del teatro ni de un análisis concluyente.

Este comentario de Marco de Marinis sobre un cierto fracaso de la semiótica respecto al teatro coincide, curiosamente, con la aseveración de José Gil sobre la danza cuando afirma que ésta no es un lenguaje.

«La danza por sí misma no significa nada. El gesto danzado, a menos que haya sido concebido (codificado) para mostrar cierta significación precisa, no quiere decir un sentido que el lenguaje articulado podría traducir de manera fiel y exhaustiva. El gesto es gratuito, transporta y guarda para sí el misterio de su sentido y de su fruición.»

Por debajo o por encima, o por el medio, de las acciones previstas en un partitura dramatúrgica para el teatro va una danza que las convierte en un acontecimiento único e irrepetible. Inmanente y, en cierto modo, inefable, como la vida misma, pero amplificada, ritmada… sublimada.

No obstante, si ese conjunto de acciones (sonoras, verbales, coreográficas o cinestésicas, objetuales, escenográficas, lumínicas) no contase con una conciencia dramatúrgica (estructural y compositiva), seguramente dejaría de funcionar artísticamente como acontecimiento.

La dramaturgia (el trabajo con las acciones) se esmera en buscar o en encontrar un sentido, una dirección, una trama que el teatro convierte en acontecimiento vivo e irrepetible en sus trazos más finos, en sus ecos más sutiles.

Hace un tiempo, dos amigos escritores mantenían un diálogo en las redes sociales que, de alguna manera, coincide con la ecuación en la que, de continuo se mueve el arte del teatro.

María do Cebreiro anotaba:

«Borges: ‘Dios mueve el jugador, y éste la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trampa empieza / De polvo y tiempo y sueño y agonía?’ Pero Borges se equivoca, la pregunta que hay que hacerse es la inversa, no la pregunta por la causa primera (que es la pregunta de la religión) sino la pregunta por los efectos últimos (que es la pregunta de la política): poco importa cómo se genera una causalidad, sino, al contrario, dónde termina, dónde desemboca, cómo acaba. La cuestión de las causas primeras es una cuestión metafísica y ociosa; disfrazada de pregunta sustantiva, en realidad es la pregunta que no pregunta nada. En cambio, la pregunta por los efectos últimos es la verdadera pregunta del arte; es la pregunta que transforma el mundo, que convierte una cosa en otra.

Damián Tabarovsky. Autobiografía médica. Madrid: Caballo de Troya.»

Manuel Forcadela respondía:

«Pero aun así no hay política sin contingencia. No hay posibilidad de política cartesiana y puramente numérica. Y la revolución es un ‘évenement’, por encima de las sumas de las voluntades.»

María do Cebreiro:

«Que curioso, estoy leyendo un libro de Negri en el que objeta (de un modo no siempre convincente, pero sí sugestivo) esa idea del «por encima», y defiende (contra Badiou y Agamben y con Spinoza) una concepción de lo político como pura inmanencia, como el lugar donde se anudan la multiplicidad y la singularidad del ser.»

Manuel Forcadela:

«El acontecer es una excepción y un error que escapa al lenguaje del número. El momento en que lo real parece no ser racional.

[…]

El algoritmo infinito de un movimiento infinito que no puede ser comprendido parcialmente. El objeto a.»

Ciertamente el arte del teatro es colaborativo y social, con una fuerte dimensión política desde sus orígenes, pero también con una pátina religiosa y ritual.

El teatro incluye en sus coordenadas compositivas el espacio para la inevitable contingencia que se deriva de su cualidad fundamental como acontecimiento. Un lugar donde se funden, a través de la inmanencia de las presencias y sus contagios energéticos y emocionales, la multiplicidad y la singularidad.

El movimiento de los cuerpos humanos en conjunción o disyunción con el movimiento lumínico, musical, sonoro, objetual, escenográfico… genera encrucijadas donde se afectan y se propulsan esas series divergentes dentro de un fluir indescifrable. Un fluir que se escapa al número o a la cuadratura pero que, sin embargo, se asienta o se basa en una dramaturgia. Aquí dramaturgia es igual a conciencia, a oficio, a necesidad.

Afonso Becerra de Becerreá.

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