Sangrado semanal

Cherry

Con la última arcada se le fue la vida por el sumidero. Tendremos que esperar ahora para ver qué ocurre con su obra y su persona. Para mí, que van camino del mito, de hecho, ya lo hacían en vida. Veremos cómo envejecen sus canciones. Dentro de 20, de 50 años: ¿Se disfrazarán las niñas y algún que otro hombre de ella, creando una silueta inconfundible e inmediatamente reconocible?

Ingredientes necesarios para ello no faltan:

Era dueña de un «estilo propio, no copio», que tantos intentan tener y solo unos pocos elegidos poseen. Una forma de cantar que transporta. Una adicción de caballo. Un aura oscura de perdición inevitable.

¿Cuántos intereses habría alrededor de esta niña-mujer? Y no me refiero únicamente a los peyorativos, es decir, al vil metal, al hecho de verla exclusivamente como una máquina de hacer dinero. Seguro que había gente cerca de ella que la quería. Por ejemplo, su padre, dicen, aunque el hombre estaba al otro lado del charco cuando su hija murió. A esto hay que añadir a otros agentes que, por una razón u otra, seguro tenían interés en cuidarla, en salvaguardar su vida, su bienestar: las discográficas, los miles de fans en el mundo, la propia música.

¿Cómo no cortaron todas las vías posibles de entrada de tóxicos a su cuerpo? Al final, las sustancias son materiales. Y a lo tangible se le puede cerrar el paso, ¿no? Hay personas que argumentan que no, que cuando una persona tiene una adicción tan fuerte y quiere drogarse no hay nada que se pueda hacer. No hay forma de cerrarle el paso.

¿Qué hace que una persona con semejante adicción se redima y encuentre una paz que no sea necesariamente la muerte? Se dice que las personalidades adictivas curan o tapan una adicción con otra adicción. El arte puede ser una muy buena tapadera. Una maravillosa vía de canalización de la angustia existencial. Muchos se me podrán echar encima ahora y decirme que no, que el arte es arte y no una terapia para transformar los miedos profundos en otra cosa. Allá ellos. Lo que parece estar claro es que para ella no fue suficiente. Y eso que apuntaba maneras en ese sentido:

En su primer disco, tiene una canción que se llama Cherry. Es una canción algo naïf, pero en ella habla de su guitarra como la nueva amiga que tiene para apoyarse y no estar sola. Pero aquella amistad no bastó. Sus canciones son sombra oscura de femme fatale abandonada. Mujer que queda vacía, mientras imagina en la cama a su ex, que no ha perdido el tiempo en lamentaciones y ya se la está metiendo a otra para mantenerla (y cito literalmente) «húmeda». Hombres, hombres, hombres. Y desengaños. Y el alcohol para olvidar. Y el no creerse las terapias. En una de sus canciones cuenta: Me dice el terapeuta: Creo que lo que le pasa a usted es que está deprimida. Y yo le dijo: Si claro, yo y el resto de la gente de este mundo, listo.

La verdad es que esta mujer ha cumplido expectativas. Como figura prácticamente mítica, ha hecho el recorrido que tenía que hacer: Ser una genio y un completo desastre irreverente. Y morir ante los ojos del mundo que, desde hace años, la veían atrapada en esa red de sustancias, de caídas imposibles, de limbo en vida. Y todos pensando: se está matando. Porque lo primero que tiende a pensar una es que hemos sido testigos de un largo suicidio de años. De un suicidio agónico, perpetrado con saña contra ella misma. Porque ante criaturas así, no queda otra que pensar que son ellas mismas las que se auto-maltratan, las que rebuscan en el agujero negro, las que se destruyen. Pero, en esas realidades, la capacidad más interna y esencial de discernimiento hace tiempo que se les fue volando por la ventana.

¿Hubiera sido tan genio sin esa adicción? ¿Sin ese problema tan, tan grande? ¿Sin esa sinceridad absoluta? ¡Por favor! El estribillo de su gran canción decía: NO PIENSO IR A REHABILITACIÓN. Y se mantuvo firme hasta el final. Firme…, en fin, ya me entienden. Firme en su falsa determinación de no sostenerse en pie.

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