Y no es coña

Cortes y cortesía

Existen minutos de cortesía. También entradas de cortesía. La cortesía lo impregna todo. Estamos ante una cultura de cortesía. O por cortesía de unos grandes almacenes. O por cortesía de unos funcionarios que no ejercen con criterios objetivos y profesionales sino por inspiración divina y cortesía. En las salas de exhibición, los minutos de cortesía sirven para premiar a los descorteses que llegan tarde al teatro. No hay peor acto de descortesía que el retraso. Lo es en lo personal y lo social pero en lo público y teatral, es una malísima tradición sustentada en viejos prejuicios y que solamente responde a una mirada antigua tanto de la composición de los públicos como del propio acto de asistir a las programaciones en vivo y en directo y viene arrastrando una idea de que se debe esperar a los que tiene problemas para aparcar sus automóviles, asunto que durante mucho tiempo, todavía hoy, en muchos lugares es un problema objetivo que se soluciona saliendo un poco antes de casa o de donde se esté.

En algunos lugares esos minutos de cortesía pueden llegar a la media hora. Se trata entonces más que de una cortesía, de un pacto secreto entre unos y otros. Sin llegar a estas costumbres horarias tan desesperantes para quienes no las conocen, lo habitual es que las funciones empiecen con retrasos entre diez minutos y un cuarto de hora. Y sin problemas aparentes. Y sin apenas respuesta de los públicos corteses, ya sentados, que son los únicos a los que se trata con auténtica descortesía. Es cierto que en festivales o ferias, se pueden ir acumulando retrasos que se van conociendo por la inmensa mayoría de los asistentes, lo que se acepta de una manera más orgánica. Pero esos diez minutos de cortesía, decretado por alguien, en algún momento, hay veces que irritan.

También hay que señalar que son ya bastantes los espacios, salas y teatros, que cumplen estrictamente el horario y se empieza con tres minutos de retraso que es, justamente, una cortesía por desajustes de los relojes, de problemas sobrevenidos, incidencias menores. Y hay que resaltar que en los lugares donde esto se viene practicando desde hace años, no hay ningún problema. Todos están avisados, llegan a su hora, se acomodan, y es raro ver a alguien penetrar en la sala con la función empezada. Por lo tanto es una mala costumbre que se soluciona con voluntad de los responsables de los espacios.

Entradas de cortesía es el eufemismo que se emplea para llamar a las invitaciones. Tengo que advertir que desde hace más de cuarenta años no he pagado en casi ninguna función que he visto a lo largo del mundo, y se pueden contar por millares. Además formo parte del denominado «corte» de estreno en varios teatros. En otros una simple llamada me proporciona la entrada o entradas, dos, que son la parte de cortesía que se hace con aquellas personas que acuden a los estrenos a trabajar. En cada estreno hay una docena y media de personas que están allí para después escribir sobre lo presenciado. Se les llama críticos, cronistas, etcétera. Pero el «corte» acostumbra a ser de cientos de personas, y ahí entra la cortesía, la cuota política, la funcionarial, la periodística informativa, a profesional y la del miedo, que es la de asegurarse en los estrenos una buena entrada. Digamos que esto es lo que proporciona el teatro, porque a cada compañía le corresponde un número pactado de entradas gratuitas.

En muchos momentos se ha hecho abuso de estas cortesías. O dicho de otro modo, se han creado una especie de derechos no escritos que presionan a los espacios para proporcionar entradas gratuitas a todos los concejales, a los funcionarios de los departamentos, a todos los medios de comunicación, sean de la entidad que sean, a los grupos o compañías locales, a los programadores de toda categoría y una nómina más larga que es difícil de desentrañar. Lo anterior suele suceder en los tetaros de titularidad pública. En los privados eso se mira con mucho mayor detenimiento. No es un corte tan exagerado y constante, y para acceder a una invitación tiene que existir, cuando menos una justificación clara y evidente, por decirlo de alguna manera: «una correspondencia». Una crítica es considerada una publicidad, aunque sea una crítica no excesivamente buena sobre el espectáculo. Un programador de un teatro que se sabe puede contratar ese tipo de espectáculos, es una inversión. El resto es cortesía o estrategia de marketing dosificada a discreción.

Explicado por encima la manera de uso de la cortesía en las entradas gratuitas, pasemos a los abusos. Se cuestiona que a los críticos se les entregue dos entradas. Es lógica la duda. En uno de los teatros que desde su reinauguración tengo asignadas mis butacas, un gerente, para recortar gastos y acabar con la barbaridad del «corte», nos redujo a una la invitación. Vale. No protestamos. Vamos solos a la función, pero es tradicional ver a algunos críticos acompañados de su pareja desde hace treinta años en todos los teatros. Yo creo que ir acompañado al teatro es una manera habitual de muchos espectadores. Los críticos también. Y habría alguna razón más, pero no insistiremos. Lo que no es de recibo es que el crítico no vaya y ceda sus entradas a familiares o amigos. Si no va, porque ya la ha visto o porque no se encuentra en al ciudad, llama por teléfono y se ponen a la venta. No es de recibo que los críticos, además de esas entradas, soliciten más favores para familiares y amigos. Y si piden un favor, para que le consigan las entradas, debe pagarlas. Ya es bastante abuso tener el privilegio de conseguir algo cuando existe mucha demanda.

Pero si en los críticos se abusa. En los medios de comunicación se presiona de manera insoportable. Piden entradas para todos, casi para toda la redacción y eso no puede ser. Hay que seleccionar de manera muy expresa. Pero donde la cosa llega a niveles de corruptelas es entre los políticos, a los que se les da entradas porque el teatro suele ser municipal y nunca se ve a ninguno de ellos en los teatros, o en algún nivel de los programadores que acuden a ver espectáculos que nunca podrán contratar, cosa que tendría un pase, pero en demasiadas ocasiones no es que vayan acompañados, sino que van acompañadas por el hijo, por el marido, por el suegro y por una amiga. Y eso lo he visto yo en una sala alternativa, privada, lo que agranda el abuso a todas luces caprichoso y demuestra la falta de sensibilidad de esa persona en concreto.

Desde luego el «corte» y la cortesía no son una solución a la caída de públicos, ni a los problemas estructurales, pero son pequeños detalles que deberían irse teniendo en cuenta para hacer mejor todo lo que es la gestión de los espacios. Los retrasos no son buenos. El que los públicos vea calvas en la sala cuando le han dicho que está todo vendido no es bueno. Y eso sucede porque, además, muchos de los que están en el «corte» no acuden. Y no avisan.

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