Y no es coña

De un extremo al otro

Debo ser de los pocos que nunca han trabajado en un Centro Dramático Nacional ni compañía clásica, ni nada que tenga ribetes de oficialidad y que sabe que no lo hará nunca jamás. No es una postura propia, es un hecho histórico y asumo que no pertenezco ni creo que pueda pertenecer nunca a las familias que se reparten de manera ostensible y quizás poco elegante el presupuesto de esos centros.

Dicho lo anterior, veo que soy de los pocos que me preocupo públicamente de su funcionamiento por un principio democrático primario. Esos centros son fruto de decisiones políticas, gubernamentales y por lo tanto me conciernen como ciudadano y como profesional de estos asuntos. Así que voy a expresar con total libertad mis dudas razonables que espero pueda razonar sobre algunos comportamientos actuales en estas unidades de producción ya que vienen a insistir en una concepción patrimonialista, comercial y mercantilista del quehacer teatral que choca frontalmente con lo que yo considero, simplemente por comparación con el entorno europeo tanto al norte como al oeste ,que sucede los teatros de titularidad pública que tiene resultados mucho más importantes y acordes con la funcionalidad de estas grandes maquinarias esttales de producción teatral.

Es insostenible que el Estado español mantenga las unidades de producción solamente para la ciudadanía madrileña. Que los recursos publicitarios solamente sean para los medios capitalinos. Que los repartos sean mayoritariamente para profesionales madrileños. Es una recalcitrante concepción centralista, que ni los más jacobinos de los franceses se les ocurre mantener, ya que han sabido distribuir por toda Francia otras unidades de la misma importancia además de los llamados Escene National, que sin ser centros dramáticos, si utilizan criterios de producción, coproducción y programación que los asimila aunque sea muy diferete su estructura administrativa y presupuestaria.

Es un escándalo que las producciones de esas unidades del estado no giren por cuestiones como es el número de técnicos que por convenio necesitan mover, lo que encarece de manera absurda su distribución. Además, si alguien entraba en un acuerdo con esta s unidades de producción debían firmar unos contratos de explotación bastante inoperantes. Esa situación, a la luz de lógica y del mercado propio español, no era ni operativo, ni facilitaba nada. Los grandes defectos de nombramientos, concepción, producción no tienen fácil solución, pero en la operatividad se han buscado una soluciones que por su insistencia y reiteración nos avisan de una situación que tampoco es muy recomendable.

La fórmula es coproducir con empresas privadas y después cederles los derechos de explotación a cambio de una compensación económica. Vale, puede ser una solución, pero es una solución mercantil, una manera de perpetuar el sistema, de favorecer a los de siempre de manera flagrante. Se trata de convertir el dinero de inversión pública en dinero de explotación y ganancias privadas. Una jugada perfecta. Y no solamente es cuestionable este sistema, que seguramente se podrá argumentar como ideal dentro de los parámetros de mercantilización de la vida teatral imperante, es que eso mismo lleva a una programación que ha olvidado por completo el compromiso cultural del teatro que busca cosas seguras, lo que llevará al gran fracaso barcelonés, en donde todo se confunde, en donde no existe diferencia entre lo que se hace en el Teatre Nacional de Catalunya o en los teatros de la empresa privada.

Lo hemos visto con Los caciques, una producción que ha pasado de un teatro público a uno privado en un mes y que es una jugada perfecta, ya que el empresario que lo explotará ha tenido cobertura económica en la producción, plataforma de difusión en el Teatro María Guerrero, los infinitos recursos publicitarios de estas unidades de producción que se anuncia en los transportes públicos madrileños, de manera estática y móvil y ahora podrá recoger, eso espera, las ganancias en su propio teatro. Esto es inverosímil que suceda en Portugal, en Grecia, en Francia, y no digamos en los países centroeuropeos. Esta es una fórmula negativa para el rigor programático. Y en la CNTC, pasa lo mismo o algo parecido. Son actitudes, estrategias. Hasta considero que tomadas con buena fe, pero sin pensar en lo que significan sus efectos posteriores.

Después vemos como los directores de las unidades de producción de una etapa propician a otros directores amigos que cuando se intercambian el lugar del entramamdo no paran de ofrecerle montajes. Esto es una puerta giratoria loca, sin fin. Y siempre están los mismos. Bueno, no, seamos un poco generosos, dejan espacio para otros amiguetes dóciles y que aplauden sin una mínima actitud crítica, y en los contactos actuales con productores privados es asegurarse un futuro con ellos. Amor con amor se paga..

No hay una solución fácil a una situación compleja y enquistada en reglamentos, convenios, la administración pública y la falta de ideas culturales básicas, pero desde una perspectiva de puridad democrática, se está corrompiendo de tal manera su función que es difícil encontrar la necesidad de estas unidades de producción o coproducción. Es como si la Orquesta Nacional coprodujera con David Bisbal. O peor en muchas ocasiones. Necesita una regeneración conceptual todo este entramado. Pero una vez más, nadie moverá un dedo, porque todos se conforman con las migajas. O les va bien así. Y porque no se han puesto ni a pensar qué posibilidades tendría una buena estructuración de estos recursos para el bien de todos, de los ciudadanos y de los creadores. Y después de los productores privados y de los tetaros privados. Si se marca bien el terreno de juego hay posibilidades para un crecimiento sostenible de todos.

Se pued empezar a renovar esto mañana si quieren todas las parttes. ¿WQuieren? ¿Saben? ¿Ha pensado alguein una alternativa? 

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