Y no es coña

Delirio optimista

Quien bien te quiere te hará llorar. No hay refrán más conformista y demoledor. Quien bien te quiere, te debe querer, hacerte feliz, llevarte a comer gambas y protegerte de las depresiones. En la rueda de prensa de presentación de la edición de este año del festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, todos los que hablaron con cargo político, repitieron con todas las escalas de su jerarquía institucional que querían mucho a la cultura, que apostaban por la cultura, que el festival de Almagro era algo imprescindible para su estrategia, su identidad, todas esas frases hechas que tan bien quedan en los programas de mano, pero todos a la vez habían hecho llorar un poco a la Cultura y al propio Festival restándole presupuesto.

Desde donde escribo veo la Casa Encendida de Madrid. Un foco de la cultura actual, un punto de encuentro, una referencia, un oasis cultural, un fuente de agua artística cristalina y contemporánea. Y en su fachada, en toda su publicidad, lleva escrito «Obra Social de Caja Madrid». Hasta la fecha se había respetado, o no habían tenido ocasión de poner en su fachada y cartelería su nueva nomenclatura, Bankia, pero en este caluroso mayo madrileño, la nacionalización, la intervención, la situación perentoria, al borde de la quiebra, de esta entidad, que necesita varios miles de millones de euros para rescatarla de la sombra del ladrillo y de la gestión partidista, se convierte en un amenaza para esta casa que tanta actividad programa, que tantos ciudadanos visitan, que se ha convertido en pocos años en algo imprescindible. Su futuro parece estar más pendiente de los resultados de la Bolsa que de decisiones tomadas en el ámbito cultural.

Parece obvio que la bancarización de las cajas de ahorro va a restar recursos a la cultura. En muchos lugares las programaciones de las obras sociales de las cajas es la única que tiene continuidad y que procura esa oportunidad cultural a cientos de miles de nuestros conciudadanos. Existen programas de teatro para niños y niñas, circuitos por poblaciones de pocos habitantes, todo un mundo que pude ir desapareciendo, y su efecto nocivo no será solamente para los profesionales que se ocupan en esas actividades, sino que privarán a un gran número de ciudadanos de una de las pocas posibilidades que tienen para relacionarse con las artes escénicas.

Pues, hoy, con todo lo anteriormente escrito, quiero mostrar mi más absoluto optimismo. No existe otra salida que la alienación optimista. Engañarse y pensar que ahora se producirá la selección natural y quedarán (quedaremos) los mejores, que se retirarán del mercado los oportunistas y mediocres, que se volverá a un orden mágico en donde los públicos asistirán en masa a ver los espectáculos más exigentes. Me apunto a este delirio, hasta que la realidad me lleve la contraria.

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