Y no es coña

El convenio y lo conveniente

Una mañana que no entre este magnífico sol por la ventana de mi hotel en Oporto donde estoy participando de ese territorio fértil para el Teatro Ibérico llamado FITEI, me explayaré sobre las tan cacareadas «buenas prácticas» del que hace gala el INAEM para la elección de los directores de sus unidades de producción y que se pone como ejemplo para la convocatoria de selección de la dirección del Teatro Español de Madrid.

Los convenios entre trabajadores y empresa están firmados para cumplirse. Y en el caso de todos los trabajadores de esas unidades de producción estatales, la empresa es el Estado, a través del INAEM, que es un instituto con autonomía administrativa relativa. Por lo tanto, los trabajadores, ya sean de la parte técnica como la artística, están amparados por ese convenio en vigor que es el que en estos momentos está creando conflictos, especialmente en el Ballet Nacional, ya que una intervención del delegado de Hacienda en el ente público, ha restringido las horas extras a un mínimo que hace casi imposible la práctica general de las actividades.

Y es que este famoso convenio se puede calificar como inconveniente para la realidad diaria de la práctica de las Artes Escénicas. Se rige por los convenios generales de al Administración Pública, y entonces nos encontramos que los bailarines y bailarinas de plantilla, tiene un horario de ocho a tres de la tarde de lunes a viernes. Repito, de ocho a tres y e lunes a viernes. Exactamente igual que si estuvieran en una ventanilla del ministerio de obras públicas. Y eso, que lleva así desde hace muchas décadas es bastante inverosímil, en la práctica es un convenio inservible, a no ser que se fuerce desde todos los sentidos.

Se ha sabido que los bailarines cobran un salario de unos novecientos euros al mes, por esas horas de trabajo, y se complementaba esta escasez con las horas extras. Horas extras que se incrementan de manera absurda en cada día de actuación ordinaria, porque según costumbre social se hacen a partir de las ocho de la tarde. Que cuando hacían giras internacionales, les sumaban otras cantidades importantes. Y al llegar un inspector y decir que solamente se pueden hacer, cito de memoria, sesenta horas mensuales, se ha colapsado de manera total todo el funcionamiento de la maquinaria del INAEM en producción y exhibición, bajo las supuestas y nunca comprobadas «buenas prácticas».

Esto que sucede con los bailarines, se va a ir extendiendo a todas las unidades d e producción. En teatro serán los técnicos, los únicos con convenio y que están en plantilla, ya que los elencos se van formando producción a producción y uno se imagina que se rigen por el convenio general de actores. Sigo escribiendo de oídas. Quizás no sea necesario ni convocar una huelga, con trabajar a reglamento es suficiente para que se paren las representaciones. En el CDN los técnicos reciben un complemento mensual para poder ser convocados a trabajar en cualquier horario, es decir, a las ocho de la mañana, o las diez de la noche. Pero las horas extras tienen las mismas limitaciones, y si hay plantillas cortas, montajes largos, saturación y falta de organización se pueden colapsar. Y desde luego, salir de gira con producciones propias del INAEM va a ser imposible.

Para no insistir mucho más: parece un dislate esta situación contractual, este convenio anti teatral, fuera de toda lógica. Esto no es otra cosa que una decisión política que no se ha tomado hace tiempo y que nadie la cuestiona porque lo bueno, para mantenerse en el cargo, es no molestar. La imprudencia de mantener esta situación durante tantos años es una acumulación de despropósitos. Y la solución es muy sencilla, por eso no la toman: replantearse todo el engranaje general.

Aunque si uno se pone en el otro lado, en ese ochenta por ciento de profesión que no trabaja, ni en convenio, ni sin convenio, que no sabe ni contar las horas que mete para hacer una función a taquilla, cuya producción se hace por cruce de amistades, préstamos minúsculos y mucho esfuerzo y valor, ver esta situación le puede llevar a preguntarse una vez más, ¿para qué sirven esas supuestas y nunca comprobadas buenas prácticas de las unidades de producción del Estado en Madrid? Hay tantos desajustes, tantas inseguridades, tantas injusticias en el campo de las Artes Escénicas, que es imperdonable la demora en ponerse a buscar soluciones con planteamientos nuevos desde los partidos políticos hasta los sindicatos y organizaciones gremiales. Pero tenemos otros objetivos más apetitosos, a partir de ahora todos académicos. Aquí la casta de confunde con la caspa.

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