Sangrado semanal

Erigirse la piel

Se construyeron ellos solos el estadio. A falta de iniciativa pública y con todo el peso de la normativa a sus espaldas, no tuvieron más remedio que reaccionar y hacer las cosas por sí mismos. Estoy hablando de la afición del Unión, un equipo alemán de segunda división. Abandonados en tierra de nadie por la administración y sabiendo de la necesidad de contar con un estadio propio para poder seguir compitiendo, estos alemanes erigieron un estadio para su equipo contando con una subvención simbólica de 6.000 euros y una voluntad férrea animando sus manos. Más de 13 meses de trabajo ininterrumpido. En la obra: 6 profesionales de la construcción y cientos de voluntarios. Al teléfono: una mujer coordinándolo todo. Lo lograron.

Es esta una historia real de la que nos llegan retazos a través de un documental que se llama Eisern Vereint (Unidos por el Hierro). Los hombres que la narran son los mismos que levantaron el estadio. Son hombres rudos. Los hay fuertes como toros y también canijos y borrachos. No tienen demasiada facilidad de palabra y, sin embargo, ahí están: hablando a cámara de lo inexplicable e intangible. Solidaridad, compañerismo, motivación. Voluntad, empuje, fuerza. Formar parte de algo que es más grande que uno. Transformar la realidad con el trabajo de las propias manos. Invertir el tiempo libre en una hazaña que te hace levantarte cada día a las 6 de la mañana.

Existe una libertad que sólo te da aquello que haces por ti mismo y que deja un regusto a mar salvaje en el ánimo. Se trata de una coherencia propia que es más grande que todas las leyes del mundo. Jugaré al juego de mi propia ruina. Eso dice Tagore en uno de sus escritos. No es fácil lograrlo. Porque provenimos de una estructura donde el camino está perfectamente marcado y delimitado. Si apuntas maneras y no te ajustas a tanta estrechez, tendrás que buscar la forma de salirte, cambiarte, re-inventarte. Para ello tendrás que cambiar la realidad. Eso sí, en tu aventura contarás con la reprobación de la sociedad. Eso lo tienes garantizado. No te resultará fácil de despojarte de lo heredado. Tampoco del futuro que te ha tocado en suerte. Herencia y futuro siempre van, a priori, de la mano.

Pienso en el teatro vasco. Siempre a expensas de las migajas de la Administración. Siempre esperado a Godot en forma de permiso para levantar, por fin, una escuela de teatro oficial. Los alemanes que erigieron el estadio del Sportpark Jahn de Brandenburgo se cansaron de esperar y pusieron manos a la obra, literalmente. No esperaron a nadie. Contaban con una asociación desde la que coordinaron aquella edificación. Eso es cierto. También tuvieron tiempo y manos. Y la voluntad para hacerse dueños de su propio destino y del de su equipo. Así, cambiaron la fisionomía de su ciudad, transformaron la realidad material. Construyeron una carcasa donde cabían todos los sueños del mundo. Eso sí. Su estadio no es de los de «sentados». Su estadio es de los de «estar de pie». Así son ellos. Así es la afición del Unión. Entregada a su pasión.

Erigirse la piel

Se construyeron ellos solos el estadio. A falta de iniciativa pública y con todo el peso de la normativa a sus espaldas, no tuvieron más remedio que reaccionar y hacer las cosas por sí mismos. Estoy hablando de la afición del Unión, un equipo alemán de segunda división. Abandonados en tierra de nadie por la administración y sabiendo de la necesidad de contar con un estadio propio para poder seguir compitiendo, estos alemanes erigieron un estadio para su equipo contando con una subvención simbólica de 6.000 euros y una voluntad férrea animando sus manos. Más de 13 meses de trabajo ininterrumpido. En la obra: 6 profesionales de la construcción y cientos de voluntarios. Al teléfono: una mujer coordinándolo todo. Lo lograron.

Es esta una historia real de la que nos llegan retazos a través de un documental que se llama Eisern Vereint (Unidos por el Hierro). Los hombres que la narran son los mismos que levantaron el estadio. Son hombres rudos. Los hay fuertes como toros y también canijos y borrachos. No tienen demasiada facilidad de palabra y, sin embargo, ahí están: hablando a cámara de lo inexplicable e intangible. Solidaridad, compañerismo, motivación. Voluntad, empuje, fuerza. Formar parte de algo que es más grande que uno. Transformar la realidad con el trabajo de las propias manos. Invertir el tiempo libre en una hazaña que te hace levantarte cada día a las 6 de la mañana.

Existe una libertad que sólo te da aquello que haces por ti mismo y que deja un regusto a mar salvaje en el ánimo. Se trata de una coherencia propia que es más grande que todas las leyes del mundo. Jugaré al juego de mi propia ruina. Eso dice Tagore en uno de sus escritos. No es fácil lograrlo. Porque provenimos de una estructura donde el camino está perfectamente marcado y delimitado. Si apuntas maneras y no te ajustas a tanta estrechez, tendrás que buscar la forma de salirte, cambiarte, re-inventarte. Para ello tendrás que cambiar la realidad. Eso sí, en tu aventura contarás con la reprobación de la sociedad. Eso lo tienes garantizado. No te resultará fácil de despojarte de lo heredado. Tampoco del futuro que te ha tocado en suerte. Herencia y futuro siempre van, a priori, de la mano.

Pienso en el teatro vasco. Siempre a expensas de las migajas de la Administración. Siempre esperado a Godot en forma de permiso para levantar, por fin, una escuela de teatro oficial. Los alemanes que erigieron el estadio del Sportpark Jahn de Brandenburgo se cansaron de esperar y pusieron manos a la obra, literalmente. No esperaron a nadie. Contaban con una asociación desde la que coordinaron aquella edificación. Eso es cierto. También tuvieron tiempo y manos. Y la voluntad para hacerse dueños de su propio destino y del de su equipo. Así, cambiaron la fisionomía de su ciudad, transformaron la realidad material. Construyeron una carcasa donde cabían todos los sueños del mundo. Eso sí. Su estadio no es de los de «sentados». Su estadio es de los de «estar de pie». Así son ellos. Así es la afición del Unión. Entregada a su pasión.

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