Y no es coña

Externalización

Vamos camino del Sur. Esta vez con una primera etapa en Santiago a Mil, ese majestuoso festival que se va convirtiendo en una cita multitudinaria, pero la semana próxima nos iremos un poco más al sur, a Punta Arenas, al festival más austral del mundo, Cielos del Infinito. El primero es un clásico, el segundo uno emergente. El de Santiago consolidado, mudando de piel siempre, en evolución, sirviendo al público santiaguino, pero a la vez, a la comunidad teatral local, chilena e iberoamericana. El otro, buscando su identidad con toda la frescura de la juventud y de los nuevos paradigmas de gestión. Os lo contaremos.

Pero mientras vamos y venimos, estamos otra vez con la indefinición general sobre la gestión de los teatros de titularidad pública. En Madrid se ha creado una Liga de las Artes para intentar racionalizar el discurso de la externalización, que es el eufemismo que empleamos para no decir la privatización de los teatros municipales. He escrito racionalizar porque hay que matizar mucho en estos asuntos, ya que no es que nadie quiera satanizar la gestión privada, pero tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados cuando esa privatización se hace desde la falta de trasparencia, sin objetivos «culturales» claros, simplemente con una actitud que parece desde la gestión política quitarse un problema, sacarse de encima un asunto que no acaban de comprender.

Es ahí donde hay que incidir. Se puede ir a la cogestión, con mucha donosura, pero con pliegos de condiciones claros. No se puede intentar rebajar costes a base de despidos, de suspensión de actividades, sino de una mejor aplicación de los recursos técnicos de gestión, pero partiendo de una idea primera, básica, que oriente la toma de decisiones. Y eso es lo que falta. Se hace sin más criterios que el de dar resultado económicos inmediatos, sin importarles nada más. Y es que desde la gestión pública, desde un ayuntamiento, una consejería o un ministerio, no se pueden aplicar únicamente criterios mercantiles, de resultados económicos, sino que se tienen que tener en cuenta los factores sociales, culturales, de igualdad de oportunidades. Deberes que la iniciativa privada no tiene porque cumplir.

Hay dos asuntos importantes a señalar: en Madrid se celebra la apertura de salas de 15, 20 o como mucho 50 localidades. Y lo aplaudimos, es un síntoma de iniciativa privada de riesgo, de inquietud, pero a al vez se están inutilizando o infra-utilizando otros espacios públicos, municipales, o no, de doscientos, trescientas o cuatrocientas localidades como mucho, que es el aforo ideal para la práctica y visualización y escucha en perfectas condiciones de las artes escénicas en vivo. Este en un dato que quizás ahora parezca accesorio, pero será troncal en unos meses si sigue este cierre o desaprovechamiento de salas de estas medidas.

Por otro lado, si todo es privado, si no existe apoyo a la programación desde las instituciones públicas, se puede estar conduciendo a una producción teatral absolutamente inane, políticamente dócil, estéticamente conservadora, que complazca a los instintos más básicos de unos públicos menso exigentes, es decir que se acabe con el teatro importante, el repertorio universal, el riesgo por los nuevos autores y directoras, la ambición escénica, para hacer un gran supermercado teatral comercial.

Por eso hay que estar alerta, no dejar que se tomen decisiones irrevocables que hipotequen los próximos diez o quince años los espacios para la práctica de las artes escénicas de titularidad pública, externalizando su gestión a grupos de presión, empresas de fortuna o el oligopolio. En Madrid y en todos los rincones de la piel de toro.

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