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La odisea de Cláudia Dias, entre la materia y el mito

El Museo de Arte Contemporáneo MARCO de Vigo cuenta entre sus tesoros el arte efímero de lo escénico.

Las teatralidades performativas posdramáticas (más allá del modelo compositivo del drama clásico fabular) se afincan en su propia materialidad concreta (más allá de la sujeción dualista a la semántica, forma/contenido), mientras esa propia materialidad concreta de la flor del teatro brota y se desvanece en el tiempo.

El arte del teatro no permanece fijado en un lienzo pictórico, pese a ser visual, ni en el volumen de una escultura, pese a ser tridimensional. Tampoco en las páginas de un libro.

El arte del teatro se ciñe al encuentro interhumano y, como tal, resulta impermanente. Pero la flor del teatro se abre, nos encanta y fructifica en nosotras/os.

Cada espectadora, cada espectador, lleva consigo algo de los encuentros artísticos que el teatro le proporcionó. Llevamos algo tan hondamente humanístico que se vuelve imprescindible porque se suma a eso que somos.

El buen teatro se integra a las personas y pasa a formar parte del «ser».

El MARCO de Vigo, ha organizado, con la coordinación del dramaturgo Pablo Fidalgo, un ciclo de escénicas donde se presta especial atención a esa base cultural y lingüística común que forman Galicia y Portugal.

El 29 de noviembre asistimos al espectáculo Vontade por ter vontade de Cláudia Dias (Lisboa), presentado en un dispositivo escénico plenamente matérico: un rectángulo de arena y luz. Una tonelada de arena húmeda sobre la que se imprimen las huellas de un camino que se hace al andar, mientras con un gesto deíctico se nombran países, trazando, en el decir, otro camino por la Europa de las desigualdades. La Europa jerarquizadora que establece un centro y unas periferias.

A la materialidad del tiempo, en las duraciones de la acción escénica, tanto en la verbal como en la gestual, se corresponde, en disyunción, la inmaterialidad simbólica de nombrar espacios de un viaje mítico y la edad, ese otro viaje de la edad, los años que tuvo Cláudia en el pasado y los que tendrá en el futuro hasta los lindes de la vejez.

El tiempo y el espacio son coordenadas materiales y concretas en Vontade de ter vontade, pero, a la vez, se erigen en coordenadas simbólicas a través de la palabra enunciada y de una gestualidad deíctica espacial y temporal que apunta y sitúa en nuestro imaginario relaciones intergeneracionales e internacionales desiguales, provocativas, chocantes y políticas.

El viaje odiseico imaginario pasa de esa Europa de las desigualdades al continente africano de las flagrantes injusticias.

En paralelo, la actriz y coreógrafa camina por la arena y se va desnudando al avanzar, hasta quedarse con un biquini que tiene estampada la bandera de los EEUU, la primera potencia mundial, el actor que mueve los hilos a través de un sistema de multinacionales de las que, de un modo o de otro, parecemos depender.

Al llegar al mismo centro del rectángulo de arena húmeda, una mujer en biquini baila samba hasta quedar en toples. Salta encima del sujetador con la bandera de los EEUU estampada, mientras describe un viaje al mismísimo centro de la tierra, donde hierven los metales y los minerales preciosos que nos sostienen.

La mujer se queda desnuda y el relato, entonces, nos traslada al continente africano y le rinde un homenaje político a la bailarina africana Saartjie Baartman, conocida como la Venus de Hotentote, esclavizada por los colonizadores de Europa y exhibida, después de muerta, en el Musée de l’Homme de Paris.

Cláudia, desde el aquí y ahora efímeros del arte teatral, cultiva imágenes imborrables mientras sus huellas en la arena dibujan una trayectoria hacia adelante que, después, irá borrando al retroceder.

Ahí se pone en evidencia el juego procesual de la artesana (artista) que manipula y actúa, casi como las olas del mar o la lengua del viento que, con el tiempo, borran cualquier huella.

«Aunque deje de estar aquí, continuaré estando presente… Las personas seguirán sintiendo mi presencia por algún tiempo», dice mientras se tapa con arena, tumbada en el suelo.

La odisea del relato continúa hacia la estratosfera, hacia el espacio exterior. El brazo y el índice apuntan ahora hacia el cielo: «Paso por delante de Dios y le pregunto si el espacio es infinito o finito… Si me puede ayudar con la renta de la casa… Pero Él no responde…»

La acción de borrar las huellas y recular al punto inicial deshace un camino que, pese a ello, ya quedó trazado en nuestro imaginario y en nuestra memoria, ya nos constituye como personas espectadoras de este encuentro, ya va con nosotros.

En el espacio sonoro se escuchan unos pasos que los pies descalzos en la arena no pueden emitir.

«Si me quedo aquí es porque hay mucho que hacer y defender… Pero para actuar tenemos que apartar la vista de este paisaje y meter los ojos en esta oscuridad.»

Una poética, la de Cláudia Dias, hecha de elementos simples, próxima al «arte povera», tal cual ella misma expone en la charla que mantiene con el público después del espectáculo, acompañada de Jorge Louraço, crítico teatral del diario portugués Público y profesor de la ESMAE de O Porto.

Vontade de ter vontade, está en una órbita semejante a su anterior espectáculo, que también pudimos ver en el MARCO, titulado Visita guiada (analizado en el artículo titulado «De pantallas, máscaras y espejos», publicado en esta misma columna de Artezblai el 7 de febrero de 2014).

Teatro combativo en el espacio de la imaginación, que parte de una materialidad concreta y evocadora.

Teatro de acciones escénicas sencillas y súper eficaces que huyen de la alienación de la espectacularidad ostentosa.

En la conversación con el público, Cláudia, nos cuenta que en sus procesos creativos parte de un material o de una imagen detonante, escapando de confirmar aquello que ya sabe, escapando de los territorios excesivamente seguros.

También se declara desafecta a ese arte contemporáneo críptico que trata a la espectadora y al espectador como ignorantes. A Cláudia Dias le gusta que los materiales y las acciones puedan establecer una relación clara con la recepción, una lectura sencilla que no sitúe a la artista por encima del público. «No se trata de proponer enigmas sino un diálogo».

No valora más el cuerpo que otros elementos y dispositivos escénicos, aunque cada elemento tenga su especificidad. No hay, por tanto, una jerarquía entre los materiales. La composición, la dramaturgia, vendría a establecer el volumen y la dosis cierta de cada material.

En esta misma concepción posdramática está el «yo», que ya no es un «yo» sino un «ella», un cuerpo que es materia, en esa distancia en la que la artesana dramaturga se utiliza a sí misma como material compositivo, como volumen y dispositivo en pie de igualdad con los otros dispositivos escénicos.

Vontade de ter vontade reclama un suelo, un territorio donde pueda poner los pies. Un gesto político en este momento histórico de colonización legal y supuestamente incruenta.

Afonso Becerra de Becerreá.

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