Velaí! Voici!

Lo provisional que arraiga. Carmen Werner

Ciertamente, DEBERÍAS QUEDARTE, como danza la compañía de Carmen Werner. Pero tu estancia es PROVISIONAL y acabarás yéndote. Y ya se sabe… nunca se vuelve, como dice una de las bailarinas.

DEBERÍAS QUEDARTE es una de las últimas creaciones de la coreógrafa Carmen Werner, que pudimos ver inaugurando el X Festival Catropezas 2015 del Teatro Ensalle de Vigo.

Esta obra nos sitúa ante algunas de las declinaciones dancísticas de la perspectiva desde la que Provisional nos muestra la (e)migración, la despedida, el ir(se)…

Sabemos que no volverás, que no volveremos… porque, ciertamente, nunca se vuelve a lo que se dejó, ni a lo que se fue.

Sin embargo, entre los objetos, o el atrezo, nos encontramos con fardos, bolsos, sombreros, chaquetas, abrigos… que pugnan por llevarse algo de lo que dejamos, un pedacito de casa, un trocito de paisaje, una diminuta porción de ciudad, de pueblo, de país… como un rastro.

Los fardos y los bolsos… esos contenedores para llevar con nosotras/os pequeñas partes, pequeñas pertenencias o indicadores de ellas: como pueden ser unas llaves, las llaves de una casa, las llaves de un corazón… (En algún verso de Rilke, si no recuerdo mal, creí leer algo semejante a: quien guarda las llaves confirma una prisión).

Las chaquetas y los abrigos también nos guardan, nos tapan, preservan la piel de la intemperie…

Guardamos recuerdos igual que guardamos cosas e igual que nos guardamos a nosotras/os mismas/os. ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Por qué?

Volviendo a pensar el espectáculo de Provisional Danza, que no volviendo al espectáculo, porque ya fue y el siguiente bolo no será exactamente lo mismo. Y lo que yo vi y viví ese domingo 1 de noviembre en el Teatro Ensalle de Vigo, bien seguro que no es exactamente lo mismo que vio y vivió mi compañera de butaca. Cambia la receptora y cambia la película.

Carmen Werner lo dice dos veces a lo largo de DEBERÍAS QUEDARTE: «Si cambias la perspectiva de la mirada cambias todo».

También repite: «Mirar la nada es imposible y a mirarlo todo no da tiempo».

Con estas palabras de la Werner entra un contrapunto irónico que relativiza los actos de marchar, de abandonar, de irse que tejen zonas coreográficas para sostener el tema del espectáculo.

Entre el deambular hay un fondo de sombras y siluetas que proyecta y amplía simbólicamente el asunto de la emigración.

La foto fija de un grupo humano abocado a la disgregación.

La caída de la mujer sobre el fardo y sus oscilaciones en el suelo.

Un poema a la emigración que dispara todas las derivas semánticas y despierta emociones como huecos.

Las figuras de la despedida se hacen reconocibles por el empleo del gesto emblemático de la mano alzada que se agita. Pero también por la tensión y el tono de los cuerpos que, aquí, es algo más: una figura de danza, homologable a una figura retórica de las que hienden el lenguaje para enfrentarlo a los abismos.

El espacio sonoro, con música de Luis Martínez, y el espacio lumínico de Pedro Fresneda, generan atmósferas envolventes, que semejan, en algunas secuencias, oscilar como un trasatlántico encima de la losa gris del océano, o como el traqueteo de un tren incesante que se diluye en los sueños.

La coreografía busca momentos de simultaneidad coral y sincronía de trazos. Y del nosotras/os surgen los yoes errantes.

La obra también transita por situaciones miméticas reconocibles: ellos dos, Alejandro Morata y Cristian López, echando a suerte un trato y unos cigarros. Ellas, Tatiana Chorot, Laura Cuxart y Carmen Werner haciendo trueque de vestidos, o las escenas de baile de salón en parejas.

Las identidades individuales también las diluye la danza, afirmando solo las presencias en su fisicidad pura. La coreografía es un tránsito o un transitar de esas presencias que, en el camino, van asumiendo figuras poéticas vinculadas al campo semántico de DEBERÍAS QUEDARTE.

Un DEBERÍAS QUEDARTE que lanza su imposibilidad del escenario a la platea, recogiéndolo del mundo y de su inalcanzable realización, porque nadie nunca pudo quedarse.

La austeridad estilística de Carmen Werner coreógrafa también difumina las referencias temporales de época, substituidas por leves apuntes a una especie de tiempo mítico o eterno, como los flujos migratorios de las personas, las aves y todo ser viviente.

La caja negra del escenario y la indumentaria neutra, camisas blancas y pantalones negros ellos, vestidos negros lisos ellas, contribuyen a esa sensación intemporal, también a ese borrado de las identidades individuales para catapultarse en lo universal y en lo atmosférico.

Danza, espacio escénico, iluminación y sonido, como un revoloteo que se alza, algo que se va, pero que, paradójicamente, permanece. Lo provisional que arraiga y duele porque vive. Porque solo la vida puede doler, como duele el placer y duele la alegría. Así duele este DEBERÍAS QUEDARTE de Carmen Werner.

Afonso Becerra de Becerreá.

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