El Hurgón

Necesidad y deseo

Necesidad y deseo son dos estados cuya definición generalmente no tenemos clara, y por eso tendemos a confundirlos como impulsos ocasionales, y de lo cual nace el desacierto con que terminan proyectándose muchos de nuestros objetivos.

¿Será lo mismo escribir por necesidad que por deseo?

Responder a esta pregunta nos puede llevar a comprender si finalmente corremos el riesgo de llegar a escribir por escribir, por sentirnos obligados a hacerlo, para mantener abierta la ventana a través de la cual empezamos a promover nuestro pensamiento, y por extensión nuestra figura.

Escribir, es un acto al cual llegamos para materializar el deseo de sacar a la superficie las inquietudes que nos va reportando nuestra inconformidad con las circunstancias, cuando vamos descubriendo en éstas las trabas encaminadas a impedir nuestra autonomía.

Escribir, es un acto cuyo impulso inicial tiene como derrotero la materialización del deseo de controvertir, de no alinearse, de romper barreras o saltar sobre ellas y ejecutar los cambios postergados a lo largo de la historia.

Escribir, en principio, es dar continuidad a la materialización del deseo ancestral de decir no, para evitar el deceso de la controversia; pero escribir es también la materialización del deseo de abrirle camino a la historia, para que fluya en concordancia con los hechos que se producen.

Lo anterior nos conduce a reconocer en el acto de escribir una fuerza interior, capaz de conmover a quienes anhelan la materialización de su deseo de comprender y de actuar, y no poseen la capacidad para expresarlo por escrito, y por lo cual terminan considerando, a quien escribe, como una especie de elegido, y éste, sin tener consciencia inicial de ello va adquiriendo una imagen de la cual, con el correr del tiempo, se va volviendo esclavo, al punto de terminar convirtiendo su acto de escribir, no ya en un deseo de controvertir sino en una necesidad de mantener la apariencia, porque cuando escribir acerca a la gente y le hace ver a ésta, en quienes escriben, características especiales, la relación de independencia inicial creada a partir del acto de escribir se convierte en una de dependencia y con lo cual escribir pasa de ser una estrategia de cooperación a una de poder.

Quien escribe es un intérprete de la realidad, y sus opiniones son esperadas con anhelo por quienes, o no tienen capacidad para expresarlas por escrito, o sencillamente no tienen el coraje para decirlas, y por eso se va convirtiendo, quien escribe, en una especie de líder espiritual, cuya mayor preocupación termina siendo la conservación de una imagen, que es por extensión la necesidad de quien alcanza un escaño de poder, para mantenerse activo.

Cuando quien escribe comienza a enfrentarse a esta nueva relación, basada en el poder de convencimiento adquirido sobre los demás, empieza a apelar a las audacias para mantener su vigencia, y esto implica la inclusión, dentro del escrito, de argumentos traídos de los cabellos, la carencia de ingredientes fundamentales como la responsabilidad con lo expresado, hasta que del escrito se apodera la debilidad argumental, y para cubrir la cual, quien escribe, hace uso de un elemento, muy apetecido, que consiste en disfrazar la realidad con el chismorreo y la maledicencia.

Es a partir de este momento cuando se empieza a escribir por escribir, porque la necesidad de aparecer se impone sobre el deseo de decir.

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