Y no es coña

Quiero olvidar y no puedo

Acumulamos obituarios. Personas relevantes de nuestra propia biografía teatral que se van, que se mueren, que nos dejan, que nunca más les podremos llamar, ver, reír, llorar o discutir con ellas. Son demasiados en un tiempo muy reducido. Señalo a dos, Julio Michel, eso que hoy llamarían los cínicos un emprendedor que logró hacer del títere y Segovia un símil de excelencia y de libertad. Un hombre de una formación profunda que supo poner sus manos al servicio de su inteligencia creadora y que supo bajar los brazos de los escenarios y ponerlos a trabajar en la gestión, en la difusión, en la expansión de su Titirimundi y por ende del mundo del teatro de objetos.

Una de las últimas veces que coincidimos con Julio fue también alrededor de un fallecimiento, prematura y desconsoladamente de Rosa María García, la directora de la Feria de Castilla y León en Ciudad Rodrigo y fuimos agraciados por diferentes razones de los primeros premios otorgados en su memoria. Un honor compartir esas horas con tantos amigos. Pero después lo veía con normalidad, siempre con el mismo ánimo, la misma fuerza, esa capacidad para organizar y para hacer lo difícil sencillo. Siempre pendientes de comernos un cochinillo. Siempre hablando de lo nuestro, a saber, las artes escénicas y su relación con la sociedad y la necesidad de ocupar espacios en los centros de decisión, aunque sea para asesorar y avanzar de manera sólida.

La segunda es Pilar Laveaga, una referencia del teatro independiente con ambiciones de incidencia social. Teatro de la Ribera, con los hermanos Anós, una luchadora, una peleona. Una mujer que dirigía en aquellos años y que dirigía una compañía. Una mujer con mucha fuerza que llevaba algunos años disolviéndose en su propia memoria, apartada en una residencia, sin reconocer a casi nadie. Se ha ido apagando poco a poco. Digamos que en este caso el adiós ha sido a cámara lenta, pero la misma pena produce este paso a la oscuridad.

Por eso quiero olvidar tantas cosas y no puedo. Por no traicionarme, por no ceder, por ponerme a la altura de estas dos personas que han dejado una trayectoria, una historia hecha, una evolución. Son estas personas que no han logrado estar en los centros de poder, que no han tenido el suficiente reconocimiento merecido en vida, pero que han influido, han ayudado a despertar y consolidar vocaciones, han sido los creadores con otros ciento o miles de personas a lo largo de los últimos cincuenta años de un tejido estructural, ideológico y filosófico con el que se ha ido funcionando, incluso diría que legislando. Son cofundadores de un tiempo que no sé si ha llegado hasta nuestros días..

No puedo olvidar, siquiera, las discusiones públicas con ambos. En ocasiones debido a críticas escritas por mí que manifestaban discrepancias con alguna de sus creaciones u opiniones sobre al coyuntura de política teatral. Debatir actitudes o posturas ante hechos concretos, estar en desacuerdo con las apreciaciones del crítico no impedía el respeto, la argumentación, el cambio de postura, el aprender escuchando. Por decirlo de una manera más sencilla, en esos tiempos se podía discutir, incluso gritarse, estar en un antagonismo ideológico puntual, pero no dejar de reconocer que todos estábamos, con matices, en busca de la misma opción, hacer de las artes escénicas en todos su rubros, algo profesionalmente eficiente, socialmente atractiva y políticamente comprometidas.

Por eso y otras tantas cosas, aunque quiera olvidar, no puedo, precisamente por respeto a la memoria de estas dos personas que se merecen un reconocimiento sensato, emocional, pero sobre todo profesional. Y político. Porque su postura política es muy plausible: mantenerse en Zaragoza o en Segovia y desde esa periferia conquistar los escenarios de todo el Estado. Y seguir una trayectoria impecable con proyección internacional desde la coherencia y la constancia.

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