Foro fugaz

Santa Inquisición 

Cruz, cruz, que se vaya el diablo y venga Jesús

Hay que santiguarse porque entramos en terrenos inspirados por el enemigo, la de las acusaciones en contra de directores de escena que se difunden desde las plataformas de Internet o redes sociales. Juicios sumarios contra reconocidos directores que han sido denunciados, juzgados y ajusticiados en las redes sociales y a quienes se les exige santidad y se les inculpa por su carácter o por su forma de trabajo arriesgada y extrema que implica romper protocolos y arriesgar egos. 

 

Mis recientes temores se iniciaron con la anulación en el teatro Lliure de Barcelona del espectáculo de Jan Fabre, Mount Olympus, que dura 24 horas. Me sorprendieron las razones dadas por el nuevo director Juan Carlos Martel, tanto presupuestales como morales para justificar esta cancelación, es decir motivos extra teatrales. En efecto a Jan Fabre se le acusa de maltrato a sus actores-bailarines y hay una investigación en curso por parte de la Fiscalía en Bélgica. También se temía que hubiera manifestaciones a la entrada del teatro para impedir la representación. 

Juan Carlos Martel resolvió el problema cortando por lo sano: suprimir la invitación (costosa) de la compañía Troubleyn. Porque hay que decirlo, con la campaña de desprestigio y de ataques no sólo se afecta a Fabre, también se afecta a un grupo de actores-bailarines y técnicos. Lo resume muy bien el bailarín italiano de la compañía Matteo Sedda, quien pidió respeto para su trabajo y el de la compañía, pues un grupo feminista pedía a los espectadores de Girona que no asistieran a su representación de La generosidad de Dorcas. Sedda declaró que la relación director intérpretes siempre ha sido difícil, pero que nunca “ha visto a Fabre como a un agresor, a un sexista, un racista, o alguien que humille deliberadamente a las personas”.  Puede gustarnos o no el trabajo de Fabre, pero hay que reconocer que es un reto para todos. Mira que presentar 24 horas de espectáculo, hay que ser osado tanto como director, actor o público. 

El mismo Martel llega a la dirección del Lliure por la renuncia de Lluis Pasqual quien tuvo que dejar el teatro que él mismo fundó debido a una denuncia hecha en Facebook por una actriz de la compañía. Leyeron bien, denuncia en Facebook, el bastión de las fake news, del desahogo personal, de las intrigas de corredor, fue la plataforma para el juicio de Pasqual, insólito.  

Difícil pronunciarse ante un asunto que tiene tantas aristas, lo que se puede constatar es que las buenas conciencias se manifiestan con éxito en las redes sociales y medios públicos. Una denuncia de maltrato en Facebook es suficiente para que se termine la carrera de Lluis Pasqual en el Lluire, a quien además se le acusa, a posteriori, de ganar un sueldo desproporcionado. El nuevo director del teatro se somete a la transparencia y publica su sueldo, como si eso fuera una garantía de calidad en la programación. Todos son gestos que nada tienen que ver con el teatro, ni con la creación, ni con la búsqueda escénica.  

La relación director – actor siempre ha sido misteriosa, secreta, conflictiva. En el secreto de los ensayos las relaciones suelen ser difíciles, muchas veces conflictivas, a veces abusivas. La tribu actoral es fecunda en motines, rebeliones y sentimentalismos, y un buen director suele ser brutal, como el capitán de un navío pirata. Una palabra de estímulo puede ser interpretada como una agresión. También es cierto que hay directores que esconden su falta de talento en actitudes crueles y abusivas. Tan es difícil el trabajo creativo en conjunto que surgen aquí y allá monólogos, en donde el intérprete es muchas veces productor-autor-escenógrafo para evitarse las dificultades de una creación colectiva. Pero también los resultados suelen ser modestos, escasos, nulos. 

Las mejores producciones son aquellas en las que cada parte cumple con su cometido, pero el metteur en scène, capitán un viaje, debe acicatear a cada parte de su tripulación. El método no siempre es ortodoxo, pero lo que se miden son los resultados. Recordemos a Alfred Hitchckoc quien tuvo un relación tormentosa con actrices y actores, y que según el libro Las Damas de Hitchckoc de Donald Spoto, hoy el director sería acusado de acoso sexual. Otro ejemplo lo encontramos en Woody Allen que de tiempo en tiempo vuelve a ser acusado de violación de una de sus hijas adoptivas, (acusación de la que ha sido absuelto por la justicia, pero no por los mil jueces de Internet), todo porque se casó con una de las muchachas adoptadas por Mia Farrow. Molière y su matrimonio con su hijastra también hubiera sido condenado en nuestra época. Para el caso Woody Allen conviene leer la reseña escrita en defensa de su padre por otro de los hijos adoptivos de la pareja, publicado en la revista Letras Libres, El caso  Woody Allen: un hijo toma la palabra (https://www.letraslibres.com/espana-mexico/cultura/el-caso-woody-allen-un-hijo-toma-la-palabra) 

La relación actor – director, es un caso de pareja, difícil de calificar, genera admiración, amor, entrega, pero también resentimientos, odios, venganzas. En esta época de juicios sumarios en las redes de Internet, estrados de venganza y linchamiento, tiende a quitarle su misterio para hacerla una relación light, castrada y castrante que en definitiva será superficial y enemiga del teatro como tantas acciones de nuestro tiempo. Teatro de la crueldad es el ensayo faro de Antonin Artaud, en el se refleja la complejidad de la puesta en escena, complejidad intensa, ruda, cruel.      

Así es el teatro, el real, el verdadero en donde actores y directores arriesgan la vanidad, como bien decía Berman, el sueco. 

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