El Hurgón

Trascender o triunfar

Uno de los negocios de mayor movimiento y rentabilidad que ha existido a lo largo de la historia ha sido, sin lugar a dudas, el dedicado a dar pábulo a quienes terminan sobrecogidos por las ilusiones, porque éstas se hallan íntimamente ligadas a deseos ingobernables de adquirir poder, de quienes por no haber recibido la cuota completa de afecto que debe recibir cada persona para deslizar por la vida con sosiego y responsabilidad sus objetivos, se dedican a buscar consuelo a través de la realización de sus ilusiones, o, para decirlo de otra manera, buscando con vehemencia el triunfo.

Triunfar es un verbo ampuloso y por ende capaz de empujar a quien lo conjuga a convertirse en una poderosa carga emocional cuyo deseo fundamental termina siendo abarcarlo todo, y de convencer a éste de ser superior a los demás, y de que quienes lo rodean están obligados a rendirle tributo de admiración y reconocimiento constante, si esperan de él, aunque sea una mirada.

El exceso de emotividad atribuido a muchos de quienes van detrás de una ilusión, cuando la confunden con la búsqueda del triunfo, se debe al desconocimiento de éstos del objeto real de su búsqueda, y por ello se convierten en el principal objetivo de quienes ofrecen los medios para hacer realidad las ilusiones, y cuya habilidad principal es hacer ostensible, además de inevitable, la ilusión, para hacerle creer a quien la padece la inminencia de su materialización si desea seguir existiendo.

La ilusión, según podemos deducir de las definiciones que sobre la palabra da el diccionario, se explica más como un deseo de aparecer, que de ser, pues el fin último de quien tiene una ilusión, y está dispuesto a hacer lo que sea necesario para convertirla en realidad, es terminar siendo objeto de halagos y consideraciones especiales, hasta convertirse en un individuo sobresaliente a quien poco o nada le importa el desarrollo de cuanto se halla a su alrededor. Es por eso que, quienes conducen a los que se entregan en cuerpo y alma a una ilusión, lo primero que hacen es desarticular la voluntad de éstos.

Alrededor del acto de triunfar que, como ya sabemos significa lo mismo que realizar ilusiones, o cumplir sueños, como prefieren llamar al acto de triunfar quienes medran en el romanticismo, giran una serie de imágenes disuasivas, cuya promesa de bienestar absoluto consigue cautivar a muchos, incluso a algunos que confunden el acto de triunfar con el de trascender, un término, este último, cuya definición se sintoniza con la integridad cognitiva, por su parentesco cercano con la averiguación a través del pensamiento, su interés por las acciones de consecuencias colectivas, y su objetivo de traspasar las fronteras de las experiencias posibles, cuando la ansiedad por aparecer desplaza el objetivo de ser y la búsqueda se convierte en un simple deseo individual de triunfar.

No han estado exentos de caer en la trampa de los excesos de la ilusión muchos de quienes pretenden alcanzar notoriedad a través de hechos de carácter artístico y cultural, es decir, quienes de acuerdo con lo expresado en el párrafo anterior, confunden trascender con triunfar, y por lo cual terminan ciñéndose a los requisitos principales que deben cumplir quienes han decidido emprender el camino hacia el triunfo, como son el uso de la audacia y el ejercicio de la competencia, y por eso es usual ver a muchos de quienes se autodenominan artistas realizar actos de resonancia inmediata, que son aquellos en los que los vendedores de ilusiones vuelven expertos a los cautivos de las mismas.

La confusión entre trascender y triunfar es uno de los problemas con los que se enfrenta actualmente la calidad del arte, y por eso consideramos necesario volver sobre las palabras, para aclarar su verdadero significado.

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