El Hurgón

El lugar de la risa

Es frecuente leer en los anuncios que convocan a espectáculos escénicos expresiones como: «venga a disfrutar un rato de alegría para que olvide esos malos momentos de la vida diaria», con lo cual el trabajo artístico que se aparte de este tipo de estrategia para convocar al público, tiene, por lo general, conquistado su fracaso.

Antes, en la mayoría de los casos, el trabajo escénico estuvo asociado a la reflexión de los problemas sociales, pero ahora parece adquirir cada vez un vínculo más estrecho con la evasión del análisis de éstos, porque hacer reír se ha convertido en una obligación para quien sube a escena, y por eso la convocatoria indiscriminada de la risa parece una misión de la cual cada vez les resulta más difícil escapar a quienes ejercen alguna actividad en la que el elemento fundamental es la expresión oral, porque se ha vuelto norma en los lugares adonde se dan cita quienes ejercen el oficio de hablar, competir para imponerse como el más capaz de convertir al espectador en un torrente de risa.

Para quien no tiene muy claro el papel que cumple el lenguaje y lo utiliza solo como un vehículo para la intermediación, sus intervenciones en escena son al garete, porque no tiene un objetivo que lo obligue a mantener una estructura narrativa coherente, porque este tipo de espectáculo persigue el entretenimiento, y para entretener solo se requiere fabricar momentos.

Este objetivo de hacer reír, tiende cada vez a trascender los linderos de la obsesión, actitud que se expresa en la forma como es tratada la palabra para convertirla en chiste, y por lo cual no es ésta más un elemento constitutivo de la habitual cadena de símbolos, cuya intención es comunicar, sino de un desencadenamiento de emociones distractoras, cuyo objetivo es sustraer al espectador de cualquier acto de reflexión, para garantizar su permanencia en el lugar en donde se desarrolla un acontecimiento de apariencia artística.

Aunque no lo vamos a analizar en este breve espacio, sí nos anticipamos a opinar que, una cosa es hacer humor y otra muy distinta es hacer chistes, pues el primero es consecuencia de un conocimiento previo del tema y de las circunstancias dentro de las cuales se va a llevar a cabo, y el segundo es la acomodación caprichosa de apuntes repetitivos, que andan de boca en boca, con la simple intención de agradar. El humor es un medio inteligente de aposentar el mensaje en el individuo, y el chiste es un medio, a veces procaz, de sustraerlo de la realidad, haciendo uso de una sucesión de momentos.

Mantener al espectador en el lugar del suceso es la meta de muchos de quienes suben al escenario, con lo cual actúan de la misma forma como se hace cuando por medio de juguetes se quiere mantener a los niños a raya para que no anden por ahí descubriendo el mundo.

El trabajo que hacen con la palabra muchos de quienes tienen por misión hacer reír, y nada más que eso, no está orientado a buscar en ella nuevos referentes para volverla una aliada del espectador y llevarlo a encontrar explicaciones sobre sus circunstancias, sino a hallarle diferentes maneras de deformarla para hacerla chistosa.

Es cada vez mayor el número de escenarios en donde la risa es obligatoria, y para garantizar su permanencia ésta se induce a través de muchos mecanismos de persuasión, por lo que no resulta difícil encontrar gente que, desde su ingreso en la sala del espectáculo, y sin que haya comenzado éste, ensaya sonrisas, preparándose para orquestar la carcajada prolongada en cuya búsqueda va.

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