Y no es coña

Entre la singularidad seriada y la contracultura

Voy y vengo de salas y teatros con el aforo al completo. Experimento una extraña, por bienhallada, sensación de ver que los públicos se expresan con contundencia, exuberancia y explosividad al finalizar las representaciones. Los actuantes se muestran aliviados y agradecidos, contemplan esa efusividad con una cierta consternación, responden con sonrisas y un número generoso de saludos. Estamos ante un momento muy especial que requiere de mucha atención para poder asegurar si lo que sucede es efecto, consecuencia, aviso, producto de una variación de comportamientos en la sociedad que aventura unos tiempos de gran fertilidad o solamente son síntomas de una necesidad de buscar una normalidad asimétrica largamente postergada.

Se siguen realizando encuentros, debates, charlas, se escriben artículos, se pondera, pontifica sobre lo que la pandemia que todavía nos deja su aliento en la nuca y el barbijo sobre si la pandemia va a tener alguna consecuencia sobre el propio hecho teatral, sobre sus formas de producción, las maneras de recibir los públicos las obras, los elementos que se han apoderado del discurso, como es la retransmisión en streaming o simplemente grabados y otros subproductos que tuvieron su momento de aprobación casi unívoca y que ahora están más cuestionados, al menos por los que sin querer nos hemos convertido en abanderados de un concepto bastante rotundo. Las artes escénicas deben ser, siempre, sin excusas, en vivo, celebrarse en un lugar donde coincidan los intérpretes y las espectadoras, sin posibilidad de encontrar zonas intermedias y sabiendo que existen miles de maneras de que se exprese la obra para ser vista, escuchada y sentida. 

Partiendo de este punto de encuentro canónico, vamos observando si en las formas y los métodos se puede notar alguna influencia de estos largos meses de silencio, recogimiento obligado, imposibilidad de acudir a eventos culturales en vivo y en directo. Y no soy capaz de detectar variables. Y si existen tendencias, estas me colocan en la inseguridad de sentirlo como algo más que una búsqueda de una singularidad seriada. Se han abierto, al menos en ciertas zonas de la producción, unas tendencias que no quisiera llamar modas porque en muchas ocasiones existe una indagación, todavía muy poco desarrollada, que obliga a conceder el beneficio de la duda. Hay otro grueso de propuestas que parecen formar parte de un fondo de inversión de ideas clónicas, temarios repetidos, estéticas híbridas cercanas a lo que vemos de manera incesante en televisiones y otros audiovisuales. 

Quizás lo que acabo de narrar, sea algo relacionado con la pandemia. Quizás, puede que el empacho de ver todo en pantalla, provoque inconscientemente imágenes líquidas, audiovisuales que se sustenta en artificios externos a lo esencial del teatro, que es un cuerpo que comunica, revela y compromete a los espectadores más allá de cualquier acto mecanizado. Estamos proponiendo algo que quizás se pudiera incluso catalogar en estos tiempos tan dependiente como contracultural: un teatro basado en principios y esencias teatrales, sin necesidad de condimentos ni aplicaciones. Un cuerpo a cuerpo entre artista y espectadora. Esto es algo soñado, o es una pura ensoñación retórica, dadas las circunstancias. 

No hay más estruendo, no se trata de iniciar un recorrido por las vagas consecuencias que puede acarrear la afiliación a una manera de entender la organización de los elementos escénicos, a un ismo difuso sino de despojar de cualquier condicionante al puro y magnífico hecho teatral. Tras tanto ruido escénico, tras tanto oportunismo estético, que repite fórmulas en sentido contrario a la esencia, busquemos en la pureza de un trazo balbuceante esa reconciliación absoluta con el Teatro, que como nos recuerda el maestro Mauricio Kartun, Teatra, porque es verbo, porque es acción y por lo tanto es contracultural.

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