Zona de mutación

La conciencia que representa

Thomas Nagel en el famoso artículo: “¿Qué se siente ser un murciélago?” plantea “que un organismo es consciente si y solo si hay algo que siente al ser ese organismo”*. Después, si la conciencia es la sensación cualitativa de la experiencia, preguntarnos “¿qué siente el hombre en situación de representación?” ¿Vale responder: como (‘como’ -sin acento-) experimenta la sensación? Este “como” equiparado al “como si” mimético, provoca una reflexión de dimensiones filosóficas. Pero, ¿cómo se define  la sensación cualitativa de un actor representando? Acá podemos hipotetizar dos vías: 1) La del actor que da curso al sentir en escena y ‘lo vive’ como una experiencia original, específica y natural. Dejándose incidir por ella psicológica y sensorialmente. Su estar en escena deja el resultado de una experiencia consciente. Ahora, ¿cuáles son las calidades específicas observables en la sensación cotidiana y en la escénica? Sin valorar ni jerarquizar a una sobre otra. En términos de experiencia a secas, ¿qué aprende la persona en escena que puede ser diferente a la relación de esta misma persona en la vida real? Para esto debemos ponernos a distancia de la dualidad verdad-mentira, realidad real-realidad de cartapesta. 2) La del actor que se cuida desde el comienzo de tomar dicho trance ‘en serio’. Acá el juego de cualidades subjetivas queda directamente obstruído como no valedero.
Sentir experiencias como tenerlas están en correlación a como si las tuviera. El efecto es que en el primer caso la conciencia es verdadera y en la segunda es de plástico, es artificial.
¿Qué quiere decir sentir? Emocionarse, certificar una emoción, una sensación, un sentimiento. El sentir puede clarificarse por sus diferencias. ¿Cómo se diferencian los sentires diferentes? ¿Que las cosas sean sin por qué unifica masificando la forma de sentir? ¿Para trasmitir su enigma debo saber o mejor será no saber? Pero en este caso cómo garantizo ser un adecuado portador/mediador. Es decir, ¿qué significa este mundo de lo interno que se supone es mi plataforma de lanzamiento, mi laboratorio creativo? ¿Conviene que jamás intelectualice sobre sus leyes? ¿Por qué? ¿Nada más que por el prejuicio que el mileau cultural destina al intelectual, así como en la escuela al alumno ‘traga-libros’? O porque, como ejemplifica Chauchard, basta que al ciempiés le pregunten cómo hace para arreglarse con tantas patas, que el solo pensar en una respuesta, le provoca un enredo descomunal.
Vemos que las maneras de calificar las experiencias siempre es de tono general: agradable, desagradable, simpática, adorable, etc; y percibir es tener la experiencia, registrar, asumir (“¿Asumir que quiere decir hacer subir tal como implica la palabra asunción, la asunción corporal de toda nuestra vida?” **) lo que se capta. Esas experiencias también se pueden generar en el mismo circuito cerrado de las emociones, sin tener un puntual estímulo externo.
¿Qué sentido tienen todas estas preguntas? ¿Alteran de momento una forma de practicar teatro? Tal vez no, pero no puedo descubrir que el nivel de asedio a la importancia de la propia obra produce un efecto sobre lo ya realizado. Y aportan al deslinde de lo importante de lo que no lo es en el marco de la propia experiencia.
En la sinapsis los toques de las neuronas son aleatorios, pero ante el aprendizaje, la sinapsis queda sellada, registrada, identificada. Antes de la conexión, la sinapsis era inocua, después de aprendizaje es productiva. Acá podemos proponer aprendizaje como experiencia. Tener esa experiencia crea conexiones útiles. Funda la cabeza. La opción entre vivir con cabeza o sin ella es posterior, lo que no quita que la opción ha sido ofrecida.

*  La naturaleza de la conciencia, Maxwell Bennett, Daniel Dennett, Meter Hacker y John Searle. Paidós, 2008.
**  Zen y cerebro, Taisen Deshimaru y Paul Chauchard. Kairós, 2005.
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