Críticas de espectáculos

La Pena Golfa

Caminos de ida y vuelta
Obra: La Pena Golfa
Músicos: Jorge Lema, Víctor Ángel Gil Serafini, Gabriel Szternsztejin, Salvador Manuel Soteldo y Carlos Gonçalves
Intérprete: María Lavalle
Colaboración especial: Juan Diego
Dirección Artística: Rafael Flores
Puesta en escena: Carlos Aladro
La vida es un ir y venir a través de risas, ilusiones, decepciones, voces y silencios. El tango es una historia de paicas y grelas. La memoria objetiva de lo que no fue y fue soñado; de lo que no se consiguió y se acarició con la mirada.
El tango es el testigo imparcial del nómada voluntario, buscador incansable de nuevos futuros, en los que cobijar presentes y desazonados ayeres. Esa memoria frágil y sutil, esa herida sangrante y nueva en cada estrofa, respira en la pena del bandoneón, en el violonchelo grácil, en el “Cambalache” añejo que contempla impasible el “girar del mundo”… Mientras “Uno” continúa buscando a “Malena”… Que canta el tango como ninguna…
Tangos y Fados, Fados y Tangos… De la mano, en una existencia apasionada y apasionante.
Estas canciones de ida y vuelta, se cantan, se tocan para abrir las heridas, para que no cicatrice su recuerdo y su dolor, para meter el dedo en ellas y abrirlas al sesgo. Son músicas dolientes que regalan su quejido a una vida que se escribe con la mentirosa grafía de un lápiz; que se maquilla con la máscara burlona de la nostalgia; que nos hace ser “Hermanos locos” en un mundo que gira y gira… Mientras nos quiebran los días, nos muerde un dolor… Y esperamos desesperanzados una ayuda, una mano… Un favor.
María Lavalle, en una puesta en escena llena de poesía, nos muestra el hermanamiento de estos dos cantos. Viaja de Buenos Aires a Lisboa. Guarda en una maleta el desarraigo, cobijado en una miniatura de la Torre Eiffel; mientras, unidos por la brisa y la sal del Atlántico, va desgranando los tangos y fados más bellos, reivindicando la figura y la voz femenina, es desgarro y la sensibilidad de la mujer en la interpretación de unas músicas en las que han predominado los nombres masculinos.
María Lavalle, ha demostrado un dominio absoluto, un conocimiento exhaustivo de la historia y la técnica interpretativa de estas canciones. En los dos días en los que ha visitado la capital de España, la cantante argentina, en un espectáculo abierto, como solía Gardel, “Empieza la noche con los músicos, para calentar el ambiente” nos ofrece un maravilloso escaparate de lo podía haber sido y, sin embargo, no fue.
Nos faltó o me faltó sentir la pena del bandoneón… El dolor de la herida que se abre… Llorar la lágrima por la que se da la vida… El desgarro del tango… La “Saudade” del Fado…
No sé si para cantar el tango hay que sentir más que conocer datos, fechas o técnicas… Yo creo que sí.
Para interpretar estas canciones no se necesita un chal de color negro o de color rojo (según), como tampoco es necesario ningún sombrero, por muy porteño que sea su origen.
Para interpretar el tango o el fado, hay que mirarse dentro, porque dentro se hallan los colores de la música, porque en el interior permanecen jóvenes, las heridas que sangran y desde el interior se escriben las historias que gime el bandoneón. En el interior se hacen viejos los recuerdos… Y el Tango, desde su origen, es viejo porque es viejo el dolor y es viejo el lamento que le da vida.
Mención aparte merece la interpretación de Juan Diego, perfectamente dibujada.
A lo largo del espectáculo se va haciendo más y más presente.
Aparece de forma fugaz, en una esquina. Se aproxima poco a poco a la cantante. Se sienta en el escenario, junto al magnífico quinteto, hasta ocupar un primer plano. María Lavalle ha desaparecido. La Pena Golfa es Juan Diego… Tal vez, en toda música, late la historia de un antiguo amor. Juan Diego declama con su voz quebrada, ronca y dolorida, los versos de Borges; la melancolía del que se ha perdido en un país que no es el suyo; la angustia del que busca un corazón ajeno; la impotencia del que descubre el verdadero rostro de un mundo cruel e injusto.
Juan Diego es la pasión en un espectáculo eminentemente técnico.
El alma en una puesta en escena repleta de datos y de viajes teóricos.
El lamento, el llanto, la brisa y la sal. El arte en un espectáculo perfectamente organizado pero falto de ese “pellizco” que hace propia, la herida que se abre en cada acorde y en cada verso; falto de esa magia, sin nombre… Que a veces se asemeja a la Pasión.

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