Y no es coña

Los teatros y las compañías

En la recientemente celebrada ceremonia de entrega de los premios de la ADE, su actual presidente, Guillermo Heras, anunció la campaña que esta asociación de directores ha puesto en marcha: “Ningún Teatro sin Compañía; Ninguna Compañía sin Teatro”. Me adhiero de manera diferida porque en estas homilías luneras y allá dónde puedo, vengo señalando desde hace décadas que una de las posibilidades de variar el actual sistema de producción y distribución en el Estado español, puede establecerse a través de una política de utilización integral de los cientos de edificios teatrales diseminados por todo el territorio y que están, a mi entender, infrautilizados.

Son muchos años en los que no se han logrado implementar de manera establece, consensuada, eficaz, unas políticas en las que, a través de diversas figuras, como es la de compañía residente, se vayan generando actividades constantes, eficaces, en cogestión entre las instituciones titulares y agentes creativos, sean a través de convocatorias públicas en donde puedan presentarse colectivos, compañías o personas individuales. Modelos dónde fijarse los hay a montones. En Europa es algo habitual. Han existido y existen lugares, teatros, donde hay en la práctica compañías residentes. Pero forman parte de iniciativas puntuales, que responden más a circunstancias concretas de gestores de esos teatros que lo intentan, pero que no logran una continuidad debido a la inexistencia de cauces legales que propicien y estabilicen esas posibilidades y que siempre existe una coartada superior que son los políticos electos que tiene la capacidad de decidir.

Deberíamos empezar por lo básico. Sería necesaria una Ley de Teatro que señalara las condiciones, obligaciones de cada parte, filosofía, objetivos y un largo etcétera. A falta de ella, y no se la espera, ¿qué se puede ir haciendo? Pues lo primero sería establecer en las unidades de producción de titularidad pública compañías estables. No existen. En la danza sí, pero eso es otro asunto porque hay que revisar también sus circunstancias. En las orquestas eso es lo normal. Hasta en los coros de los teatros líricos. Pero no hay ni intérpretes, ni dramaturgos, ni directores más allá del que tiene la concesión y sus afines. Las compañías deberían ser estables, pero con un reglamento para renovar sus puestos, con mucha flexibilidad para que se pudiera hacer contrataciones externas puntuales y toda una suerte de casuísticas que se deben estudiar.

En este campo, la decisión es política y de efectos inmediatos. Al igual que existen cientos de técnicos con contrato indefinido, se puede decidir contratar intérpretes con una convocatoria pública bien estructurada. Por cierto, en la nueva reforma de la Ley Laboral se ha variado las circunstancias y si un intérprete logra unos meses seguidos de estar en nómina en una unidad o compañía se convierte en trabajador indefinido. Los sabios del mercantil, ya lo tienen en cuenta. Y saben lo que hacer para no tener problemas de ningún tipo.

Pero qué se hace con los teatros y las compañías. Sin ley, todo depende de la voluntad municipal, en algunos casos como en Euskadi sí existió una referencia de ayuda a los teatros que tengan compañía residente. Pero no queda claro para hacer qué. Porque lo ideal sería, no solamente tener una sede de ensayos, sino que deberían involucrarse las compañías en la gestión, es decir, en la programación, en actividades formativas, en la colaboración con otros grupos de la ciudad y un largo etcétera entre el que es importante la creación de públicos a partir de estrategias bien pensadas. Eso sería una auténtica revolución, algo importante. Que la gestión económica la controle el ayuntamiento, pero que exista una parte autárquica, para que se puedan generar nuevos ingresos y se programe de una manera identificable por parte de la concesionaria. 

Llegados a este punto, viene una duda razonable, ¿cuántas compañías en el Estado español están preparadas para aceptar este reto? ¿Tienen en sus quipos personal que pueda desarrollar los planes que se establezcan, o eso sería buscar externamente ya que muchas de estas compañías funcionan de manera muy atomizada, es decir con un pequeño núcleo de gestión y dirección artística y los repartos se buscan externamente para cada espectáculo, es decir repitiendo el esquema de las unidades de producción institucionales y comerciales?

Y algo más, ¿dónde se coloca el listón demográfico para que estas opciones más evolucionadas puedan tener sentido y obtener respuesta que justifique la acción? Estoy convencido que una buena ley al respecto no incrementaría demasiado los presupuestos, sino que se gastarían, en principio en la producción, creación y visionado de los públicos que se irían creando al estar más cera la gestión. En vez de gastar dinero en desplazamientos, dietas, hoteles, que se gasten en producir espectáculos de manera continuada y mejores condiciones y las giras se racionalicen de manera más eficaz.

Quizás lo más sencillo es dejar el espacio a cambio de funciones gratis. Una manera muy sencilla de parecer que se hace algo, y es cierto, se hace si así sucede, pero es insuficiente. Así que repitamos el eslogan de la campaña de ADE y aportemos datos, pensamiento, posibilidades para convencer a quienes tienen el deber de atender y resolver.  Es decir, colaboremos de manera incondicional para que se haga una propuesta potente, posible y consensuada por todos los gremios. 

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