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Sentido y significado II. Dramaturgia de impulsos

La dramaturgia, entre otras funciones, consiste en darle sentido a las acciones en una composición que vaya en dirección a algún sitio de la emoción, de la sensación, del conocimiento…

En este caso, el sentido es un conjunto rítmico de impulsos que se necesitan y que configuran la forma artística. Por eso la forma artística nunca está vacía. Por eso la forma artística no necesita un mensaje, ni un significado, ni un tema, ni un asunto, ni una historia.

La pregunta clave aquí podría formularse de la siguiente manera: ¿Todos los impulsos humanos pueden acotarse o traducirse en un tema, un significado, un mensaje, una historia?

Coincidiremos en que el ser humano se mueve (acciona) por impulsos. También coincidiremos que hay algunos impulsos (quizás más de los que creemos o nos gustaría) que quedan fuera de la volición, de nuestra capacidad de decisión y control consciente. Por ejemplo, el impulso de sentir atracción erótica o sexual por alguien, incluso enamorarse. El impulso, en muchos momentos, de huir de un lugar en el que supuestamente deberíamos estar a gusto. El impulso de una tristeza o una alegría súbitas e inexplicables, incluso, contradictorias respecto a las circunstancias circundantes. Los impulsos de saltar, de correr, de gritar… en lugares y condiciones en los que resulta totalmente improcedente e inadecuado…

Es curioso que, en muchas ocasiones, los impulsos, los deseos, los miedos, las aprensiones y otras emociones actúan de manera ostensible o sutil fuera de los parámetros de la lógica (y, por tanto, fuera de los parámetros de las narrativas al uso). Se trata, entonces, de impulsos inenarrables, difícilmente justificables o descriptibles.

Esos impulsos, sensaciones o emociones, no obstante, actúan, producen movimiento, producen tensiones rítmicas en las interacciones que las generan o a las que dan lugar.

Esos impulsos generan acontecimientos: ruptura, cambio y diferencia respecto al estado anterior.

Las formas cinéticas que adoptan esos impulsos, ya sea en espasmos musculares, en desplazamientos del cuerpo, en emisiones sonoras, en el manejo de objetos, en el empleo de palabras, danzas, luces… con una dimensión metafórica o asociativa, configuran una direccionalidad o sentido que, aún resultando alógico e inexplicable, resulta transmisible y captable por parte de la espectadora y del espectador.

Voy a poner un ejemplo perteneciente a un clásico de la danza teatro: en Cafe Müller, el momento en el que Pina Bausch se desplaza, como sonámbula, con los brazos extendidos y choca, repetidamente, contra una pared. Todas las personas que tuvimos la fortuna de asistir en directo a este momento percibimos sensaciones relacionadas con el frío, emociones relacionadas con la soledad, la vulnerabilidad, la desolación, quizás la desesperanza… Podemos elucubrar sobre temáticas y significados, pero nunca haremos pie, porque los impulsos que se formalizan en ese momento coreográfico generan una corriente energética y una empatía que están más allá de ideas concretas, de significados, de temas. Sucede algo de lo que la situación no puede dar cuenta.

La captación de esa dramaturgia de impulsos, que guardan una coherencia interna, artística y existencial, no se hace desde la intelección conceptual reductora sino desde una apreciación emotiva y sensorial compleja, como en una especie de contagio. En parte, algo parecido a ese contagio del que habla Antonin Artaud en «El teatro y la peste».

¿Pero cuál es el problema de asistir a un espectáculo en el que alguna gente afirma: «no entendí nada»?

Hay varios problemas asociados al «no entendí nada».

En primer lugar la educación occidental basada en lo narrativo de base lógico causal.

En segundo lugar, estamos muy acostumbradas/os a buscar la explicación, la causa, de todo lo que acontece a nuestro alrededor.

Ese es, quizás, el único paliativo ante el miedo a lo desconocido.

Esa es, quizás, la única salvaguarda hipotética ante la fragilidad humana: encontrar la causa y la explicación, entender qué me pasa, entender qué te pasa conmigo, entender por qué me duele en el pecho (no vaya a ser que tenga algo maligno), etc. Vamos al médico, al psicólogo, al psiquiatra, al mecánico… para que nos narren, para que nos expliquen QUÉ pasa, para que nos cuenten QUÉ pasa, para que nos expongan EL QUÉ.

Eso, EL QUÉ, si no es demasiado grave, ya nos tranquiliza, ya mitiga nuestra ansiedad y nuestros miedos ante lo que (nos) sucede.

Ir a un espectáculo y entenderlo intelectivamente nos da seguridad, nos hace sentir inteligentes, nos restituye a la zona de confort del «me gusta», del «yo sé».

Reducir el espectáculo teatral a un tema, a una frase, a un conjunto de ideas, a un argumento, nos facilita la digestión y calma nuestra inseguridad vital, aún a sabiendas de que en la vida nada hay seguro.

¿Pero cuál es el peligro de reducir un espectáculo teatral a la hegemonía intelectual del significado y de la tematología?

El arte del teatro es el arte del «hic et nunc», del aquí y ahora, y, por tanto, de la vivencia presente.

El espectáculo teatral es una experiencia, una vivencia y, como tal, debería escapar, en su potencial riqueza de impulsos a caballo del presente continuo, de la pausa para el diagnóstico, de la parada para el análisis conceptual, del stop para la explicación y la deducción del significado. Aunque, a posteriori, podamos inferirlo, pensarlo, reflexionarlo, analizarlo y sacar nuestras conclusiones.

Cuanto más vivo y vital sea el teatro, más escapará de la reducción a significante, más se resistirá al mensaje y al tema.

Cuanto más vivo y vital sea el teatro, como experiencia compartida, más nos tocará, más nos interpelará, si nos concedemos el privilegio del juego anulando los prejuicios y los hábitos de recepción basados en lo intelectivo lógico causal.

La dramaturgia de impulsos consiste en una composición a pie de escenario, una dramaturgia de proceso colaborativa que explora esos impulsos vitales y, a través, de las técnicas y del oficio, va buscándoles el modelaje más adecuado.

Se trata de una dramaturgia que extrae de lo informe, a través de los impulsos, una forma coherente y bella que les hace justicia. La forma justa y necesaria, aquella capaz de irradiar la energía prístina de esos núcleos que mueven a las actrices y actores performers y que, por contagio, empatía, también nos mueven a nosotras/os, generando una comunión (comunidad) en lo bello.

Afonso Becerra de Becerreá.

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