Un cerebro compartido

Tapones de regalo

Tal cual. No hace mucho tuve ocasión de asistir en Madrid a una de las últimas performances de Romeo Castelluci “Il Terzo Reich”, creada a partir del libro de Victor Klemperer del mismo título. En esta ocasión, me atrevería a decir que se trata de una producción en coautoría con Scott Gibbons, compositor que habitualmente trabaja con Castelluci, quien firma una banda sonora omnipresente y protagonista de una obra que, como era de esperar, no deja indiferente. Una música, si es que puede calificarse como tal, consistente en una sucesión de repeticiones asonantes que actúan como martillazos (de ahí los tapones) tratando, entiendo, de romper al espectador. Primera conclusión: somos víctimas, ¿de qué? en esta propuesta, sin entrar más a fondo, de la violencia del sonido.

Quien lea habitualmente esta sección, sabrá que la idea de un teatro transformador y cómo llegar a él, es la espina dorsal de todas mis columnas, un teatro transformador para intérpretes y espectadores. En esta ocasión, solo para los segundos porque la intérprete, que apenas está diez minutos de los cincuenta de duración de la obra, sale de la sala los siguientes cuarenta (al menos lo hizo en la sesión a la que asistí) Un teatro que provoca merece ser pensado. Para empezar, ¿es teatro lo que se presenta en esta propuesta? Hay quien piensa que es más una instalación sonora y visual, me consta y lo entiendo, pero más que quedarse en la forma y el cómo calificarla, sugiero profundizar en los horrores que insinúan Castellucci y Gibbons reflexionando sobre lo que se experimenta en este bombardeo de proyección de sustantivos de casi cuarenta minutos acompañados de sonidos a un volumen altísimo que evoluciona hacia una disociación de la sintaxis y su semántica adquiriendo esa masa de palabras un nuevo valor. Allá cada uno el que le dé.

No quiero hablar mucho sobre lo que el director quiere contar. Nos presenta una propuesta que gira en torno a la capacidad actual del totalitarismo (fascismo) para usar el lenguaje como modificador de conciencias. Bien. ¿Cómo funciona desde un punto de vista neurocientífico? Para empezar, los sonidos con esta agresividad suponen una estimulación emocional elevada ya que hay una parte del cerebro asociado precisamente a las emociones intensas, el sistema límbico, que está siendo excitado violentamente generando ansiedad o incluso miedo, dependiendo del contexto y la interpretación individual. De hecho, el autor dice haber visto a espectadores bailando esa sucesión de ruidos, lo cual es sorprendente y habla de la capacidad individual de procesar la información. Por otro lado, esta fuente ilógica de palabras y ruidos que capta inicialmente la atención del espectador se convierte en una barrera de autodefensa permitiendo emerger la individualidad. Eso es lo que yo sentí, me descubrí como un espectador violentado pero individual y capaz de reflexionar. Bravo por permitirme experimentar para comprender. Posiblemente son propuestas como estas las que hacen del director un referente actual en la escena europea.

Permite que el espectador, en esa autodefensa, acuda a su memoria e imagine la violencia por la que otros han pasado, no desde la barrera, sino bajando al ruedo, aunque sea desde la parte más lejana al centro. Sin duda, mi respuesta fisiológica hizo aumentar mi ritmo cardíaco, mi respiración, e hizo que mi cuerpo liberase adrenalina. Y esto ya es algo que no hacen todas las propuestas escénicas.

Lógicamente, la expuesta es una interpretación subjetiva, pero puedo afirmar que cambió mi estado de ánimo ¿Vi teatro? Me da igual. Experimenté y me lo llevé puesto, me vale. Además me llevé unos tapones de regalo.

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